La mano de Gideon me había apretado el antebrazo.
—?Qué significa esta comedia, conde? —preguntó lord Alastair mientras se ajustaba el ostentoso prendedor del pa?uelo que llevaba en el cuello.
El conde no le prestó atención. Bajo las espesas cejas, sus ojos apuntaban hacia mí.
—Esto es interesante —dijo en voz baja—. Por lo que se ve, esta muchacha puede ver directamente vuestra negra y confundida alma, mi querido Alastair.
—Ha bebido tanto ponche que me temo que esta delirando —repuso Gideon, y me susurró al oído—: ?Cierra la boca!
De repente se me contrajo el estómago, porque por fin comprendí con espanto que los otros no podían ver ni oír a Darth Vader, ?y no podían verlo ni oírlo justamente porque era un maldito fantasma! Si no hubiera estado tan borracha, lo habría deducido mucho antes. ?Cómo se podía ser tan idiota? Ni sus ropas ni su peinado encajaban con ese siglo, y a más tardar cuando había empezado con esa patética ronquera debería haberme dado cuenta de quién o qué tenía ante mí.
Lord Alastair echó la cabeza hacia atrás y dijo:
—Los dos sabemos qué alma pertenece aquí al demonio, conde. ?Con la ayuda de Dios impediré que esas... ?criaturas? lleguen siquiera a nacer!
—Hendidas por las espadas de la santa Alianza Florentina —completó Darth Vader con un tono lleno de unción.
El conde rió.
—Seguís sin comprender las leyes del tiempo, Alastair. Ya solo el hecho de que estos dos jóvenes estén hoy aquí ante vos demuestra que vuestra empresa no tendrá éxito. Por eso tal vez sería mejor que no contarais demasiado con la ayuda de Dios en este asunto. Y tampoco, en adelante, con mi paciencia.
Un aire gélido impregnaba ahora su mirada y su voz, y pude ve que el lord se estremecía. Por un breve instante de su rostro desapareció toda se?al de arrogancia, y un miedo cerval se reflejó en sus rasgos.
—Por haber cambiado las reglas del juego, merecéis la muerte —dijo el conde exactamente con la misma voz con la que me había dado un susto mortal en nuestro último encuentro, y de golpe volví a ser consciente de que ese hombre era muy capaz de cortarle la garganta a alguien con sus propias manos.
—Vuestra amenaza no me impresiona —susurró lord Alastair pero su rostro desmentía sus palabras. Pálido como un muerto se llevó la mano a la nuez.
—?No querréis marcharos ya, queridos?
Lady Brompton se acercó rápidamente a nosotros entre un susurro de faldas y nos miró con aire risue?o.
Los rasgos del conde de Saint Germain volvieron a relajarse. Ahora era todo amabilidad.
—Ah, aquí está nuestra encantadora anfitriona. Debo decir que hacéis honor a vuestra fama, milady. Hacía tiempo que no me divertía tanto.
Lord Alastair se frotó el cuello. Poco a poco el color volvió a sus mejillas.
—?Satanás! ?Satanás! —exclamó Darth Vader exaltado—. Te aniquilaremos, te arrancaremos esa lengua viperina con nuestras propias manos...
—Mis jóvenes amigos lamentan tanto como yo que tengamos que irnos ya —continuó el conde sonriendo—. Pero pronto volveréis a verlos, en el baile de lord y lady Pimplebottom.
—Una reunión siempre es tan interesante como lo son sus invitados —dijo lady Brompton—. Por eso me alegraría poder volver a recibiros aquí muy pronto. Así como a vuestros encantadores jóvenes amigos. Ha sido un gran placer para todos nosotros.
—El placer es nuestro —repuso Gideon, y me soltó con cuidado, como si no estuviera seguro de que fuera a mantenerme en pie por mí misma.
Aunque la sala seguía balanceándose como un barco y los pensamientos en mi cabeza parecían flotar entre brumas (para seguir con la imagen), al despedirme saqué fuerzas de flaquza y conseguí hacer honor a las ense?anzas de Giordano y sobre todo de James.
Solo ignoré deliberadamente a lord Alastair y a su fantasma, que seguía lanzando amenazas salvajes. Me incliné ante lord y lady Brompton y les di las gracias por esa hermosa velada, y no moví ni una ceja cuando lord Brompton dejó la huella húmeda de un beso en mi mano.
Ante el conde ejecuté una profunda reverencia, pero no me atreví a volver a mirarle a la cara. Cuando dijo en voz baja: ?Nos veremos ayer por la tarde, pues?, me limité a asentir con la cabeza y esperé con la cabeza gacha a que Gideon volviera a mi lado y me sujetara del brazo. Luego, agradecida, dejé que me acompa?ara fuera del salón.
???
—?Maldita sea, Gwendolyn, esto no es ninguna fiesta con tus amigos de la escuela! ?Cómo has podido hacerlo?
Gideon me colocó con brusquedad el chal sobre los hombros. Parecía como si tuviera ganas de sacudirme.
—Lo siento —dije por enésima vez.
—Lord Alastair ha venido acompa?ado solo de un paje y de su cochero —murmuró Rakoczy, que había surgido detrás de Gideon como una aparición —. El camino y la iglesia están asegurados. Todas las entradas de la iglesia están vigiladas.
—Vamos, pues —dijo Gideon, y me cogió de la mano.