—Tuve que amenazarlos con enviarles a un demonio para mantenerlos a raya. —Levanté los ojos y vi las arrugas de preocupación en su frente—. Me siento como una practicante de magia demoníaca —concluí—. Soy una idiota por tirarme el farol del demonio. O una cobarde, quizá.
—Cari?o… —dijo Kisten llevando mi cabeza hacia su pecho—. No eres ni una cobarde ni una practicante. Es un farol, y muy bueno, por cierto.
—Pero ?y si no es un farol? —dije apoyada contra su camisa pensando en toda la gente a la que había criticado por utilizar magia negra. Su intención no era convertirse en la gente alocada y fanática que yo metía en el asiento trasero de un taxi y llevaba a rastras a la SI—. Hoy vino a hablar conmigo un tío —dije mientras jugaba con el botón superior de su camisa—. Me invitó a unirme a su culto demoníaco.
—Mmm. —Su voz retumbó en mi interior—. ?Y qué le dijo mi estupenda cazarrecompensas?
—Que ya sabía por dónde se podía meter su club. —Kisten no dijo nada, y yo a?adí—: ?Y si no se tragan mi farol? Si le hacen da?o a Ivy o a Jenks…
—Shhh —dijo para hacerme callar mientras me acariciaba el pelo con delicadeza—. Nadie va a hacerle da?o a Ivy. Es una vampiresa Tamwood y sucesora de Piscary. Y ?por qué iba nadie a hacerle da?o a Jenks?
—Porque saben que me importa. —Levanté la cabeza para inspirar aire fresco—. Quizá lo haga —dije asustada—. Si alguien le hace da?o a Jenks o a su familia, quizá invoque a Minias e intercambie mi marca.
—Minias —dijo Kisten sorprendido—. Pensé que en teoría tenías que mantener en secreto sus nombres.
En su voz había más que un ligero toque de celos y sentí que se me iba formando una sonrisa en la cara.
—Ese es su nombre informal. Tiene ojos de cabra rojos, un sombrero extra?o de color morado y una novia loca.
—Mmm. —Kisten me acercó más a él y me rodeó con sus brazos—. Quizá debería llamar a ese tío. Llevarlo a jugar a los bolos para que podamos intercambiar impresiones sobre novias locas.
—Déjalo ya —dije rega?ándolo, pero había conseguido ponerme de buen humor—. Estás celoso.
—Sí, claro, estoy celoso. —Estuvo callado durante un momento y luego se inclinó hacia delante—. Quiero darte tu regalo antes de tiempo —dijo estirándose sobre el brazo del sofá para coger algo del suelo.
Me giré y apoyé la espalda en el brazo del sofá. Kisten colocó el paquete en mis manos y sonreí. Era evidente que no lo había envuelto él. El lazo que tenía alrededor tenía impreso el nombre La cripta de Valeria, un suministrador exclusivo de ropa en el que cuanta menos tela tuviese la prenda, más te desplumaban.
—?Qué es? —pregunté mientras sacudía la caja tama?o camisa y algo hacía ruido.
—ábrelo y mira —dijo mirándome a mí y luego la caja.
Había algo extra?o en su comportamiento. Una mezcla entre ilusión y vergüenza. Como no soy de las que guarda el papel, lo rompí y tiré de él pasando una u?a por debajo del único trozo de celo que mantenía cerrada la caja. Oí el frufrú del papel de seda y me animé al ver lo que había debajo.
—?Jo, qué bonito! —dije mientras levantaba el body—. Justo a tiempo para las noches de verano.
—Es comestible —dijo Kisten con un brillo en los ojos.
—?Madre mía! —exclamé levantándolo y preguntándome cómo podríamos explorar esta nueva posibilidad. Recordando el ruido seco que había oído, dejé el body a un lado—. ?Qué más hay aquí? —pregunté mientras hurgaba en la caja. Mis dedos se toparon con una caja peque?a y suave y, al reconocer su forma, mi rostro perdió toda expresión. Era la caja de un anillo. Oh, Dios mío—. ?Kisten? —dije en voz baja y con los ojos abiertos de par en par.
—ábrela —me dijo, acercándose a mí.
Con manos temblorosas, le di la vuelta para encontrar la abertura. No sabía qué hacer. Amaba a Kist, pero no estaba preparada para comprometerme. Dios, ni siquiera estaba preparada para ser la novia de nadie. Cómo iba a estarlo con dos manadas de hombres lobo en busca del foco, demonios apareciéndose en cualquier momento y un se?or de los vampiros que me quería matar. Por no hablar de una compa?era de piso que quería ser algo más que eso y yo, que no sabía qué hacer con la situación. ?Cómo iba a embarcarme en una relación permanente cuando no podía dejar que me mordiese?
—Pero, Kisten… —tartamudeé con el pulso a mil.
—Tú solo ábrela —dijo con impaciencia.
Contuve el aliento y la abrí. Me quedé perpleja. No era un anillo. Eran un par de…
—?Fundas? —pregunté. Sentí un gran alivio. Lo miré y noté su nerviosismo. No eran sus fundas. No, estas eran afiladas y puntiagudas. ?Y eran para mí?
—Si no te gustan las devolveré —dijo. Su habitual confianza en sí mismo había desaparecido—. Pensé que podría ser divertido usarlas de vez en cuando. Si tú quieres…
Cerré los ojos. No era un anillo. Era un juguete. Debería haberlo supuesto después de lo del body comestible.
—?Me has comprado unas fundas?
—Bueno, sí. ?Qué pensabas que era?