Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

—Te acostumbrarás —replicó madame Rossini mientras fijaba mis cabellos con un poco más de laca. Además de los cuatro quilos de horquillas, como mínimo, que mantenían la monta?a de rizos firme sobre mi cabeza, había algunas más que solo servían de adorno con las misma rosas que decoraban el escote del vestido. ?Una monada!—. Muy bien, ya está cuellecito de cisne. ?Quieres que haga unas fotos?

—?Oh, sí, por favor! —Busqué en mi bolsillo y saqué el móvil.

Leslie me mataría si no inmortalizaba ese momento.

—Me gustaría haceros una foto a los dos—dijo madame Rossini después de haberme fotografiado unas diez veces desde todos los ángulos—. A ti y al joven maleducado. Para que se vea cómo vuestro guardarropa armoniza perfectamente sin dejar de ser por ello de una absoluta discreción. Pero de Gideon se ocupa Giordano; yo me he negado a discutir otra vez sobre la necesidad de las medias con dibujo. Llega un momento en que hay que decir basta.

—Pues estas medias no están tan mal —dije.

—Eso es porque parecen medias de época, pero gracias al elastán son mucho más cómodas —replicó madame Rossini—. Seguramente antes una liga como esa te habría dejado marcado medio muslo; las tuyas, en cambio, son solo de adorno. Naturalmente, no espero que nadie vaya a echar una mirada bajo tu falda, pero si lo hacen, no tendrán motivos de quejarse, n’est-ce pas? —Dio una palmada y a?adió—: Bien, llamaré arriba y les diré que ya estás lista.

Mientras telefoneaba, volví a colocarme ante el espejo. La verdad es que estaba emocionada. Esa ma?ana me había hecho el firme propósito de desterrar a Gideon de mis pensamientos, y aunque hasta cierto punto lo había conseguido, había sido al precio de tener que pensar continuamente en el conde de Sanint Germain. Pero al miedo a un nuevo encuentro con el conde se sumaba una inexplicable ilusión por esa soirée que a mí misma me resultaba un poco inquietante.

Ayer mi madre había permitido que Leslie durmiera en casa, y por eso habíamos tenido de nuevo una noche hasta cierto punto agradable.

Analizar en detalles los acontecimientos con Leslie y Xemerius me había sentado bien. Tal vez habían dicho solo para animarme, pero tanto Leslie como Xemerius opinaban que no tenía ningún motivo para tirarme de un puente. Los dos afirmaban que, dadas las circunstancias, la conducta de Gideon estaba perfectamente justificada, y Leslie opinaba que en honor a la igualdad entre sexos había que aceptar que los chicos tuvieran momentos de mal humor y tenía la clara sensación de que en el fondo Gideon era un tipo realmente estupendo.

—?Pero si no le conoces! —Había exclamado yo sacudiendo la cabeza—. ?Solo lo dices porque sabes que es lo que quiero oír!

—Sí, y porque yo también quiero que sea cierto —había dicho Leslie—. Si al final se demuestra que es un cerdo, ?ya me encargaré yo de buscarle y de darle lo que se merece! Prometido.

Xemerius había llegado bastante tarde porque antes, a petición mía, había espiado lo que hacían Charlotte, Raphael y Gideon.

Al contrario que a él, a Leslie y a mí no nos parecía en absoluto aburrido oír cómo era Raphael.

—Ya que me lo preguntáis, os diré que para mí el chico es un poquito demasiado guapo —había refunfu?ado Xemerius—. Y él lo sabe perfectamente.

—Pues con Charlotte lo tiene claro —había dicho Leslie satisfecha—. Hasta ahora nuestra Reina del Hielo ha conseguido amargar la vida a todo el que se le ha acercado.

Nos habíamos sentado sobre la ancha repisa de mi ventana, mientras Xemerius se instalaba en la mesa con la cola bien enrollada en torno al cuerpo y empezaba su relato.

Primero Charlotte y Raphael habían ido a tomar un helado, luego habían ido al cine y finalmente se habían encontrado con Gideon en un restaurante italiano. Leslie y yo queríamos conocer todos los detalles, desde el tipo de pizza, pasando por el título de la película, hasta cada palabra que habían pronunciado. Según Xemerius, Charlotte y Raphael se habían empe?ado en mantener conversaciones distintas sin mostrar ningún interés por lo que el otro decía. Mientras Raphael parecía interesado en charlar sobre las diferencias entre las chicas inglesas y francesas y su conducta sexual, Charlotte volvía continuamente a los premios Nobel de Literatura de los últimos diez a?os, lo que había provocado que Raphael se aburriera visiblemente y, sobre todo, se dedicara a mirar sin demasiado disimulo a las otras chicas que había en el local. Y en el cine, Raphael (para gran sorpresa de Xemerius) no solo no había hecho ningún intento de manosear a su acompa?ante, sino que al cabo de diez minutos más o menos se había quedado profundamente dormido. Leslie opinó que era lo más simpático que había oído desde hacía mucho tiempo, y yo coincidí totalmente con ella. Luego, como es natural, insistimos en que nos explicara si Gideon, Charlotte y Raphael también habían hablado de mí en el restaurante italiano, y entonces Xemerius nos reprodujo (un poco a rega?adientes) el siguiente diálogo indignante (que yo repetí para Leslie, por así decirlo, en traducción simultánea):

Charlotte: Giordano está preocupado; tiene miedo de que ma?ana Gwendolyn se equivoque en todo lo que puede equivocarse.

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