Gideon negó con la cabeza.
—Y tú qué! ?No podrías ponerte en mi lugar por una vez? —Ahora también él había perdido la calma—. ?A mí me pasa lo mismo, sabes! Dime, ?cómo te comportarías tú si supieras a ciencia cierta que más pronto o más tarde me ocuparé de que alguien te dé con una maza en la cabeza? No creo que en esas circunstancias me encontraras inocente y encantador, ?no?
—?Es que no voy a hacer nada parecido! —repuse excitada—. ?Sabes qué te digo? Que a estas alturas creo que no me importaría darte yo misma con esa maza en la cabeza.
—Por favor… —suplicó Gideon, y volvió a sonreír.
Yo me limité a resoplar furiosamente. Pasamos frente al taller de madame Rossini. Una franja de luz se filtraba por debajo de la puerta.
Probablemente aún estaba trabajando en nuestros vestidos.
Gideon se aclaró la garganta.
—Ya te he dicho que lo siento. Y ahora, ?podemos volver a tener una conversación normal?
?Una conversación normal! Qué chistoso.
—Esto…dime, ?Qué vas a hacer esta noche? —preguntó con un tono cordial y anodino.
—Como es natural, practicaré con tesón el baile del minué y antes de acostarme me entrenaré en formar frases sin las palabras ?aspiradora?, ?reloj de pulsera?, ?jogging? y ?transplante de corazón? —repliqué mordazmente—. ?Y tú?
Gideon miró su reloj.
—He quedado con Charlotte y mi hermano y… Bueno, ya veremos. Al fin y al cabo es sábado.
Sí, claro. Que hiciera lo que quisiera, yo ya tenía bastante.
—Gracias por acompa?arme —dije tan fríamente como pude—. Desde aquí ya encontraré el coche sola.
—De todos modos, me viene de camino —replicó Gideon—. Y podrías dejar de correr, si no te importara. Tengo que evitar los esfuerzos excesivos.
Consejo del doctor White.
A pesar de que estaba furiosa con él, por un momento tuve algo así como mala conciencia. Le miré de reojo.
—Pero si en la próxima esquina alguien te da con un palo en la cabeza, no digas que yo te he llevado hasta allí.
Gideon sonrió.
—Tú no harías eso.
?Nunca haría eso?, me cruzó por la cabeza. Por asquerosamente que se portara conmigo, nunca permitiría que nadie le hiciera da?o. Fuera quien fuese la persona a la que había visto de ningún modo podía haber sido yo.
El arco ante nosotros se iluminó con el flash de una cámara fotográfica.
Aunque ya era de noche, todavía quedaban muchos turistas paseando por Temple. En el aparcamiento detrás del edificio estaba estacionada una limusina negra que ya conocía. Cuando nos vio acercarnos, el chófer bajó y me abrió la puerta. Gideon esperó a que hubiera entrado y luego se inclinó hacia mí.
—?Gwendolyn?
—?Sí?
Estaba demasiado oscuro para distinguir bien su cara.
—Me gustaría que confiaras más en mí.
Sonaba tan serio y sincero que por un segundo me quedé sin habla.
—Me gustaría poder hacerlo —dije luego.
Solo después de que Gideon hubiera cerrado la puerta y el coche hubiera arrancado, se me ocurrió que habría sido mejor decir: ?Me gustaría que tú hicieras lo mismo conmigo?.
???
Los ojos de madame Rossini brillaban de entusiasmo. La modista me cogió de la mano y me llevó hasta el gran espejo de pared para que pudiera valorar el resultado de sus esfuerzos. Cuando me vi en el espejo, al principio apenas me reconocí, sobre todo debido a que mis cabellos, normalmente lisos, ahora se retorcían en incontables rizos y se levantaban sobre mi cabeza en un peinado altísimo parecido al que había llevado mi prima Janet en su boda. Algunos mechones sueltos caían formando peque?os tirabuzones sobre mis hombros desnudos. El color rojo oscuro del vestido me hacía parecer aún más pálida de lo que era, pero no tenía un aspecto enfermizo, sino radiante, en parte también porque madame Rossini me había empolvado cuidadosamente la nariz y la frente y había pintado mis mejillas con un poco de colorete, de manera que, a pesar de que ayer otra vez me había ido a dormir tarde, gracias a su habilidad en el arte del maquillaje ya no tenía ninguna sombra bajo los ojos.
—Como Blancanieves —comentó madame Rossini, y, conmovida, se dio unos toquecitos con un retal en los ojos vidriosos—. Rojo como la sangre, blanco como la nieve, negro como el ébano. Me rega?arán porque destacarás como un perro verde en esa fiesta. Ensé?ame la u?as, sí, très bien, bien limpias y cortas. Y ahora sacude la cabeza. No, tranquila, más fuerte, este peinado tiene que aguantar toda la velada.
—Lo noto un poco como si llevara un sombrero encima —dije.