Por unos demonios más

Técnicamente, Kisten estaba trabajando (por eso estábamos aquí y no en un restaurante de verdad), pero cuando nos colamos en la cocina para coger una botella de vino y el pan, le había oído decirle a Steve que no quería que lo molestasen a menos que alguien tuviese sangre en la boca.

 

Me sentía genial por ocupar un lugar tan alto dentro de sus prioridades y, con ese pensamiento todavía en la cabeza, levanté la mirada y vi que Kisten me estaba observando desde el otro lado de la mesita baja de café que había entre ambos. La vela les daba a sus ojos azules una oscuridad artificial y peligrosa.

 

—?Qué? —le pregunté, poniéndome colorada. Era evidente de que llevaba observándome ya un rato.

 

Su sonrisa de satisfacción se hizo aún mayor y sentí un escalofrío de emoción.

 

—Nada —dijo con voz suave—. Cada vez que piensas algo se refleja en tu cara. Me gusta mirarte.

 

—Mmm. —Avergonzada, dejé el plato encima del suyo vacío y me recosté en el sofá con la copa de vino en la mano. él se puso de pie y se sentó a mi lado. Se recostó también y exhaló con satisfacción cuando nuestros hombros se tocaron. El disco del equipo de música cambió de pista y sonó un suave jazz. No iba a decir nada sobre la incongruencia que suponía mezclar vampiros con un saxofón soprano, así que suspiré y disfruté del olor a cuero y seda mezclado con su aroma a incienso y el olor persistente a salsa para pasta. Pero mi sonrisa se desvaneció cuando empecé a sentir un cosquilleo en la nariz.

 

Mierda. ?Minias? No tengo mi espejo mágico. Me entró el pánico y, tras zafarme del abrazo de Kisten, me puse de pie. Conseguí poner la copa sobre la mesa de café justo a tiempo para estornudar.

 

—Salud —dijo Kisten suavemente agarrándome la cintura con la mano para volver a acercarme a él, pero al ver que me ponía rígida, se inclinó hacia delante—. ?Estás bien? —a?adió con auténtica preocupación en la voz.

 

—Te lo diré en un minuto. —Tomé aire con cuidado varias veces. Relajé los hombros. Para no preocupar a Ivy ni a Jenks, me había encerrado en mi cuarto antes de la puesta de sol y había creado mi contrase?a. Maldita sea, debería haber dibujado el glifo en un espejo de bolsillo.

 

Kisten me estaba mirando y yo dije:

 

—Estoy bien —dije tras decidir que no era más que un estornudo. Exhalé lentamente y volví a sentarme para disfrutar de su calidez. Me pasó el brazo por detrás del cuello y yo me acurruqué contra él, feliz por tenerlo a mi lado, por estar yo a su lado y porque ninguno de los dos tuviese que estar en otro lugar.

 

—Esta noche no has hablado mucho —dijo Kisten—. ?Estás segura de que estás bien? —dijo mientras me acariciaba el cuello buscando mi cicatriz de demonio, que estaba oculta bajo mi piel perfecta. Aquello me hizo cosquillas.

 

Me estaba preguntando cómo estaba yo, pero sabía que él estaba pensando en el beso de Ivy. Contuve un escalofrío cuando sus dedos me encendieron la cicatriz y el recuerdo de aquel beso se mezcló con las sensaciones que me estaba provocando.

 

—Tengo muchas cosas en la cabeza —dije. No me había gustado la combinación de su tacto con el recuerdo del beso de Ivy. Ya estaba bastante confusa.

 

Me giré en sus brazos para tenerlo de frente y me aparté de él buscando otra cosa en la que concentrarme.

 

—Estoy pensando que esta vez se me ha ido de las manos, eso es todo. Con los hombres lobo.

 

Kisten me miró con dulzura con aquellos ojos azules.

 

—Después de verte doblegar a dos de las manadas más influyentes de Cincinnati, yo diría que no, que no se te ha ido de las manos. —Entonces esbozó una sonrisa aún mayor con un ligero toque de orgullo—. Me ha encantado ver cómo trabajas, Rachel. Esto se te da muy bien.

 

Se me escapó un resoplido de descrédito. No eran los hombres lobo los que me preocupaban, sino cómo había conseguido hacerlos retroceder. Exasperada, recosté la cabeza sobre el respaldo del sofá y cerré los ojos.

 

—?No me viste temblar?

 

Abrí los ojos de repente cuando Kisten cambió de postura y me deslicé en el sofá hasta donde estaba él. Nuestros cabellos se mezclaron y, acariciándome la oreja con los labios, me dijo:

 

—No.

 

Sentía su respiración sobre mi hombro y no me moví para nada excepto para jugar con su lóbulo desgarrado entre mis dedos.

 

—Me gustan las mujeres que saben cuidarse solas —a?adió—. Me pusiste muy cachondo.

 

No pude evitar sonreír, pero la sonrisa desapareció demasiado rápido.

 

—?Kisten? —dije, sintiéndome de repente vulnerable a pesar de estar entre sus brazos—. De verdad, estoy asustada. Pero no por los hombres lobo.

 

Kisten dejó de acariciarme. Apartó el brazo con el que me estaba rodeando, se echó hacia atrás y me agarró la mano.

 

—?Qué pasa? —dijo, mirándome con mucha preocupación.

 

Avergonzada, miré nuestros dedos entrelazados y vi las diferencias.