Los Hijos de Anansi

—Habíamos quedado para comer —replicó Rosie. Parecía estar esperando que apareciera de repente un tipo con un micrófono y le dijera eso de ?sonríe, estás saliendo por la tele? mientras se?alaba hacia una cámara oculta.

 

—Sí —dijo Ara?a—, ya lo sé. Pero creo que alguien ha intentado matarme hace un momento. Y se hizo pasar por ti.

 

—Nadie intenta matarte —dijo Rosie, tratando de disimular, sin éxito, las ganas de reír.

 

—Bueno, pues aunque no haya nadie intentado matarme, ?podemos pasar de la comida e irnos directos a mi casa? Podemos comer algo allí.

 

—Claro.

 

Rosie se fue con él y, de pronto, se fijó en que Gordo Charlie había perdido mucho peso. Le sentaba bien, pensó. Le sentaba muy bien. Caminaron en silencio por Maxwell Gardens.

 

—Pero bueno... —dijo Ara?a.

 

—?Qué?

 

él le ense?ó la servilleta. La mancha de sangre había desaparecido. Ahora, la servilleta estaba inmaculadamente blanca.

 

—?Es algún truco de magia?

 

—Sí lo es, no he sido yo —contestó—. Esta vez, no.

 

Tiró la servilleta a una papelera. En ese mismo momento, un taxi se detuvo justo delante de la casa de Gordo Charlie. Era Gordo Charlie; traía la ropa arrugada y el sol le hacía gui?ar los ojos. Llevaba una bolsa de plástico blanca.

 

Rosie miró a Gordo Charlie. A continuación, miró a Ara?a. Y volvió a mirar a Gordo Charlie, que acababa de sacar de la bolsa una enorme caja de bombones.

 

—Son para ti–le dijo.

 

Rosie cogió los bombones y dijo:

 

—Gracias.

 

Allí había dos hombres con un aspecto y una voz completamente diferentes y, aun así, no era capaz de distinguir cuál de los dos era su novio.

 

—Me he vuelto loca, ?verdad? —dijo Rosie, su voz era inexpresiva. Ahora que sabía que estaba loca, las cosas empezaban a tener sentido.

 

El Gordo Charlie delgado, el del pendiente, le puso una mano en el hombro.

 

—Será mejor que te vayas a casa —le dijo—. Cuando llegues, échate una siesta. Al despertar, no recordarás nada de esto.

 

?Bueno —pensó ella—, la vida es más fácil así. Es mejor tener un plan.? Se volvió a su casa caminando con paso resuelto y llevándose su caja de bombones.

 

—?Qué le has hecho? —le preguntó Gordo Charlie—. Parece haber desconectado de repente.

 

Ara?a se encogió de hombros.

 

—No quería preocuparla —dijo.

 

—?Por qué no le has contado la verdad?

 

—No me ha parecido oportuno.

 

—?Desde cuándo sabes distinguir lo que es oportuno y lo que no?

 

Ara?a tocó la puerta de la casa y ésta se abrió sola.

 

—Soy yo quien tiene las llaves, ?sabes? —dijo Gordo Charlie—. Es la puerta de mi casa.

 

Entraron y subieron al piso de arriba.

 

—?Dónde has estado? —le preguntó Ara?a.

 

—Por ahí —contestó Gordo Charlie, como si fuera un adolescente.

 

—Unos pájaros me han atacado hace un rato, en un restaurante. ?Tienes idea de por qué? Tú lo sabes, ?no?

 

—Pues la verdad es que no. A lo mejor sí. Simplemente es hora de que te vayas, nada más.

 

—No empieces —le dijo Ara?a.

 

—?Yo? ?Que yo no empiece? Creo que he sido un verdadero ejemplo de contención. Fuiste tú el que se metió en mi vida. Tú cabreaste a mi jefe y él me echó encima a la poli. Tú, tú has estado besando a mi novia. Tú me has jodido la vida.

 

—Hey —dijo Ara?a—. ?Desde cuándo necesitas tú ayuda de nadie para joderte la vida? Si lo haces de maravilla tú solito...

 

Gordo Charlie cerró el pu?o, tomó impulso, y le lanzó un golpe directo a la mandíbula, como en las películas. Ara?a se tambaleó, más por la sorpresa que por el golpe en sí. Se llevó la mano a los labios y, luego, se miró la sangre en los dedos.

 

—Me has dado un pu?etazo —le dijo.

 

—Y más que podría darte —respondió Gordo Charlie, que no estaba muy seguro de poder volver a hacerlo. Le dolía la mano.

 

—?Ah, sí? —replicó Ara?a.

 

Se lanzó sobre Gordo Charlie y la emprendió a pu?etazos. Gordo Charlie le pasó el brazo por la cintura y ambos cayeron al suelo.

 

Rodaron por el suelo del pasillo sin dejar de pelearse. Gordo Charlie se temía que Ara?a iba a contraatacar con algún tipo de magia, o que iba a resultar que tenía una fuerza sobrehumana, pero la pelea estaba bastante igualada. Ambos peleaban sin ninguna técnica, como ni?os —como hermanos— y, mientras peleaban, Gordo Charlie recordó una escena similar que había vivido hace muchos, muchos a?os. Ara?a era más listo y más rápido, pero si Gordo Charlie conseguía ponerse encima y sujetarle las manos...

 

Gordo Charlie agarró la mano derecha de Ara?a y se la sujetó a la espalda. Luego, se sentó encima de su hermano, cargando todo su peso sobre él.

 

—?Te rindes?—dijo.

 

—No. —Ara?a se retorció tratando de soltarse, pero Gordo Charlie dominaba la pelea desde su posición, sentado sobre el pecho de Ara?a.

 

—Quiero que me prometas —dijo Gordo Charlie— que saldrás de mi vida y que nos dejarás en paz de una vez a Rosie y a mí.

 

Ara?a se resistió con más furia aún y consiguió derribar a Gordo Charlie, que aterrizó de cualquier modo en el suelo de la cocina.

 

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