Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

—Si, lo pone aquí —dije, y volví a mirar el libro—. Además, mejoras las voces de los cantantes.

Un don muy seductor. De todos modos, para eso había que ofrecerle además, después de la invocación —que ya de por sí parecía extremadamente complicada (debía de estar redactada en lengua babilónica)—, diversos sacrificios, de preferencia criaturas deformes aún vivas. Aunque eso no era nada en comparación con lo que había que hacer para que transformara metales en oro (otra habilidad suya). Los siquemitas, fuera quien fuese esa gente, lo habían idolatrado por ello, hasta que llegaron Jacob y sus hijos y todos los hombres de Siquem, y ?entre horribles tormentos lo mataron con sus espadas?. Muy bien, hasta aquí perfecto.

—?Berith está al mando de veintiséis legiones! —exclamó Berith con su voz resonante.

Como hasta ese momento aún no me había hecho nada, hice acopio de valor.

—Encuentro rara a la gente que habla de sí misma en tercera persona — respondí, y pasé la página.

Como espiraba, Berith volvió a desaparecer en el libro como humo arrastrado por el viento. Respiré aliviada.

—Interesante lectura —dijo una voz suave detrás de mí. Giré en redondo. El conde de Saint Germain había entrado en la habitación sin que me enterara. Su figura alta y delgada resultaba tan impresionante como siempre. El conde se apoyaba en un bastón con un pomo artísticamente tallado, y sus ojos oscuros brillaban alerta.

—Sí, muy interesante —murmuré algo vacilante.

Pero enseguida me rehíce, cerré el libro de golpe y me incliné en una profunda reverencia. Cuando volví a emerger de mis faldas, el conde sonreía.

—Me alegra que hayas venido —dijo, y me cogió la mano y se la llevó a los labios. El contacto fue casi imperceptible—. Me parece necesario que profundicemos en nuestra relación, porque nuestro primer encuentro no fue... muy afortunado, ?no es cierto?

No dije nada. En nuestro primer encuentro yo me había dedicado sobre todo a cantar mentalmente el himno nacional, el conde había hecho un par de comentarios ofensivos sobre la falta de inteligencia de las mujeres en general y en mi caso en particular, y al final me había apretado la garganta y me había amenazado de una forma nada convencional. Tenía razón: nuestro encuentro no había sido muy afortunado.

—Qué fría esta tu mano —dijo—. Ven, siéntate soy un hombre anciano y ya no puedo permanecer mucho rato de pie.

Rió, me soltó la mano y se sentó en el sillón detrás del escritorio.

Ante ese fondo de libros, parecía su propio retrato: un hombre sin edad de rasgos nobles, con ojos vivos, y una peluca blanca, envuelto en un aura de misterio y peligro a la que era imposible sustraerse. A rega?adientes, me senté en el otro sillón.

—?Te interesa la magia? —preguntó haciendo un gesto hacia las pilas de libros.

Sacudí la cabeza.

—Para ser sincera, no hasta el lunes pasado.

—Es un poco absurdo todo esto, ?no crees? Tu madre te deja creer durante todos estos a?os que eres una ni?a perfectamente normal, y ahora, de repente, tienes que hacerte a la idea de que eres parte importante de uno de los mayores secretos de la humanidad. ?Puedes imaginar por qué lo hizo?

—Porque me quiere.

Quise decirlo como si fuera una pregunta, pero sonó muy tajante.

El conde rió.

—?Si, así piensan las mujeres! ?Amor! Su sexo hace un uso realmente abusivo de este término. El amor es la repuesta. Siempre me conmueve cuando lo oigo. O me divierte, según el caso. Lo que las mujeres nunca entenderán es que los hombres, tienen una idea del amor completamente distinta a la suya.

Callé.

El conde ladeó un poco la cabeza.

—Sin esa concepción abnegada del amor, a las mujeres les resultaría mucho más difícil subordinarse al hombre en todos los terrenos.

Me esforcé en mantener una expresión neutra.

—En nuestra época, esto —?Gracias a Dios!— ha cambiado. En nuestros tiempos hombres y mujeres tienen los mismos derechos. Nadie tiene que subordinarse a nadie.

El conde rió de nuevo, y esta vez su risa se alargó más, como si le acabara de contar un chiste realmente divertido.

—Sí —contestó luego—. Ya me he informado sobre el tema. Pero créeme, no importa qué derechos se le concedan a la mujer, eso no cambia la naturaleza de las personas.

Bueno, ?qué se podía replicar a algo así? Seguramente lo mejor era callarse. Como el conde acababa de reconocer, es difícil cambiar la naturaleza de las personas, algo que sin duda podía aplicarse a la suya.

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