Los Hijos de Anansi

Maeve había querido mucho a Morris. Cuando él murió, ella no eliminó su nombre de la agenda del móvil, ni siquiera después de haber dado de baja el número de Morris y de haber devuelto su móvil. Su sobrino le había hecho una foto a Morris que era la que aparecía en el registro del móvil, y no quería perderla. Ojalá pudiera llamar a Morris y pedirle consejo.

 

Había dado su nombre abajo, en el portero automático, para que le abrieran el portal y, cuando llegó arriba, Grahame Coats estaba allí para recibirla personalmente.

 

—Vaya, vaya, cuánto bueno por aquí. Mi querida se?ora Livingstone, ?cómo está usted? —le saludó.

 

—Tengo que hablar contigo en privado, Grahame —dijo Maeve—. Ahora mismo.

 

Grahame Coats sonrió satisfecho; daba la casualidad de que muchas de sus fantasías comenzaban con Maeve diciendo unas palabras muy similares, a continuación de lo cual, ella empezaba a decirle cosas como: ?Te deseo, Grahame, tienes que poseerme aquí mismo? y ?Oh, Grahame, he sido una chica muy, muy, muy mala y necesito que alguien me dé unos buenos azotes? y, alguna que otra vez, aunque raramente: ?Grahame, eres demasiado hombre para una sola mujer, así que permíteme que te presente a mi hermana gemela, que ha venido completamente desnuda: Maeve II?.

 

Se dirigieron a su despacho.

 

Maeve, traicionando vagamente las fantasías de Grahame Coats, no dijo nada de poseerla allí mismo. Ni siquiera se quitó el abrigo. En lugar de eso, abrió su maletín y sacó un legajo que depositó sobre su escritorio.

 

—Grahame, siguiendo el consejo del director de mi sucursal, he mandado hacer una auditoría cotejando tus cifras y los extractos bancarios correspondientes a los últimos diez a?os, desde antes de que Morris falleciera. Puedes echar un vistazo, si quieres. Las cifras no cuadran. Ni por casualidad. Pensé que sería mejor venir a hablar contigo antes de llamar a la policía. Por respeto a la memoria de mi marido, sentí que debía hacerlo.

 

—Claro, claro —dijo Grahame Coats, suave como una serpiente pringada de mantequilla—. Lo comprendo, sí.

 

—?Y bien? —inquirió Maeve Livingstone, alzando una de sus perfectas cejas.

 

La expresión que había en la cara de Maeve no era precisamente tranquilizadora. A Grahame Coats le gustaba más en sus fantasías.

 

—Me temo que uno de nuestros empleados ha resultado ser un sinvergüenza, es alguien que lleva ya tiempo trabajando en la Agencia Grahame Coats, Maeve. En realidad, yo mismo he acudido ya a la policía. Les llamé la semana pasada, cuando me di cuenta de que algo estaba pasando. El largo brazo de la ley lo está investigando ya. Dado que muchos de nuestros clientes (tú, entre otros) son personas ilustres, la policía está llevando el caso con toda la discreción posible, ?quién podría culparles? —Ella no parecía haber bajado la guardia tal como él hubiera querido. Cambió de táctica—. Creen que podrán recuperar la mayor parte del dinero, si no todo.

 

Maeve asintió. Grahame Coats se relajó, pero sólo un poco.

 

—?Puedo preguntar quién es ese empleado?

 

—Charles Nancy. Debo decir que confiaba plenamente en él. Me quedé atónito al descubrirlo.

 

—Oh. Es un hombre muy amable.

 

—Pura fachada —sentenció Grahame Coats—, las apariencias enga?an.

 

Ella sonrió, tenía una sonrisa preciosa.

 

—A mí no me enga?as, Grahame. Esto es algo que lleva sucediendo desde hace mucho. Desde mucho antes de que Charles Nancy empezara a trabajar aquí. Probablemente desde mucho antes de que yo me casara con Morris. Morris confiaba ciegamente en ti, y tú fuiste capaz de robarle. Y ahora intentas cargarle el muerto a uno de tus empleados (o de tus cómplices). Bien, pues no te creo. Esto no va a quedar así.

 

—No —dijo Grahame Coats con aire compungido—. Lo siento.

 

Maeve recogió sus documentos.

 

—Sólo por curiosidad —dijo—, ?cuánto calculas que nos has robado a Morris y a mí en todos estos a?os? Yo diría que la cifra debe de rondar los tres millones de libras.

 

—Ah. —Grahame Coats había dejado de sonreír. Desde luego, la cifra era mucho más alta, pero lo admitió—, me parece que tus cálculos son correctos.

 

Se miraron fijamente a los ojos, Grahame Coats estaba calculando desesperadamente la cifra adecuada. Necesitaba comprar un poco más de tiempo. Eso era lo que necesitaba.

 

—?Y si...? —dijo—. ?Y si te lo devolviera todo, absolutamente todo, en metálico, ahora mismo? Con intereses. Digamos un cincuenta por ciento de la mencionada cifra.

 

—?Me estás ofreciendo cuatro millones y medio de libras? ?En efectivo?

 

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