Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

—Yo tampoco me los sé de memoria —dijo Gideon, que estaba sentado frente a mí en la limusina—. Una fiesta pierde toda la gracia cuando ya sabes por adelantado con quién te vas a encontrar.

Me hubiera gustado saber si estaba tan nervioso como yo. Si le sudaban las manos y su corazón palpitaba tan rápido como el mío. ?O había viajado tantas veces al siglo XVIII que aquello ya se había convertido en algo rutinario para él?

—Te estás haciendo sangre en el labio —me dijo.

—Es que estoy un poco…. Nerviosa.

—Se nota. ?Te ayudaría que te diera la mano?

Sacudí la cabeza con vehemencia.

? !No, eso lo empeoraría, idiota! ?Aparte de que cada vez entiendo menos tu forma de comportarte conmigo! ?Por no hablar de nuestra relación en general! ?Y, además, mister Whitman ya está mirando con cara de ardilla sabelotodo!? Estuve a punto de lanzar un gemido. ?No me sentiría mejor si soltaba en voz alta algunas de esas exclamaciones? Reflexioné un momento, pero al final lo dejé correr.

Por fin habíamos llegado. Cuando Gideon me ayudó a bajar del coche ante la iglesia (con un vestido como el que llevaba, para ese tipo de maniobras necesitabas que te echaran una mano o incluso dos), me fijé en que esta vez no llevaba ninguna espada. ?Vaya insensate!

Algunos transeúntes nos miraron intrigados, y mister Whitman mantuvo el portal de la iglesia para que pasáramos.

—?Un poco más rápido, por favor —dijo—. No nos interesa llamar demasiado la atención.

Sí, claro, no llamaba demasiado la atención que dos limusinas negras aparcaran en pleno día en North Audley Street y unos hombres trajeados sacaran el Arca de la Alianza del maletero y la llevaran por la acera hasta la iglesia. Aunque de lejos el arca también podía pasar por un féretro peque?o… Se me puso la carne de gallina.

—Espero que al menos te hayas acordado de traer la pistola —le susurré a Gideon.

—Te has hecho una curiosa idea de esta soirée —replicó él sin inmutarse, y me colocó el chal sobre los hombros—. Y ahora que lo pienso, ?alguien ha revisado el contenido de tu bolso? Espero que no te suene el móvil en mitad de una actuación.

Se me escapó una risita al pensarlo, porque el tono de mi móvil en aquel momento era el croar de una rana.

—Aparte de ti, allí no hay nadie que pueda llamarme —dije.

—Y yo ni siquiera tengo tu número. De todos modos, ?Te importa que eche un vistazo a tu bolso?

—Se llama ?ridículo? —contesté, y le pasé el bolso encogiéndome de hombros.

—Sales de olor, pa?uelo, perfume, polvos…ejemplar —dijo Gideon—. Como corresponde a una dama. Ven.

Me devolvió el ridículo, me cogió de la mano y me condujo al portal de la iglesia, que mister Whitman cerró con llave en cuanto entramos.

Una vez dentro, Gideon olvidó soltarme la mano, lo que de hecho resultó muy oportuno, porque de otro modo en el último instante me habría entrado el pánico y habría salido corriendo.

En el espacio libre ante el altar, Falk de Villiers y mister Marley, bajo la mirada escéptica del párroco (ya vestido para la misa), estaban sacando el cronógrafo del Arca de la Ali…quiero decir, del arca.

El doctor White cruzó el recinto caminando a grandes zancadas y dijo:

—Desde la cuarta columna, once pasos a la izquierda así iréis sobre seguro.

—No sé si puedo garantizar que a las seis y media la iglesia esté vacía —dijo el párroco nervioso—. Al organista le gusta quedarse un rato más, y hay algunos miembros de la comunidad que a veces se quedan charlando en la puerta, y me es difícil… —No se preocupe— le interrumpió Falk de Villiers. Ahora el cronógrafo estaba sobre el altar. La luz del sol de la tarde entraba a través de las vidrieras de colores de la iglesia y hacía que las piedras preciosas parecieran enormes—. Nosotros estaremos aquí y le ayudaremos a librarse de sus ovejas después del servicio. —Miró hacia nosotros—. ?Estáis listos?

Por fin Gideon me soltó la mano.

—Yo saltaré primero —dijo.

El párroco se quedó con la boca abierta cuando vio cómo Gideon desaparecía sin más en un torbellino de luz resplandeciente.

—Gwendolyn —mientras me cogía la mano y me colgaba el dedo en el cronógrafo, Falk me dirigió una sonrisa de ánimo—. Volveremos a vernos exactamente dentro de cuatro horas.

—Eso espero —murmuré, y entonces la aguja penetró en mi carne, una luz roja invadió la habitación y cerré los ojos.

Cuando los volví a abrir, me tambaleé un poco y alguien me sujetó por el hombro.

—Todo va bien —susurró la voz de Gideon en mi oído.

No se podía ver gran cosa. Una única vela iluminaba el presbiterio, y el resto de la iglesia estaba sumergido en una oscuridad fantasmal.

—Bienvenue —dijo una voz ronca en mitad de la oscuridad, y, aunque había contado con ello, me estremecí instintivamente.

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