—La acompa?aré al coche —dijo Gideon, mientras cogía de la mesa el pa?uelo negro con el que siempre me vendaban los ojos—. ?Dónde está mister George?
—Está en una conferencia —replicó mister Whitman frunciendo el ce?o—.
Gideon, creo que deberías reflexionar un poco sobre el tono que empleas.
Te consentimos muchas cosas porque sabemos que en estos momentos no lo tienes fácil, pero deberías mostrar un poco más de respeto hacia los miembro del Círculo Interior.
Gideon no movió ni una ceja, aunque de todos modos respondió cortésmente:
—Tiene razón, mister Whitman. Lo siento —Me tendió la mano—. ?Vienes?
Estuve a punto de cogérsela en un acto reflejo, y el hecho de que no pudiera hacerlo sin perder la cara me dolió tanto que faltó poco para que faltó poco para que volviera a estallar en lágrimas.
—Hum… Hasta luego —le dije a mister Whitman mirando al suelo. Gideon abrió la puerta.
—Hasta ma?ana —contestó mister Whitman—. Y pensad los dos en esto: la mejor preparación es un buen sue?o.
La puerta se cerró tras nosotros.
—Vaya, vaya, de manera que estabas totalmente sola con una rata asquerosa en ese oscuro sótano… —dijo Gideon sonriéndome.
Aquello era increíble. Durante dos días se había limitado a dirigirme miradas frías —y en las últimas horas incluso algunas que habrían podido congelarme y convertirme en una estatua como los pobres animales de los inviernos de la guerra—, ?y ahora esto?, ?una broma, como si nada hubiera cambiado? ?Tal vez era un sádico y solo podía empezar a sonreír después de haberme dejado hecha polvo?
—?No quieres vendarme los ojos?
Ya podía ir dándose cuenta de que no estaba de humor para reírme de sus estúpidas bromas.
Gideon se encogió de hombros.
—Supongo que conoces el camino. De modo que creo que podemos ahorrarnos lo de vendarte los ojos. Ven.
Otra sonrisa amistosa.
Por primera vez pude ver cómo eran los corredores del sótano en nuestra época. Estaban impecablemente revocados, y luces empotradas en las paredes, algunas con detectores de movimiento, iluminaban perfectamente todo el recorrido.
—No es demasiado impresionante, ?verdad? —observó Gideon—. Todos los corredores que llevan al exterior están protegidos con puertas especiales e instalaciones de alarma; en la actualidad esto es tan seguro como una caja fuerte. Pero todo no se hizo hasta los a?os setenta. Antes de esa fecha desde aquí se podía pasear bajo tierra por medio Londres.
—No me interesa —dije malhumorada.
—Entonces, ?De qué te gustaría hablar?
—De nada.
?Cómo podía hacer como si no hubiera pasado absolutamente nada? Esa estúpida sonrisa y ese tono de presentador de televisión me sacaba de quicio. Aceleré el paso y apreté los labios, decidida a no hablar, pero al final no pude evitar que las palabras salieran disparadas de mi boca:
—?No puedo soportarlo, Gideon! No puedo comprender que primero me beses y a la mínima de cambio me trates como si me despreciara profundamente.
Gideon permaneció callado un momento.
—Yo también preferiría besarte todo el tiempo en lugar de despreciarte —dijo al cabo de un momento—. Pero de algún modo tú tampoco lo pones fácil.
—Yo no te he hecho nada —le espeté.
Se detuvo en seco.
—?Vamos Gwendolyn! ?No creerás en serio que me he tragado esa historia? ?Como si tu abuelo fuera a aparecer por casualidad precisamente en la habitación en la que elapsas! ?Y Lucy y Paul también aparecieron por casualidad en casa de lady Tilney? ?Y esos hombres en Hyde Park?
—Sí, exacto, yo misma pedí que vinieran porque siempre me había hecho ilusión atravesar a alguien con una espada. ?Por no hablar de poder ver de cerca a un hombre al que le falta media cara! —resoplé.
—Lo que vayas a hacer en el futuro y por qué lo hagas… —?Vamos, cierra la boca de una vez! —le corté indignada—. ?Estoy tan harta de esto! Desde el lunes pasado vivo como en una pesadilla que no hay manera de que termine. Cuando pienso que me he despertado, me doy cuenta de que sigo so?ando. Tengo en la cabeza millones de preguntas a las que nadie quiere responder, ?y todos esperan que me rompa los cuernos por algo que no entiendo en absoluto! —Había echado a andar de nuevo y casi estaba corriendo, pero Gideon se mantenía a mi altura sin el menor esfuerzo. En la escalera no había nadie para preguntarnos por la contrase?a. Claro. ?Por qué iban a hacerlo si todos los corredores estaba asegurados como en Fort Knox? Subí saltando los escalones de dos en dos—. Nadie me ha preguntado siquiera si quiero hacer todo esto. Tengo que enfrentarme a profesores de baile que están como cabras y no paran de insultarme, mi querida prima puede dedicarse a ense?arme todo lo que sabe hacer y que yo nunca conseguiré aprender, y tú… tú….