No me di cuenta de que estaba llorando hasta que el conde me tocó delicadamente en la mejilla con el dedo para atrapar una lágrima. Me estremecí sobresaltada.
El me sonrió desde arriba y sus ojos casta?o oscuro brillaron cálidamente.
—No tienes que avergonzarte por eso —dijo en voz baja—. Me habrías decepcionado mucho si hubieras reaccionado de otra manera.
Me quedé estupefacta al darme cuenta de que le había devuelto la sonrisa.
(?Cómo era posible? ?Ese hombre había tratado de asfixiarme!)
—?Qué melodía es esta? —pregunté.
El conde se encogió de hombros.
—No lo sé. Supongo que aún está por componer.
Cuando Gideon acabó de tocar, toda la sala estalló en aplausos. él se inclinó sonriendo y se liberó de un bis, pero no del abrazo de la hermosa lady Lavinia. La mujer se le colgó del brazo y no tuvo más remedio que arrastrarla hacia nuestro sofá.
—?No ha estado magnífico? —exclamó lady Lavinia—. Aunque cuando he visto estas manos, he sabido al instante que eran capaces de hacer cosas extraordinarias.
—Apuesto que sí —murmuré yo.
Me habría encantado levantarme del sofá, aunque solo fuera para que lady Lavinia no pudiera mirarme desde arriba, pero no lo logré. El alcohol había dejado fuera de combate mis músculos abdominales.
—Un maravilloso instrumento, marquis —dijo Gideon al conde mientras le tendía el violín.
—Un Stradivarius. Construido especialmente para mí por el maestro —replicó el conde con aire so?ador—. Me gustaría que te lo quedaras, muchacho.
Diría que esta noche es el momento adecuado para un traspaso solemne.
Gideon se sonrojó ligeramente. De alegría, imaginé.
—Yo… no puedo… —miró al conde a los ojos, y luego bajó la mirada y a?adió—: Es un gran honor para mí, marquis.
—El honor es mío —replicó el conde muy serio.
—Vaya por Dios —murmuré. Por lo visto esos dos se apreciaban de verdad.
—?Sois tan musical como vuestro hermano adoptivo, miss Gray? —preguntó lady Lavinia.
?No, supongo que no. Pero, de todos modos, seguro que soy tan musical como tú?, pensé.
—Solo me gusta cantar —respondí.
Gideon me dirigió una mirada de advertencia.
—?Cantar! —exclamó lady Lavinia—. Como nuestra querida miss Fairfax y como yo.
—No —dije en todo decidido—. Yo no llego tan alto como miss Fairfax —Al fin y al cabo no era un murciélago— ni tengo vuestra capacidad pulmonar. Pero me gusta cantar.
—Creo que por esta noche ya hemos tenido bastante música —intervino Gideon.
Lady Lavinia puso cara de ofendida.
—Naturalmente, estaríamos encantados de que vos nos hicierais el honor de interpretar otra pieza —a?adió Gideon rápidamente, y me dirigió una mirada sombría.
Pero yo estaba tan borracha que esta vez no me importó nada.
—Tú… has tocado maravillosamente —dije—. ?Se me saltaban las lágrimas! De verdad.
Gideon sonrió irónicamente, como si hubiera hecho una broma, y guardó el Stradivarius en su estuche.
Lord Brompton llegó jadeando con dos vasos de ponche en las manos y le aseguró a Gideon que estaba absolutamente fascinado por su virtuosismo y que el pobre Alastair lamentaría muchísimo haberse perdido el que había sido, sin duda, el punto culminante de la velada.
—?Creéis que Alastair encontrará esta noche el camino hacia aquí? — preguntó el conde un poco enojado.
—Estoy convencido —dijo lord Brompton, y me tendió uno de los vasos.
Tomé un buen trago. Madre mía, qué bueno estaba ese ponche. Bastaba con olerlo para que te sintieras preparada para agarrar un cepillo del pelo, saltar sobre una cama y cantar ?Breaking Free? con o sin Zac Efron.
—Mylord, tenéis que convencer como sea a miss Gray para que nos ofrezca algo de su repertorio —dijo lady Lavinia—. Le gusta tanto cantar… Había un tonillo extra?o en su voz que me puso alerta. De algún modo me recordaba a Charlotte. Aunque no se le parecía en nada, estaba convencida de que en algún lugar bajo ese vestido verde claro se ocultaba una Charlotte. El tipo de persona que siempre intenta resaltar tu propia mediocridad para que te des cuenta de lo absolutamente fabulosa y única que es ella. ?Puaj!
—Muy bien —convine, e hice un nuevo intento de arrancarme del sofá. Esta vez funcionó. E incluso me mantuve de pie—. Pues cantaré.
—?Cómo? —dijo Gideon, y sacudió la cabeza—. De ninguna manera. No es posible; me temo que el ponche… —Miss Gray, a todos los aquí presentes nos proporcionaría un gran placer poder escucharos —afirmó lord Brompton gesticulando con tanta energía que su quíntuple papada se puso a temblar—. Y si el ponche es el responsable, tanto mejor para nosotros. Venid conmigo. Os presentaré.
Gideon me sujetó del brazo.
—No es una buena idea —dijo—. Lord Brompton, os lo ruego, mi hermana adoptiva nunca ha actuado en público…