Los Hijos de Anansi

Así que se fueron detrás de los matorrales que estaban junto al camino y empezaron a besuquearse y a reírse y a ponerse tontos y, luego, cuando Anansi ya había conseguido lo que quería de la Mujer Pájaro, ella le dijo: ?Y ahora, ?qué hay de ese secreto que guardas tan celosamente, Anansi??.

 

Y Anansi le contestó: ?Bueno, la verdad es que no pensaba compartirlo con nadie, pero te lo voy a contar. Es un ba?o de hierbas, está en ese agujero que hay en el suelo. Mira, echaré dentro estas hojas y estas raíces. Ya está. Todo el que se ba?e aquí vivirá eternamente y no volverá a sentir dolor. Yo ya me he ba?ado y ahora soy tan fogoso como un cabritillo. Pero creo que no voy a dejar que nadie más se ba?e aquí?.

 

La Mujer Pájaro miró la burbujeante agua y de un salto se metió en el puchero.

 

?Está muy caliente, Anansi?, dijo.

 

?Tiene que estar caliente para que las hierbas hagan efecto?, le contestó Anansi. Y, entonces, cogió la tapa y la colocó sobre el puchero. La tapa pesaba mucho, y Anansi colocó una piedra encima de ella para que pesara todavía más.

 

?Pum! ?Pam! ?Pom! La Mujer Pájaro golpeaba la tapa con todas sus fuerzas.

 

?Si te dejo salir ahora —gritó Anansi—, se perderán los efectos beneficiosos del ba?o. Relájate y siente la salud que empieza a correr por tus venas.?

 

Pero la Mujer Pájaro o no le oía o no le creyó, porque siguió golpeando y empujando la tapa todavía un rato. Luego, paró.

 

Aquella noche, Anansi y su familia cenaron una exquisita sopa de Pájaro y Pájaro hervido. Tardaron muchos días en volver a tener hambre.

 

Desde aquel día, los pájaros comen ara?as siempre que se presenta la ocasión, y un pájaro y una ara?a no podrán hacerse amigos jamás.

 

En otra versión de este cuento, Anansi acaba también dentro del puchero. Todos los cuentos son de Anansi, pero no por eso sale siempre bien parado en ellos.

 

 

 

 

 

Capítulo Octavo

 

 

En el que una cafetera demuestra ser un objeto muy útil

 

?Si alguien estaba haciendo uso de su poder para echar a Ara?a de allí, Ara?a no se había enterado siquiera. Por el contrario, Ara?a se lo estaba pasando de maravilla suplantando a Gordo Charlie. Se lo estaba pasando tan bien, que empezaba a preguntarse por qué no lo había hecho antes. Aquello era más divertido que un barril lleno de monos. [7]

 

Lo que más le gustaba a Ara?a de suplantar a Gordo Charlie era Rosie.

 

Hasta ahora, Ara?a pensaba que todas las mujeres eran más o menos iguales. Siempre les daba un nombre falso y una dirección en la que sólo podrían localizarle durante unos días, no más de una semana y, por supuesto, el número de teléfono era el de un móvil. Las mujeres eran divertidas y muy decorativas, el mejor accesorio para un hombre, pero siempre había suficientes para ir cambiando; como aquellos platos de goulash en la cinta transportadora, cuando uno se acaba no tienes más que coger otro y a?adirle un poco de tu crema agria.

 

Pero Rosie...

 

Rosie era diferente.

 

No hubiera sabido decir qué tenía ella de diferente. Había intentado discernir qué cualidad la hacía diferente de las demás, pero no logró identificarla. En, cierta medida, tenía que ver con cómo se sentía él cuando estaba con ella: como si, a través de los ojos de Rosie, se viera como un hombre mucho mejor. Eso explicaba en parte por qué ella le parecía diferente.

 

A Ara?a le gustaba saber que Rosie sabía dónde encontrarle. Le hacía sentirse cómodo. Le encantaban aquellas curvas tan acogedoras, y ese empe?o que ponía en ir haciendo el bien sin mirar a quién, y su sonrisa. Lo cierto es que no había nada que no le gustara de Rosie, sólo le fastidiaba el no poder estar a todas horas con ella y, por supuesto, también había otro detalle que estaba empezando a fastidiarle de verdad: la madre de Rosie. Aquella noche, Gordo Charlie estaba en un aeropuerto a miles de kilómetros de distancia a punto de conseguir que le colaran en primera clase, mientras que Ara?a estaba en el apartamento de la madre de Rosie, en Wimpole Street, descubriendo lo horrible que podía llegar a ser aquella mujer.

 

—?Quién es éste? —preguntó, suspicaz, nada más abrirles la puerta.

 

—Soy Gordo Charlie Nancy —dijo Ara?a.

 

—?Por qué dice eso? —preguntó la madre de Rosie—. ?Quién es?

 

—Soy Gordo Charlie Nancy, su futuro yerno, y le caigo pero que muy bien —dijo Ara?a con gran convicción.

 

La madre de Rosie se tambaleó, pesta?eó y se quedó mirándole fijamente.

 

—Puede que seas Gordo Charlie —dijo, no muy convencida—, pero no me caes bien.

 

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