Por unos demonios más

Iba a decírselo, pero entonces cerré el pico. Colorada, dejé la caja a un lado y miré las fundas en su cojincito de terciopelo. De acuerdo, no era un anillo, pero ?qué quería decir esto?

 

 

—Kisten, no te puedo dejar que me muerdas. —Cerré la caja con un ruido seco y se la entregué—. No puedo aceptarlas.

 

Pero Kisten estaba sonriendo.

 

—Rachel —me dijo con tono burlón—. No te las he comprado por eso.

 

—Entonces, ?por qué? —dije. Me había puesto en una situación muy incómoda. No podía evitar preguntarme si esto había sido una reacción al beso de Ivy.

 

Volvió a dejar la caja en mis manos y me hizo envolverla con los dedos.

 

—Esto no es una treta para clavarte los dientes en el cuello. Ni siquiera pretendo que tú me muerdas, aunque eso sería… —dijo, y tomó aire—, agradable.

 

Sabía que era verdad y me tranquilicé.

 

Kisten bajó la mirada.

 

—Quería verte con unos dientecillos puntiagudos —dijo en voz baja—. Son juegos de alcoba. Como ponerse un body. Una especie de… disfraz.

 

—?No te gustan mis dientes? —dije disgustada. Maldita sea, no era una vampiresa y él quería más. Esto era una mierda.

 

Pero Kisten me acercó a él con una sonrisa de arrepentimiento.

 

—Rachel, me encantan tus dientes —dijo. Sentí la seda de su camisa contra mi mejilla—. Mordisquean y dan pellizcos y que no puedas romperme la piel fácilmente me vuelve… —Contuvo la última palabra porque sabía que a mí no me gustaba—. Loco —dijo para terminar la frase—. Pero si te pones esas fundas y yo sé que me podrías rasgar la piel… —Soltó un suspiro—. No me importa si me muerdes o no. Lo que me excita es pensar que podrías hacerlo.

 

Volvió a calmarme acariciándome el pelo con las manos y la poca confusión que me quedaba desapareció. Eso lo entendía. A mí me excitaba algo parecido.

 

Saber que Kisten podría morderme pero se aguantaba las ganas por respeto, por fuerza de voluntad y quizá por Ivy era suficiente para que me latiera el corazón a mil. La idea de que un día podría no tener suficiente fuerza de voluntad o que ignorase la petición de Ivy me atraía.

 

—Ah… ?quieres que me los pruebe? —dije.

 

Sus ojos se dilataron.

 

—Si quieres.

 

Sonriendo, me giré y volví a abrir la caja.

 

—?Me los pongo por encima sin más?

 

él asintió.

 

—Están recubiertos de algún polímero milagroso. Póntelos y aprieta los dientes y se amoldarán de inmediato. Para sacarlos tienes que hacer un poco de palanca.

 

Genial. él no les quitaba los ojos de encima. Dejé la caja sobre la mesa y al cogerlas sentí la suavidad desconocida del hueso bajo mis dedos. Me sentía como si estuviese poniéndome lentillas. Busqué a tientas hasta que descubrí dónde iba cada una y luego coloqué el hueso moldeado sobre mis dientes. Me sentí rara al apretar los dientes. Abrí la boca y me pasé la lengua por la parte de dentro.

 

Kisten tomó aire y yo lo miré.

 

—Jolines, tía.

 

El círculo azul que había alrededor de sus pupilas se encogió. Yo sonreí más y, al verlo, sus ojos brillaron totalmente negros.

 

—?Qué tal me quedan? —dije poniéndome de pie de un salto.

 

—?Adonde vas? —dijo. De repente su voz transmitía prisa.

 

—Quiero ver qué tal quedan. —Riéndome, me aparté de él y me dirigí al ba?o que había al final del pasillo—. ?Estás seguro de que no me cortaré el labio? —le pregunté cuando lo encontré. Encendí la luz del techo, amarilla y poco intensa debido al bajo voltaje.

 

—Es imposible —dijo Kisten levantando la voz en la distancia—. Están dise?ados para no cortar —a?adió mientras se ponía justo detrás de mí. Yo me sobresalté y me di con el codo contra la pared de aquella peque?a habitación.

 

—?Dios, odio que hagas eso! —exclamé.

 

—Yo también quiero verlo —dijo rodeándome la cintura con un brazo y acurrucando la cabeza entre mi cuello y mi hombro.

 

Sus ojos no estaban en mi reflejo. Intentando ignorar las cosquillas que me provocaban sus labios, me miré al espejo tocando con la lengua la parte de atrás de las fundas. Tenían una suave curva y la parte de atrás era angular. Sonreí, giré la cabeza para echar un buen vistazo y vi como encajaban en el espacio cóncavo que había entre mis dientes inferiores. Entonces recordé fugazmente cuando tenía ocho a?os y llevaba colmillos de cera en Halloween.

 

—Deja de alardear de tus dientes —gru?ó Kisten.

 

Yo me giré para tenerlo delante mientras él recorría con sus manos mi cintura.

 

—?Por qué? —dije chocándome contra él sugerentemente—. ?Te molesta?

 

—No —dijo con una voz suave y me agarró con más fuerza.

 

Allí dentro no había demasiado espacio, pero cuando intenté apartarlo se puso firme. Su cuerpo era cálido y sólido y me quedé donde estaba. Le puse los brazos alrededor del cuello y me agarré a él para mantener el equilibrio.

 

—?Te gustan? —le susurré a pocos centímetros de la oreja.

 

—Sí.