Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

El conde volvió a sonreír; era una sonrisa cálida, amistosa, pero tuve la sensación de que tras ella se ocultaba algo más. Algo diferente que yo no alcanzaba a interpretar.

—No hace tanto tiempo que la conoce. Los presenté hace poco. Es una viuda inteligente, joven y muy atractiva, y yo mantengo que a un joven nunca le viene mal… hum… disfrutar de la compa?ía de una mujer experimentada.

Me sentía incapaz de replicar, aunque estaba claro que se esperaba que lo hiciera.

—Lavinia Rutland es de esas benditas mujeres para las que supone una satisfacción poder transmitir sus experiencias —a?adió el conde.

Sí, desde luego. A mí también me había dado esa impresión. Indignada, bajé la vista y vi que instintivamente había apretado los pu?os. Lavinia Rutland, la dama del vestido verde. De ahí venía esa familiaridad de ayer por la noche… —Tengo la impresión de que ese encuentro no te complace —dijo el conde en tono suave.

En eso tenía razón. No me complacía en lo más mínimo. Tuve que hacer un gran esfuerzo para volver a mirarle a los ojos.

El conde seguía observándome con esa sonrisa cálida y amistosa.

—Peque?a, es importante aprender pronto que ninguna mujer puede aspirar a tener ninguna clase de derecho de posesión sobre un hombre. Las mujeres que lo hacen acaban rechazadas y solas. Cuanto más inteligente sea una mujer menos tardará en establecer un compromiso con la naturaleza del hombre.

?Dios, qué estúpida verborrea!

—Oh, pero naturalmente tú todavía eres muy joven, ?no? Diría que mucho más joven que otras muchachas de tu edad. Probablemente es la primera vez que te enamoras.

—No —murmuré yo.

?Pero sí! En todo caso era la primera vez que experimentaba esa sensación.

Tan embriagadora. Tan intima. Tan única. Tan dolorosa. Tan dulce.

El conde rió bajito.

—No hay motivo para avergonzarse por ello. Me habría decepcionado mucho que no fuera así.

Había dicho lo mismo en la soirée cuando se me habían saltado las lágrimas al oír tocar a Gideon.

—En el fondo es muy simple: una mujer que ama estaría dispuesta a dar la vida por su amado sin vacilar —explicó el conde—. ?Darías tú la vida por Gideon?

No era lo que más estaba deseando, la verdad.

—Aún no he pensado nunca en eso —dije confundida.

El conde suspiró.

—Lamentablemente, y gracias a la cuestionable protección de tu madre, Gideon y tú no han tenido mucho tiempo de estar juntos, pero estoy impresionado por lo bien que ha llevado el asunto. El amor brilla literalmente en tus ojos. El amor, ?y los celos!

?Qué asunto?

—No hay nada más fácil de predecir que la reacción de una mujer enamorada. No hay nadie más fácil de controlar que una mujer que se guía por sus sentimientos hacia un hombre —continuó el conde—. Ya se lo expliqué a Gideon en nuestro primer encuentro. Naturalmente, me duele un poco que malgastara tantas energías con tu prima... ?Cómo se llamaba?

?Charlotte?

Ahora le miré fijamente a los ojos. Por algún motivo pensé en la visión de la tía Maddy y en el corazón de rubí que caía al abismo desde las rocas. Me vinieron ganas de taparme los oídos solo para no tener que seguir oyendo la voz suave del conde.

—En ese aspecto, en todo caso, es mucho más sutil que yo a su edad — prosiguió—. Y hay que admitir que la naturaleza le ha proporcionado numerosas ventajas en ese terreno. ?Que cuerpo de Adonis! ?Qué rostro más bello, qué gracia, que dotes! Probablemente tampoco debe de tener que hacer gran cosa para que los corazones de las muchachas vuelen hacia él ?El león ruge en fa, con sus crines de puro diamante, multiplicatio, el súbito hechizo…? La verdad me golpeó como un mazazo. Todo lo que Gideon había dicho, sus caricias, sus gestos, sus besos, sus palabras, todo había tenido el único objetivo de manipularme. Para que me enamorara de él, igual que Charlotte antes. Para que fuéramos más fáciles de controlar.

Y el conde te?ía razón: Gideon no había tenido que hacer gran cosa para conseguirlo. Mi ingenuo y estúpido corazoncito había volado hacia él por sí solo y había caído a sus pies.

En mi interior vi al león aproximándose al corazón de rubí junto al abismo y barriéndolo de un zarpazo. Cayó a cámara lenta, golpeó contra el suelo y se partió en mil minúsculas gotitas de sangre.

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