Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

—iNo! Puedes tomarme tranquilamente por un Dios —dijo, sonriendo con ironía—. De alguna manera, es un detalle por tu parte. Ven, casi es la hora.

Tenemos que colocarnos en nuestra posición.

Me levanté y traté de mantenerme bien erguida.

—Aquí encima —me dirigió Gideon—. Vamos, no pongas esa cara de pena, por favor. En el fondo la velada ha sido un éxito. Tal vez haya sido un poco distinto a lo que podía imaginarse, pero en realidad todo ha transcurrido conforme al plan. Eh, sin moverse. —Me rodeó la cintura con las dos manos y me atrajo hacia sí, hasta que mi espalda descansó en su pecho—. Puedes apoyarte contra mí si quieres. —Calló un momento—. Y siento haber sido tan desagradable hace un momento.

—Ya está olvidado.

No era del todo verdad, pero era la primera vez que Gideon se disculpaba por su conducta, y no sé si por el alcohol o porque dejaba de hacerme efecto, aquello me emocionó mucho.

Durante un rato permanecimos callados mirando la luz oscilante de la vela, que brillaba lejos ante el altar. Las sombras entre las columnas parecían moverse también, y dibujaban motivos oscuros sobre el suelo y el techo.

—Ese Alastair, ?por qué odia tanto al conde? ?Es algo personal?

Gideon empezó a jugar con uno de los rizos que me caían sobre los hombros.

—Según cómo se mire. Lo que tan pomposamente se conoce como Alianza Florentina es en realidad desde hace siglos una especie de empresa familiar. En sus viajes en el tiempo al siglo XVI, el conde se vio envuelto sin querer en un conflicto con la familia del conté di Madrone en Florencia. O digamos que sus capacidades fueron interpretadas por esa gente de un modo totalmente equivocado. Los viajes en el tiempo no encajaban con la mentalidad religiosa del conte y además parece que hubo un malentendido con su hija; en cualquier caso, se convenció de que se encontraba frente a un demonio y creyó que Dios le había llamado a aniquilar a ese engendro de los infiernos. —De pronto su voz sonó muy cerca de mi oído, v antes de seguir hablando me rozó el cuello con los labios—. Cuando el Conte di Madrone murió, su hijo recogió el testigo, y luego el hijo de su hijo, y así sucesivamente. Asi que se podría decir que lord Alastair es el último de un linaje de arrogantes fanáticos cazadores de demonios.

—Comprendo —dije, lo que no era exactamente cierto, pero algún modo encajaba con lo que había visto y oído antes—. Oye, ?me estás besando?

—No, solo un poco —murmuró Gideon, con los labios pegados a mi piel—.

De ninguna manera me gustaría aprovecharme de que estás borracha y ahora me tomas por un Dios. Pero de algún modo me resulta difícil...

Cerré los ojos y apoyé la nuca en su hombro, y él me apretó con más fuerza.

—Como he dicho, realmente no me lo pones fácil. Contigo en las iglesias siempre se me ocurren ideas tontas...

—Hay algo que no sabes sobre mí —dije con los ojos cerrados—. A veces veo... puedo... en fin, que veo a personas que hace tiempo que murieron... A veces puedo verlas y oír lo que dicen. Como antes. Creo que el hombre que he visto junto a lord Alastair podría ser ese conde italiano.

Gideon guardó silencio. Probablemente en ese momento estaba pensando cómo recomendarme un buen psiquiatra con el máximo tacto posible.

Suspiré. Debería habérmelo guardado ahora. Solo faltaba que, además, me tomara por loca.

—Ya empieza, Gwendolyn —dijo. Me apartó un poco y me giró de modo que pudiera verle. Estaba demasiado oscuro para interpretar su expresión, pero vi que no estaba sonriendo. Estaría bien que en los segundos en que esté fuera te estuvieras quieta. ?Preparada?

Sacudí la cabeza.

—En realidad, no.

—Ahora te soltaré —dijo, y en el mismo instante había desaparecido.

Me encontré sola en la iglesia con todas esas sombras oscuras. Pero solo unos segundos más tarde noté una sensación de vértigo en el vientre y las sombras empezaron a girar.

—Ya está aquí —dijo la voz de mister George.

Parpadeé deslumbrada. La iglesia estaba muy iluminada y, comparada con el resplandor dorado de las velas del salón de lady Brompton, la luz de los focos halógenos resultaba francamente molesta.

—Todo está en orden —dijo Gideon dirigiéndome una mirada escrutadora—. Ya puede guardar su maletín de médico, doctor White.

El doctor White gru?ó algo ininteligible. De hecho, el altar estaba cubierto de instrumentos que uno habría esperado encontrar más bien en una mesa de operaciones.

—Por todos los cielos, doctor White, ?eso son fórceps? —rió Gideon—. Su idea de una soirée en el siglo XVIII es realmente curiosa.

—Quería estar preparado para cualquier eventual —replicó el doctor White mientras volvía a guardar sus instrumentos.

—Estamos ansiosos por escuchar vuestro informe —dijo Falk de Villiers.

—Uf, es un alivio poder quitarse por fin toda esta ropa.

Gideon se desanudó el pa?uelo del cuello.

Kerstin Gier's books