—Naturalmente.
Gideon hizo un movimiento, pero el doctor White le sujetó con firmeza.
—?Quieres estarte quieto?
El doctor había desgarrado de arriba abajo la manga de la chaqueta de Gideon y la camisa que llevaba debajo. El brazo tenía costras de sangre, y por encima de ellas, ya casi en el hombro, se veía una peque?a herida. El joven fantasma Robert se quedó mirando horrorizado toda aquella sangre.
—?Quién te ha hecho esto? Hay que desinfectar y coser esta herida —dijo el doctor White muy serio.
—De ninguna manera. —Gideon se había puesto pálido, y de su buen humor de hacía un momento no quedaba ni rastro—. Podemos hacerlo más tarde.
Primero tengo que hablar con Gwendolyn.
—De verdad, no hace falta —respondí—. Sé todo lo que necesito saber. Y ahora tengo que irme a casa.
—?Así se habla! —exclamó Xemerius.
—También pueden hablar ma?ana —le dijo mister George a Gideon mientras cogía el pa?uelo negro—. Y Gwendolyn parece cansada. Tiene que levantarse temprano para ir a la escuela.
—?Exacto! Y esta noche aún tiene que ir a la caza del tesoro —dijo Xemerius —. O lo que sea que haya en esas coordenadas...
Mister George me colocó la venda. Lo último que vi fueron los ojos de Gideon. En su cara pálida, el verde de su iris tenía un brillo extra?o.
—Buenas noches a todos —dije, y luego mister George me condujo fuera de la habitación sin que nadie se hubiera dignado responderme, aparte del peque?o Robert.
—Muy bien, no quiero tenerte sobre ascuas —dijo Xemerius—. Leslie y Raphael han pasado una tarde divertida hoy, al contrario que tú, por lo que parece. En fin, el caso es que los dos han conseguido identificar el lugar que marcan las coordenadas con toda exactitud. Y a ver si adivinas dónde se encuentra.
—?Aquí en Londres? —pregunté.
—?Bingo! —gritó Xemerius.
—?Cómo has dicho? —preguntó mister George.
—Nada —dije yo—. Perdone, mister George Mister George suspiró.
—Espero que tu conversación con el conde de Saint Germain haya ido bien.
—Oh, sí —repliqué con amargura—. Ha sido muy instructiva en todos los sentidos.
—?Hola! Aún sigo aquí —exclamó Xemerius, y sentí su aura húmeda cuando se colgó como un monito de mi cuello. Y tengo novedades muy, muy interesantes. Vamos allá: el escondite que buscamos está aquí, en Londres.
Y aún hay algo mejor: está en Mayfair. Para ser más precisos: en Bourdon Place. Y precisando aún más ?en el 81 de Bourdon Place! ?Qué? ?Qué me dices?
?En mi casa? ?Las coordenadas describían un lugar en mi propia casa?
?Qué demonios podía haber escondido mi abuelo allí? ?Tal vez otro libro?
?Uno con notas que por fin contuviera información que pudieran ayudarnos?
—Hasta aquí la chica perro y el francés han hecho un buen trabajo —dijo Xemerius—. Admito que no tenía ni idea de que existiera ese trasto de coordenadas. Pero ahora... ?ahora entro yo en acción! Porque solo el único, maravilloso y extremadamente inteligente Xemerius puede meter su cabeza por los muros y ver lo que se oculta detrás o en medio. ?Por eso esta noche nosotros dos iremos a la caza del tesoro!
—?Te gustaría hablar de ello? —preguntó mister George.
Sacudí la cabeza.
—No, podemos esperar a ma?ana —dije, y me dirigí a tanto a mister George como a Xemerius.
Hoy me pasaría la noche en vela, tendida en la cama, llorando por mi corazón roto. Quería hundirme en la autocompasión y en metáforas grandilocuentes. Y tal vez además escuchara a Bon Jovi y el ?Hallelujah?.
Al fin y al cabo, todo el mundo necesita su propia banda sonora para estos casos.
Epílogo
Londres, 29 de septiembre de 1782
Aterrizó con la espalda contra la pared, colocó la mano sobre la empu?adura de la espada y miró alrededor. El patio de la granja estaba vacío, como lo había prometido lord Alastair. Había cuerdas de la ropa de pared a pared, y las sábanas blancas tendidas ondeaban suavemente al viento.