Por unos demonios más

Kisten ladeó la cabeza, me sujetó los hombros y me besó en la base del cuello, suavemente, dudando, como si nunca antes me hubiese tocado. Aquella sensación me dejó sin aliento y el rastro ardiente del deseo atravesó mi piel dulcemente. Dejé que me invadiera, tratando de hundirlo más en mi ser. La pausa para recuperar el aliento había terminado. Oh, Dios. Tengo que hacer algo.

 

Busqué a tientas sus pantalones. El botón de arriba estaba desabrochado, bajé la cremallera y luego los pantalones para darle la libertad que necesitaba. él tenía las manos en mi zona dorsal, le pasé las manos por el cuello y me eché un poco hacia abajo para que me pudiese bajar los pantalones. Solo toqué el suelo con los pies para sacudirme los pantalones y quitármelos, primero una pernera y luego la otra.

 

Impaciente, lo agarré más fuerte por el cuello y me volví a subir a la cómoda haciendo fuerza contra él. Sus manos recorrieron mis curvas hasta llegar a la cintura y luego más arriba. Dejé salir un gemido de placer cuando él bajó la cabeza. Me acarició un pecho con una mano mientras pasaba los labios sobre el otro, tirando de él y jugando. Me estaba mostrando con sus dientes lo que podría hacer si se lo permitiese, casi prometiéndomelo.

 

Si no hubiera tenido las fundas puestas me habría mordido. La adrenalina me invadió hasta lo más profundo y yo bajé las manos para tocar su piel tersa y suave. Se restregó con fuerza contra mí y yo le correspondí. Dio un tirón repentino y se inclinó para pasarme los labios por la base del cuello. Aquella necesidad contenida lo convertía en un salvaje.

 

Los sentimientos surgieron a chorro desde mi cicatriz. Me habría desplomado si él no me hubiera estado sujetando. él aflojó el ritmo y, con el corazón desbocado, recuperé el aliento. Al acariciarlo sentí la suavidad y la calidez de su piel, que contrastaban en gran medida con la piel callosa de sus manos. Su respiración se agitó y sus dientes juguetearon con la piel alrededor de la cicatriz. Aquello me volvió loca de deseo, quería que me tomase por completo. Cerré los ojos y los apreté al sentir la llegada del éxtasis. Di un grito ahogado, sobresaltada, cuando dejó de provocarme y me mordió sin rasgarme la piel, pero con mucha fuerza. Lo único que lo detenía eran sus dientes enfundados.

 

Me puse tensa y gemí. Aquello lo encendió.

 

Me agarró con más fuerza los hombros y, con una rapidez vampírica, me acercó más a él. Yo volví a soltar otro grito ahogado. Entonces volví a agarrarlo por el cuello, cambié de postura para ponérselo más fácil y me sujeté a él sin apoyarme en la cómoda. él penetró en mí con una exquisita lentitud que remplazó la razón con una necesidad desesperada. Tomé aire entrecortadamente. Con los labios separados, inhalé su aroma hasta mi interior mientras él llenaba tanto mi mente como mi cuerpo.

 

Nos movimos juntos mientras él me sujetaba. Yo lo tenía agarrado por el cuello para mantenerme aferrada a él y me di cuenta de que, aparte de lo que era evidente, solo podía tocarle con los labios. Me di cuenta de la restricción que me había puesto a mí misma y, con una desesperación frustrada, busqué su cuello y recorrí las viejas cicatrices, sintiendo un deseo cada vez más embriagador con cada movimiento.

 

Kisten respiraba agitadamente y me sostenía contra él con una ferviente necesidad, avanzando hacia el clímax. Me estaba besando y apretando con la boca. Entonces me vino a la cabeza la imagen de Ivy clavándome los dientes. El miedo a lo desconocido descendió hasta mi ingle y Kisten gimió al sentirlo.

 

Quería que Ivy me mordiese, quería sentir aquella dicha absoluta consciente de que aquel acto era una afirmación de que por ella valía la pena sacrificarse, y todo ello cubierto con la embriagadora emoción del riesgo que yo tanto ansiaba. Aun así, confiaba en que no me obligaría a atarme a ella. Pero Kisten… En lo más profundo de mi corazón seguía siendo un desconocido, el aliciente del subidón de adrenalina que me llevaba a arriesgarlo todo. La protección de Ivy era como un apoyo que me permitía ser vulnerable sin arriesgarme a que me atase a él. No me podía morder. Pero quizá… yo sí lo podía morder a él.

 

Al pensar en aquello la adrenalina me recorrió las venas y me aferré a él mientras obligaba a sus labios a unirse a los míos. Oh, Dios, quiero morderlo, me di cuenta. No quería hacerle sangrar ni probar su sangre. Pero podría llenarle con aquella ola de éxtasis embriagadora que estaba justo debajo de su piel. El sentimiento de dominio sobre él era casi tan fuerte como el miedo. Y no estaba acostumbrada a decirme que no a mí misma.

 

—Kisten… —dije respirando con fuerza mientras me separaba—. ?Prometes no morderme si yo te muerdo?

 

A él le temblaron las manos.

 

—Lo prometo —susurró—. Tú me lo has pedido y yo te he dicho que sí. Oh, Dios, Rachel. Puede que sientas algún vestigio de mi hambre. Pero no es tuya. No temas.