?Qué venía ahora? ?Un cacheo a oscuras?
—Apártate —espeté sollozando—. No llevo ninguna llave encima, te lo juro. Y sea quien sea la persona a la que hayas visto, no puedo haber sido yo. Yo nunca, nunca, permitiría que nadie te hiciera da?o.
Aunque no podía ver nada, sentía que Gideon se encontraba justamente delante de mí. Su calor corporal era como un radiador en la oscuridad.
Cuando su mano me tocó la mejilla, me estremecí. La retiró rápidamente.
—Lo siento —le oí susurrar—. Gwen, yo… De pronto sonó desamparado, pero yo estaba demasiado trastornada para aquello me proporcionara ninguna satisfacción.
No sé cuánto tiempo permanecimos así, sin decir nada, uno frente al otro. A mí se me seguían saltando las lágrimas, y no sé qué hacía él mientras tanto porque no podía verle.
En algún momento volvió a encender la linterna, carraspeó e iluminó su reloj de pulsera.
—Tres minutos y volvemos a saltar —dijo en tono neutro—. Deberías salir de ese rincón; si no, aterrizarás sobre el arca.
Volvió al sofá y recogió los cojines que había tirado al suelo.
—?Sabes?, de todos los vigilantes, mister George siempre me había parecido uno de los más leales. Alguien en quien se puede confiar en cualquier situación.
—Pero es que mister George no tiene absolutamente nada que ver con esto —dije mientras salía titubeando de mi rincón—. Fue algo completamente distinto. —Con el dorso de la mano me sequé las lágrimas de la cara. Sería mejor que le explicara la verdad, para que al menos no pusiera en duda la lealtad del pobre mister George—. La primera vez que me enviaron a elapsar sola, casualmente me encontré aquí a mi abuelo.—Bueno, tal vez no toda la verdad—. Estaba buscando el vino… En fin, eso ahora tampoco importa. Fue un encuentro curioso, sobre todo cuando comprendimos quiénes éramos. él escondió la llave y la contrase?a para mi próxima visita en esta habitación, para que pudiéramos volver a hablar. Y por eso ayer, o en 1956, estuve aquí de visita como Violet Purpleplum. ?Para encontrarme con mi abuelo! Murió hace unos a?os y le echo mucho de menos. ?No habrías hecho tú lo mismo si hubieras podido? Volver a hablar con él fue tan…—Volví a callar.
Gideon no dijo nada. Mantuve la mirada fija en silueta y esperé.
—?Y mister George? Entonces ya era el asistente de tu abuelo —dijo finalmente.
—De hecho, le vi un momento, y mi abuelo le explicó que yo era su prima Hazel. Seguro que hace tiempo que lo habrá olvidado; para él fue solo un encuentro sin importancia que tuvo lugar hace cincuenta y cinco a?os. —Me llevé la mano al estómago—. Creo… —Sí.—Gideon tendió la mano, pero luego, por lo visto, se lo pensó mejor—.
No tardará—se limitó a decir con tono apagado—. Acércate unos pasos más hacia aquí.
La habitación empezó a girar, y un instante después me encontré parpadeando, un poco insegura, frente a una luz clara, y mister Whitman dijo.
—Ah, ya estáis aquí.
Gideon dejó su linterna sobre la mesa y me dirigió una rápida mirada. Tal vez solo me lo imaginara, pero esta vez me pareció leer en ella algo parecido a la compasión. Volví a secarme la cara disimuladamente, aunque de todos modos mister Whitman vio que había llorado. Aparte de él, no había nadie en la habitación. Seguro que Xemerius había acabado por aburrirse y se había marchado.
—?Qué ocurre, Gwendolyn? —preguntó mister Whitman con su tono de maestro sensible y supercomprensivo—. ?Ha pasado algo?
Si no le hubiera conocido, posiblemente habría estado tentada de romper a llorar de nuevo y abrirle mi corazón. (??El ma-a-alvado Gideon me ha he-eecho enfa-a-adar!? Pero le conocía demasiado bien para eso. La semana pasada había utilizado el mismo tono para preguntarnos quién había pintado la caricatura de mistress Counters en la pizarra. ?Encuentro que el artista tiene auténtico talento?, había dicho sonriendo divertido. Enseguida Cynthia (?naturalmente!) había confesado que había sido Peggy, y mister Whitman había dejado de sonreír y había escrito una nota sobre Peggy en el parte de clase. ?Lo del talento en realidad no era ninguna mentira?, había dicho.
—?Sí?—soltó ahora sonriendo con aire benévolo.
Pero yo no iba a caer en la trampa.
—Una rata —murmuré—. Usted dijo que no habría ninguna… Y resulta que la bombilla se estropeó y no me había dado ninguna linterna. Estaba sola en la oscuridad con esa asquerosa rata.
Estuve a punto de a?adir: ?Se lo pienso decir a mi madre?, pero me reprimí en el último momento.
Mister Whitman parecía un poco afectado.
—Lo siento —dijo—. La próxima vez nos ocuparemos de eso. —Luego volvió a su tono de superioridad docente—. Ahora te llevarán a casa. Te recomiendo que te vayas pronto a la cama, ma?ana será un día duro para ti.