—Déjalo ya… —protesté—. Haces que parezca una… una… —No sabía cómo calificarme a mí misma y zorra sonaba demasiado mal.
—?Zorra de sangre?
—?Cállate! —exclamé y él gru?ó cuando le di un codazo al moverme.
—Estate quieta —dijo abrazándome y sujetándome donde estaba, contra él—. No lo eres.
Lo perdoné y me dejé arrastrar de nuevo a su cálido abrazo. Me pasó la mano por el pelo, acariciándome, y observé las luces de la ciudad reflejadas en el techo bajo mientras me invadía una profunda languidez. Pasé la lengua por la parte interior de las fundas y sentí su sabor hasta la garganta, pero no podía concentrarme lo suficiente para decidir si me gustaba sentirlo allí o no. Mi pulso disminuía llevándose con él mis pensamientos. Sabía que debería estar preocupada por Ivy, pero lo único que pude decir fue un somnoliento:
—Ivy…
—Shhh —susurró él sin dejar de mover la mano para calmarme—. No pasa nada. Me aseguraré de que lo entienda.
—No te voy a abandonar, Kisten —dije, pero sonó como si estuviese intentando convencerme a mí misma.
—Ya lo sé.
Y en el silencio que acompa?ó a esa frase oí los ecos de las mujeres que habían pasado antes que yo por sus brazos y que le habían dicho lo mismo.
—No ha sido un error —susurré cerrando los ojos. Sabía que estaba glucémica. Probablemente sus feromonas me habían afectado especialmente por haber bebido su sangre—. No he cometido un error.
él seguía acariciándome la cabeza a la misma velocidad, ni más lenta ni más rápidamente.
—No es un error —asintió.
Más tranquila, me apoyé en él e inhalé su aroma en busca de consuelo. No iba a abandonar ese sentimiento, pasase lo que pasase.
—?Y ahora qué hacemos? —murmuré mientras empezaba a quedarme dormida.
—Lo que nos salga de las narices —respondió él—. Venga, duérmete.
Me destensé por completo y me pregunté si debería quitarme las fundas.
—?Lo que queramos? —susurré, sorprendida por lo naturales que parecían. Me había olvidado de que las llevaba puestas.
—Sí, lo que queramos —dijo él—. Descansa. Hace días que no duermes como Dios manda.
A salvo en los brazos de Kisten, cerré los ojos sintiéndome segura, más segura que nunca desde la muerte de mi padre. En ese momento noté el suave movimiento del barco meciéndome hacia la inconsciencia. Mi mente, mi cuerpo y mi alma estaban saciados. Kisten me pasó el brazo por encima. Era como el edredón más cálido en la ma?ana más fría. Exhalé y encontré una paz que no sabía que a?oraba.
En una extra?a mezcla entre el sue?o y la consciencia, oí a Kisten suspirar mientras me acariciaba el pelo de alrededor de la frente.
—No nos dejes, Rachel —susurró. Estaba claro que no sabía que seguía despierta—. Ni Ivy ni yo podríamos superarlo.
20.
De pie, a la puerta de la iglesia bajo el sol de primera hora de la tarde, cambié de mano la bolsa de papel brillante con bollos de tres dólares y me metí el vaso de delicioso café debajo del brazo. Con la mano que tenía libre, agarré la manilla y empujé la pesada puerta. Me resbaló el asa del bolso hasta el hombro y perdí un poco el equilibrio, pero solté el aliento que había contenido cuando se abrió. Afortunadamente, no habían echado el pestillo. Ivy me oiría seguro si hubiese entrado por detrás.
Escuché y abrí más la puerta. Tenía el estómago revuelto. Me gustaría decir que era por la falta de sue?o, pero sabía que era porque sabía cómo se iba a desarrollar la próxima hora. Kisten ni me había rasgado la piel, pero Ivy iba a estar cabreada, especialmente después de haber sido tan clara ayer. De un modo u otro mi vida iba a cambiar… en los siguientes sesenta minutos.
Tampoco iba a permitir que Kisten presenciase la pelea. Ivy era mi compa?era de piso, había sido decisión mía. Y una vez sofocado mi leve ataque de pánico en el cuarto de ba?o de Kisten esta ma?ana, lo había convencido para que me dejase contárselo a mí. Ella quería una relación conmigo y, si yo actuaba con toda naturalidad y sin arrepentirme, ella ocultaría sus sentimientos hasta que pudiese afrontarlos. Si él se le acercaba con una actitud sumisa y culpable, ella se volvería loca y quién sabe lo que podría hacer. Además, Ivy me había mostrado lo que podía ofrecer y luego se había marchado. ?Qué esperaba que hiciese yo? ?Qué no me acostase con Kisten mientras me lo pensaba? Kisten era mi novio.
Pero ella era mi amiga y sus sentimientos me importaban.