Por unos demonios más

—Dios mío —dijo el se?or Ray mirándome con los ojos como platos—. Lo tienes tú. —Tragó saliva—. ?De verdad lo tienes?

 

La se?ora Sarong había apartado las manos de su pistola y las había colocado sobre la mesa. Fue un movimiento de sumisión y me invadió un escalofrío. ?Qué he hecho? ?Sobreviviré a esto?

 

—Tú estabas allí, en el puente, ?verdad? Cuando los hombres lobo de Mackinaw lo encontraron —dijo con frialdad.

 

Yo me incliné hacia atrás para poner distancia entre nosotros, pero lo que quería era salir corriendo.

 

—En realidad ya lo tenía antes —admití—. Yo había ido a rescatar a mi novio. —La miré fijamente a los ojos preguntándome si estarían un tanto desilusionados—. Al que ustedes creen que maté —a?adí.

 

Me latió con fuerza el corazón cuando bajó la mirada por un instante y luego volvió a mirarme. Que Dios me ayude. ?En qué me he convertido?

 

El se?or Ray no estaba convencido.

 

—Dámelo —me pidió—. No puedes quedártelo. Eres una bruja.

 

Uno listo, ahora falta el otro, pensé asustada, pero si daba marcha atrás ahora, conseguiría que mi vida terminase más rápido que si afirmaba públicamente tener aquella estúpida cosa.

 

—Soy su alfa —dije, haciendo un gesto con la cabeza para se?alar a David—. Y eso significa que sí que puedo.

 

El hombre entrecerró los ojos. Puso una cara como si hubiese abierto un huevo podrido, y dijo:

 

—Te haré parte de mi manada. Esa es mi mejor oferta. Tómala.

 

—?O la tomo o qué? —dije, permitiéndome un toque de sarcasmo en la voz—. Ya tengo manada, gracias. ?Y por qué todo el mundo no para de decirme que no puedo hacer cosas? Lo tengo y ustedes no. No se lo pienso a dar. Fin de la historia. Así que ya pueden dejar de matarse los unos a los otros para intentar averiguar dónde está.

 

—Simón —dijo la se?ora Sarong con mordacidad—, cierra el pico. Lo tiene ella. Asúmelo.

 

Me hubiera gustado haber visto un cumplido en sus palabras, pero supuse que su apoyo solo duraría hasta que encontrase una forma de matarme.

 

El se?or Ray la miró a los ojos y algo que no pude entender pasó entre ambos; David lo sintió. También todos los hombres lobo que estaban allí. Fue como una ola, y todos se relajaron. Me sentí mal cuando ambas manadas se movieron y guardaron todas las pistolas. Mi preocupación se acentuó. Maldita sea. No me puedo permitir confiar en esto.

 

—Yo no maté a tu ayudante —dijo el se?or Ray, colocando sus gruesos brazos sobre la mesa.

 

—Yo no toqué a tu secretaria —dijo la mujer, mientras sacaba un espejo de bolsillo y se comprobaba el maquillaje. Cuando lo cerró de golpe, me miró fijamente—. Ni tampoco nadie de mi manada.

 

Estupendo. Estaban hablando, pero no estaba segura de tener la situación bajo control todavía.

 

—Bien —dije—. Nadie va a matar a nadie, pero todavía tenemos dos hombres lobo asesinados. —Ambos me dedicaron plena atención y sentí un nudo en el estómago—. Miren —dije, muy incómoda—, alguien además de nosotros sabe que el foco está en Cincinnati y lo está buscando. Puede que sean los hombres lobo de la isla. ?Alguno de ustedes ha tenido noticias sobre una nueva manada en la ciudad?

 

Mientras yo pensaba en Brett, ambos dijeron que no con la cabeza.

 

Vale. Fenomenal. Estamos igual que al principio. Quería que se marchasen, así que me incliné hacia atrás como dándoles permiso. Había visto a Trent hacerlo un par de veces y al parecer a él le funcionaba.

 

—Entonces, seguiré buscando al asesino —dije mirando a sus matones—. ?Podrán dejar de tirarse los trastos a la cabeza hasta que averigüe quién está haciendo esto?

 

El se?or Ray resopló con fuerza.

 

—Lo haré si ella también lo hace.

 

La sonrisa de la se?ora Sarong era forzada y claramente falsa.

 

—Yo puedo hacer lo mismo. Tengo que hacer unas cuantas llamadas. Antes de la puesta de sol.

 

Miró a su hija. La joven se excusó y, teléfono móvil en mano, salió afuera. El se?or Ray hizo un gesto y uno de sus hombres la siguió.

 

Me preguntaba qué habría planeado la se?ora Sarong para el atardecer. No me gustaba que se peleasen entre ellos, pero que colaborasen me gustaba todavía menos. Quizá había llegado el momento de cubrirme las espaldas.

 

—El foco está escondido —dije. Más o menos—. Está en siempre jamás —continué, y ambos me miraron. El se?or Ray movía con nerviosismo los dedos. Mentirosa, pensé, sin sentir ni pizca de culpa—. Ninguno de ustedes puede encontrarlo, y mucho menos hacerse con él. —Mentiiiiraaaa—. Si me pasa algo, ninguno lo conseguirá. Si a alguno de mis amigos o familiares les ocurre algo, lo destruiré.

 

Siempre dispuesto a desafiar los límites de la manera más burda posible, el se?or Ray gru?ó:

 

—?Y debería de tomarte en serio porque…?

 

Yo me puse de pie. Quería que se marchasen.

 

—Porque estaba dispuesto a contratarme para hacer algo que usted no podía hacer. Matar a la se?ora Sarong.

 

Ella le sonrió y se encogió de hombros.