Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

—También podría haberme puesto el de la semana pasada —dije mientras madame Rossini me pasaba por la cabeza un vestido de princesa de cuento rosa pálido, cubierto con una multitud de flores bordadas de color crema y burdeos—. El azul de flores. Aún lo tengo colgado en el armario de casa, solo tenía que haberme lo dicho.

—Chist, cuellecito de cisne —replicó madame Rossini—. ?Por qué crees que me pagan? ?Para que tengas que llevar dos veces el mismo vestido? —Se concentró en los botoncitos de la espalda—. ?Solo me ha hecho enfadar un poco que hayas arruinado el peinado! En el rococó una obra de arte como esta debía durar días. Las damas dormían sentadas para no estropearlo.

—Sí, claro, pero difícilmente podía ir a la escuela con el —dije.

Probablemente, con esa monta?a de pelo, ya me habría quedado atrapada en la puerta del autobús—. ?Y quién viste a Gideon? ?Giordano?

Madame Rossini chasqueó la lengua.

—?Bah! ?EI muchacho no necesita ninguna ayuda, o eso dice él! Lo que significa que volverá a llevar esos colores tristones y que se hará un nudo imposible en el pa?uelo del cuello. Pero yo ya he renunciado. En fin, ?qué vamos a hacer ahora con tus cabellos? Traeré el rizador enseguida y luego sencillamente le pasaremos una cinta por dentro, et bien.

Mientras madame Rossini trabajaba mis cabellos con el rizador, me llegó un SMS de Leslie. ?Esperaré exactamente dos minutos, y si le petite francais no ha llegado, será mejor que se olvide de la mignone.? Le contesté: ??Escucha, habían quedado dentro de un cuarto de hora! Dale al menos diez minutos más?.

Ya no recibí la respuesta de Leslie, porque madame Rossini me cogió el móvil para hacer la inevitable foto del recuerdo. El rosa me quedaba mejor de lo que había pensado (en la vida real no podía decirse que fuera mi color favorito….), pero con ese peinado parecía que me hubiera pasado la noche con los dedos metidos en un enchufe. La cinta rosa colocada por dentro producía el efecto de un intento fracasado de dominar los cabellos después de la explosión. Cuando Gideon llegó para recogerme, se echó a reír entre dientes sin ningún disimulo.

—?Ya está bien! Nosotras también podríamos reírnos de ti, ?sabes? —Le espetó madame Rossini—. ?Vaya aspecto tienes otra ve!

?Dios, si! ?Vaya aspecto tenía! Debería estar prohibido estar tan guapo; con esos insulsos pantalones oscuros de media pierna y una chaqueta verde botella bordada que hacía que sus ojos brillaran aún más que de costumbre.

—?No tienes ni idea de moda, muchacho! Si no, te habrías puesto el broche esmeralda que va con ese conjunto. Y esa espada está fuera de lugar...

?Debes representara un caballero, no a un soldado!

—Seguro que tiene razón —dijo Gideon, y volvió a soltar una risita—, pero al menos mi pelo no parece uno de esos estropajos de aluminio que uso para fregar los cacharros.

Me esforcé en adoptar una expresión altiva —?Que tú usas para fregar los cacharros? ?No te estarás confundiendo con Charlotte?

—?Cómo dices?

—?Parece que últimamente limpia para ti!

Gideon parecía un poco cortado.

—Bueno... eso no es... del todo exacto.

—Sí. Yo en tu lugar también me avergonzaría —dije —. Por favor deme el sombrero, madame Rossini.

El sombrero —un armatoste enorme con plumas de color rosa pálido— no podía ser tan malo como esos pelos. O eso fue lo que pensé. Porque una mirada al espejo me convenció de que estaba totalmente equivocada.

Gideon volvió con sus risitas —?Podemos irnos ya? —resoplé irritada.

—Vigila bien a mi cuello de cisne, ?me oyes?

—Siempre lo hago, madame Rossmi.

—?Desde cuándo? —dije yo desde el corredor, y se?alé el pa?uelo negro que llevaba en la mano—. ?Hoy no hay venda?

—No, nos la ahorraremos. Por razones bien conocidas —replicó Gideon—. Y por el sombrero.

—?Sigues creyendo que te conduciré a una esquina y te daré con un palo en la cabeza? —Me enderecé el sombrero—. La verdad es que he vuelto a pensar en eso, y creo que tiene una explicación muy sencilla.

—Ah, sí, ?y cuál es?

Gideon arqueó las cejas.

—Te lo imaginaste después. ?Mientras estabas inconsciente so?aste conmigo, y por eso luego me echaste a mí la culpa de todo!

—Sí, a mi también se me había ocurrido esa posibilidad —dijo para mi sorpresa. Me cogió la mano y me arrastró hacia adelante—. ?Pero no! Yo sé muy bien lo que vi.

—Y entonces, ?por qué no le dijiste a nadie que, supuestamente, era yo la que te había tendido una trampa?

—No quería que pensaran aún peor de ti de lo que ya lo hacen. —Sonrió con ironía—. Por cierto ?no te duele la cabeza?

—Tampoco bebí tanto —dije.

Gideon río.

—No, claro. Ya se veía.

Me sacudí su mano de encima.

—?No podríamos hablar de otra cosa, por favor?

—?Vamos! Me imagino que tendré derecho a tomarte un poco el pelo con eso. Estabas tan mona ayer por la noche… Mister George creyó que de verdad te habías dormido de puro agotamiento en la limusina.

—Fueron dos minutos… como mucho… — dije avergonzada. Probablemente había babeado o había hecho alguna otra cosa horrible.

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