Por unos demonios más

Ignorándome, el se?or Ray se apoyó en la mesa y se dirigió a la se?ora Sarong.

 

—No tienes pelotas para quitarme lo que es mío por derecho. Encontraremos la estatua y te arrastrarás a mis pies como la puta que eres.

 

?Vaya!, pensé, y de repente lo entendí. Todo esto tenía que ver con el foco, no con que quisiesen matarse entre ellos. Miré a David, que tenía los labios apretados. Caso resuelto. Se estaban matando los unos a los otros.

 

Pero la se?ora Sarong se estaba llevando poco a poco la mano a la cintura y a la pistola de una sola bala que probablemente guardaba allí.

 

—Yo no maté a tu secretaria —dijo, intentando que Ray concentrase su atención en su cara y no en sus manos—. Pero me gustaría darle las gracias a quien lo ha hecho. Matar a mi ayudante para fingir que no tienes el foco te convierte en un cobarde. Si no puedes guardarlo con tu propia fuerza y tienes que recurrir al disimulo, no mereces tenerlo. De todas formas yo tengo más control sobre Cincinnati que tú.

 

—?Yo! —gritó el indignado hombre lobo y, al oírlo, Steve entró para echar un vistazo rápido—. Yo no lo tengo, pero por mis muertos que lo conseguiré. Ni siquiera he empezado aún a ocuparme de tu manada infestada de perros, pero acabaré con cada uno de sus miembros si continúas con esta farsa.

 

Por el rabillo del ojo vi a David agarrar su pistola matavampiros con gesto amenazante. Las dos facciones se estaban poniendo nerviosas.

 

—Ya basta —dije, sintiéndome como la monitora del patio—. ?Cierren los dos el pico!

 

El se?or Ray se giró hacia mí.

 

—Tú, bruja, ?eres una ramera ladrona y llorica! —exclamó el hombre lobo regordete, intentando afianzar su supremacía.

 

David levantó su rifle y los hombres lobo que habían traído como refuerzo empezaron a revolverse. Al otro lado de la mesa, la se?ora Sarong sonrió como el mismísimo demonio y cruzó las piernas, diciendo lo mismo que el se?or Ray pero sin pronunciar una sola palabra. Aquello se me estaba yendo de las manos. Tenía que hacer algo.

 

Cabreada, me erguí e invoqué una línea. De inmediato mi cabello empezó a flotar y oí un murmullo de preocupación procedente del centro de la habitación. Me concentré en ellos dos, incapaz de romper el contacto visual.

 

—Creo que quería decir hechicera en lugar de ramera —dije con voz suave mientras movía los dedos fingiendo lanzar un hechizo de líneas luminosas. No era cierto, pero ellos no lo sabían—. Le sugiero que se relaje. Y lo de ese pez fue un rescate, no un robo. —A?adí, sintiendo que se me calentaba la cara. De acuerdo, quizá todavía tenía cargo de conciencia—. Son los dos unos idiotas —a?adí mirando al se?or Ray—. Matarse los unos a los otros por una mierda de estatua cuando ninguno la tiene es patético.

 

La se?ora Sarong carraspeó.

 

—?Cómo sabes que él no tiene el foco? —dijo, alargando las palabras.

 

Se me pasaron por la cabeza un montón de respuestas, pero la única que creerían sería la que parecía más imposible.

 

—Porque lo tengo yo —dije, rezando para que aquella fuese la repuesta que me permitiese seguir respirando otro día más.

 

Mi declaración tuvo el silencio por repuesta. Luego el se?or Ray se echó a reír. Yo di un respingo cuando dio una palmada en la mesa, pero la mirada de la se?ora Sarong estaba clavada en los hombres lobo que estaban a mis espaldas y se estaba poniendo pálida.

 

—?Tú! —dijo el hombre lobo entre risotadas—. Si tú tienes el foco me comeré mis calzoncillos.

 

Yo fruncí los labios, pero la se?ora Sarong fue la siguiente en hablar.

 

—?Te gusta la seda con kétchup, Simón? —dijo con acritud—. Porque creo que sí lo tiene.

 

El se?or Ray dejó de reírse. Observó la palidez de la cara de la se?ora Sarong y luego me miró a mí.

 

—?Ella? —dijo con descrédito.

 

Se me aceleró el pulso y me pregunté si habría cometido un error y si se aliarían para quitármelo antes de volver a enfrentarse de nuevo entre ellos.

 

—Mira su alfa —dijo la delgada mujer se?alando con sus ojos a David.

 

Y todos lo miramos. David estaba medio sentado en una mesa con un pie apoyado en el suelo y el otro colgando. Tenía el abrigo abierto, mostrando su cuerpo escultural, y tenía el rifle en las manos. Sí, era una pistola grande pero, como había dicho Jenks, allí había otras diecinueve armas. Y aun así estaba consiguiendo mantener a dos manadas agresivas quietas y en silencio.

 

David siempre había sido un tipo impresionante, con la planta de un alfa y el misticismo de un solitario. Pero incluso yo podía notar el cambio en su actitud: no es que fuese capaz de dominar a otros hombres lobo, sino que esperaba que se subyugaran a él sin rechistar. Era la magia del foco corriendo por su interior. Había ganado el poder de la creación y, aunque había producido las muertes de inocentes, no reducía la magnitud de lo que aquello significaba.