Gideon: ?Puedes pasarme el aceite, por favor?
Charlotte: Para Gwendolyn, la política y la historia son secretos guardados bajo siete llaves, y además es incapaz de recordar los nombres: le entra por un oído y le sale por el otro. No puede hacer más, sencillamente su cerebro no tiene suficiente capacidad para más. Está atiborrado de nombres de miembros de grupos pop para adolescentes y de listas inacabables de actores de películas de amor cursis.
Raphael: Gwendolyn es tu prima viajera del tiempo, ?no? Creo que ayer la vi en la escuela. Es esa con el cabello largo negro y los ojos azules ?verdad?
Charlotte: Y esa mancha de nacimiento en la sien que parece un plátano.
Gideon: Parece una peque?a media luna.
Raphael: ?Y cómo se llama su amiga? La rubia con pecas. ?Lilly?
Charlotte: Leslie Hay. Algo más de capacidad cerebral que Gwendolyn; aunque, para compensar, también es un buen ejemplo de cómo los perros se parecen a sus amos. El suyo es una mezcla de golden retriever. Se llama Bertie.
Raphael: ?Qué monada!
Charlotte: ?Te gustan los perros?
Raphael: Sobre todo la mezcla de golden retriever con pecas.
Charlotte: ?Entiendo! Bueno, puedes probar suerte. No lo tendrás muy difícil. Leslie colecciona chicos aún más rápido que Gwendolyn.
Gideon: ?De verdad? ?Y cuántos… hum… amigos ha tenido Gwendolyn?
Charlotte: Dios. Uf. Esto me resulta un poco incómodo, ?sabes? No quiero decir nada malo sobre ella, es solo que es bastante poco selectiva, sobre todo cuando ha bebido. En nuestra clase prácticamente se ha liado con todos, y de los chicos del curso siguiente… En fin, en algún momento perdí la cuenta. Y también será mejor que no os diga el mote que le han puesto.
Raphael: ?El colchón del Saint Lennox?
Gideon: ?Quieres pasarme la sal, por favor?
Cuando Xemerius llegó a este punto de su relato, me entraron ganas de levantarme de un salto, salir corriendo a buscar a Charlotte y estrangularla, pero Leslie me estuvo alegando que la venganza es un plato que se sirve frío. Mi argumento de que mi motivo no era la venganza, sino el simple deseo de matar, no le pareció válido. Además, me dijo que, si Gideon y Raphael eran solo la mitad de inteligentes de lo que parecían, no creerían ni una palabra de lo que había dicho Charlotte.
—Encuentro que Leslie sí que se parece a un golden retriever —había comentado entonces Xemerius, y al ver cómo le miraba, había a?adido rápidamente— ?Me gustan los perros, ya lo sabes! Son unos animales inteligentes….
Y sí. Leslie era realmente inteligente. Entrenando ya había conseguido descifrar el secreto del libro del Caballero Verde. Aunque, después de mucho contar, el resultado obtenido había sido un poco decepcionante. Era sencillamente otro código numérico con dos letras y unos curiosos trazos en medio.
?Cincuenta y uno cero tres cero cuatro uno punto siete ocho coma cero cero cero ocho cuatro nueve punto nueve uno.? Aunque ya era casi medianoche, nos habíamos deslizado hasta la biblioteca —bueno, en realidad nos habíamos deslizado Leslie y yo, porque Xemerius nos había precedido volando— y allí habíamos pasado una hora larga tratando de encontrar nuevas pistas en las estanterías.
El libro cincuenta y uno de la tercera fila… Línea cincuenta y uno, trigésimo libro, página cuatro, línea siete, palabra ocho… Pero no importaba el rincón por el que empezábamos a contar, no dábamos con nada que tuviera sentido. Finalmente empezamos a sacar libros al azar y los sacudimos con la esperanza de que cayera otra hoja. Tampoco. Leslie, sin embargo, se mostraba confiada. Había escrito el código en un papel que se sacaba continuamente del bolsillo para mirarlo. ?Esto significa algo —murmuraba para sí—. Y descubriré qué es? Al final nos habíamos ido a la cama, y por la ma?ana mi despertador me había sacado bruscamente de un letargo sin sue?os. Desde ese momento prácticamente de un letargo sin sue?os. Desde ese momento prácticamente solo había pensado en la soirée.
—Ahí viene Monsieur George a recogerte. —Madame Rossini me arrancó de mis pensamientos.
La modista me tendió un bolsito, muy ?ridículo?, y pensé si en el último momento no podría colar dentro el cuchillo para la verdura. El consejo de Leslie de enganchármelo al muslo con cinta adhesiva no me había convencido. Con mi suerte solo habría conseguido herirme a mí misma, y de todos modos para mí constituía un enigma cómo soltarlo de debajo de la falda en caso de urgencia. Cuando mister George entró en la habitación, madame Rossini me colocó en torno a los hombros un amplio chal lleno de bordados y me besó las dos mejillas.
—Mucha suerte, cuello de cisne —dijo—. Solo le pido que me la traiga de vuelta sana y salva, mister George.
Mister George le dirigió una sonrisa un poco forzada, y de repente me dio la sensación de que no tenía un aspecto tan orondo y afable como de costumbre.