Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

Mister Merchant se inclinó.

—Siempre a vuestro servicio, madame.

Increíble lo descarado que era ese tipo, pero en una época en que las mujeres no tenían derecho a voto no había que extra?arse de que no fueran demasiado respetuosos con ellas.

El rumor de conversaciones y risas se fue apagando poco a poco mientras miss Fairfax, un personaje de nariz fina con un vestido verde junco, se acercaba al pianoforte, se sentaba, se arreglaba la falda y colocaba las manos sobre las teclas. No podía decirse que la mujer tocara mal. Lo único que molestaba un poco era su forma de cantar. Tenía una voz increíblemente… alta. Si hubiera sido solo un poquito más alta, se habría podido tomar un silbato para perros.

—Refrescante, ?no es verdad?

Mister Merchant se encargó de rellenarme el vaso, y para mi sorpresa (y de algún modo también para mi alivio) toqueteó igualmente con todo descaro los pechos de lady Brompton con la excusa de que tenía un cabello enganchado. Lady Brompton no pareció preocuparse demasiado por eso; simplemente dijo que era un libertino y le dio un golpecito en los dedos con el abanico. (?Ajá, para eso estaban en realidad los abanicos!) Luego ella y su prima se sentaron en un sofá azul con un motivo floral que se hallaba cerca de la ventana y me instalaron a mí en medio.

—Aquí estaréis protegida de los dedos pegajosos —dijo lady Brompton, y me palmeó maternalmente la rodilla—. Ahora solo están en peligro vuestros oídos.

—?Bebed! —me aconsejó su prima en voz baja—. ?Lo necesitaréis! Miss Fairfax no ha hecho más que empezar.

El sofá me pareció desacostumbradamente duro, y el respaldo estaba tan inclinado hacia atrás que no podía apoyarme si no quería hundirme en sus profundidades con todas mis faldas. Estaba claro que en el siglo XVIII los sofás no se construían para que uno pudiera apoltronarse en ellos.

—No sé. No estoy acostumbrada a beber —dije vacilando.

Mi única experiencia con el alcohol se remontaba a dos a?os atrás. Había sido en una fiesta del pijama en casa de Cynthia. Una fiesta de lo más inocente. Sin chicos, pero con patatas fritas y DVD de High School Musical.

Y con una ensaladera llena de helado de vainilla, zumo de naranja y vodka… Lo malo del vodka era que, con todo ese helado de vainilla, no se notaba nada, y como pudimos comprobar, aquel brebaje producía efectos diferentes dependiendo de la persona. Mientras que Cynthia, después de tres vasos, había abierto la ventana de par en par y había empezado a bramar ?!Zac Efron, te amo!? a todo Chelsea, Leslie se había inclinado sobre la taza del váter y se había puesto a vomitar, Peggy se había declarado a Sara (?Edes tan uapa, gásate gonmigo?), y a Sara, sin saber por qué, le había dado un ataque de llorera. En mi caso aún había sido peor: me había puesto a saltar sobre la cama de Cynthia mientras cantaba a pleno pulmón como un disco rayado ?Breaking Free?, y cuando el padre de Cynthia entró en la habitación, le coloqué el cepillo del pelo de su hija ante la boca como si fuera un micro y grité: ?!Canta conmigo, calvete!

Venga, mueve las caderas?; aunque al día siguiente no podía explicarme de ninguna manera cómo había sido capaz de algo así.

Después de esta historia más bien penosa, Leslie y yo habíamos decidido mantenernos alejadas del alcohol (y durante unos meses también del padre de Cynthia), y desde entonces habíamos cumplido nuestra promesa. A pesar de que a veces era un poco raro verse como la única persona sobria entre un montón de borrachines. Como, por ejemplo ahora.

Desde el otro extremo de la habitación percibí la mirada del conde de Saint Germain posada en mí y sentí un desagradable cosquilleo en la nuca.

—Se dice que conoce el arte de leer el pensamiento —susurró lady Brompton a mi lado, y en ese momento decidí olvidarme de mi promesa provisionalmente. Solo por esa noche. Y solo un par de tragos. Para olvidar mi miedo al conde de Saint Germain. Y a todos los demás.

El ponche especial de lady Brompton producía efecto con una rapidez pasmosa, y no solo en mi caso. Después del segundo vaso, todos empezaron a encontrar el canto mucho menos espantoso que al principio, y después del tercero empezaron a acompa?ar el ritmo con el pie y yo llegué a la conclusión de que nunca había asistido a una fiesta tan simpática. La gente era mucho más agradable y animada de lo que había esperado. Y la iluminación era realmente grandiosa. ?Por qué no me había fijado hasta ese momento en que esos cientos de velas hacían que la tez de todo el mundo en la habitación pareciera recubierta de una pátina de oro? Incluido el conde, que me dirigía una sonrisa de vez en cuando desde el otro extremo de la habitación.

El cuarto vaso hizo callar definitivamente la voz interior que me prevenía: ?!

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