Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

—Es curioso —dijo—. Porque resulta que es una amiga de vuestra familia.

Cuando mencioné casualmente el nombre ante Charlotte, me dijo que esa buena se?ora os teje unos chales que pican mucho.

?Condenada Charlotte! ?Es que no podía mantener la boca cerrada?

—No, eso no es verdad —repliqué con tozudez—. Solo pican los de Charlotte.

Los nuestros siempre son muy suaves.

Gideon se apoyó contra el sofá y cruzó los brazos sobre el pecho. La linterna de bolsillo apuntaba al techo, donde la bombilla seguía parpadeando aceleradamente.

—Por última vez, ?dónde está la llave, Gwendolyn?

—Te juro que mister George no me ha dado ninguna llave —dije tratando desesperadamente limitar los da?os—. él no tiene nada que ver con esto.

—Ah, ?no? Como he dicho, me parece que no mientes demasiado bien. — Con la linterna de bolsillo iluminó las sillas—. Si yo fuera tú, habría metido la llave bajo algún cojín de esos.

Muy bien. Que mirara los cojines. Así al menos tendría algo que hacer hasta que saltáramos de vuelta. Ya no podía faltar tanto.

—Por otro lado… —Gideon balanceó la linterna de modo que el cono de luz cayó justo sobre mi rostro—. Por otro lado, sería un trabajo digno de Sísifo.

Di un paso a un lado y exclamé enfadada:

—?Deja de hacer eso!

—Y no siempre hay que confiar en que los demás hagan lo que uno haría en su lugar—continuó Gideon. A la luz titileante de la bombilla, sus ojos se habían vuelto cada vez más oscuro, y de pronto me inspiró miedo—. Tal vez sencillamente te hayas metido la llave en el bolsillo de los pantalones. ?Dámela! —Tendió la mano hacia mí con brusquedad.

—No tengo ninguna maldita llave, maldita sea.

Gideon se acercó a mí despacio.

—Yo de ti la entregaría voluntariamente. Pero, como he dicho, uno no puede confiar en que los demás hagan lo que uno haría.

En ese momento la bombilla exhaló su último aliento.

Gideon estaba justo ante mí y su linterna de bolsillo iluminaba un punto de la pared. Aparte de ese foco de luz, todo estaba negro como boca de lobo.

—?Y bien?

—No se te ocurra acercarte más —dije, y retrocedí unos pasos hasta que mi espalda chocó contra la pared. Hacía solo dos días ninguna distancia me hubiera parecido bastante corta, pero ahora me daba la sensación de que estaba con un extra?o. De repente me puse terriblemente furiosa—. ?Se puede saber qué te pasa? —le espeté—. ?Yo no te he hecho nada! No entiendo cómo puedes besarme un día y odiarme al siguiente. ?Por qué?

Las lágrimas llegaron tan rápido que no pude evitar que se deslizaran por mis mejillas. Por suerte, la oscuridad lo ocultaba.

—Tal vez porque no me gusta que nadie me enga?e. —A pesar de mi advertencia, Gideon se me acercó, y esta vez no pude retroceder—. Sobre todo las chicas que un día me echan los brazos al cuello y al siguiente hace me apaleen.

—Pero ?qué estás diciendo?

—Te vi, Gwendolyn.

—?Cómo? ?Dónde me viste?

—En mi salto en el tiempo de ayer por la ma?ana. Tenía que cumplir un peque?o encargo, pero apenas había andado uno metro cuando apareciste de repente en mi camino como un espejismo. Me miraste y me sonreíste, como si te alegraras al verme. Y luego giraste en redondo y desapareciste en la esquina.

—?Y cuándo se supone que fue eso?

Estaba tan desconcertada que durante unos segundos dejé de llorar.

Gideon ignoró mi intervención.

—Cuando un segundo después yo también doblé la esquina, recibí un golpe en la cabeza y por desgracia ya no me encontré en condiciones de pedirte una explicación.

—?Crees que… esa herida te la hice yo?

Las lágrimas volvieron a correr por mis mejillas.

—No —respondió Gideon—. No lo creo. No llevabas nada en la mano cuando te vi, y además dudo que puedas golpear tan fuerte. No, tú solo me atrajiste hasta la esquina donde había alguien esperándome.

Excluido. Total y definitivamente excluido.

—Yo nunca haría algo así —conseguí soltar por fin de modo más o menos inteligible—. ?Nunca!

—Yo también me quedé un poco perplejo —continuó Gideon sin inmutarse—. Pensaba que éramos…amigos. Pero cuando ayer por la noche volviste a elapsar y noté que olías a puro, me di cuenta de que podías haberme mentido todo el tiempo. ?Ahora dame la llave!

Me sequé las lágrimas de las mejillas. Pero, por desgracia, siguieron brotando sin parar. Tuve que esforzarme para reprimir un sollozo, y aquello solo hizo que me odiara aún más a mí misma.

—Si realmente es cierto lo que dices, ?por qué luego le explicaste a todo el mundo que no viste quién te había golpeado?

—Porque es la verdad. No vi quién era.

—Pero tampoco dijiste nada sobre mí. ?Por qué no?

—Porque ya hace tiempo que pienso que mister George… ?Estás llorando?

La linterna de bolsillo me iluminó y tuve que cerrar los ojos, deslumbrada.

Seguramente tenía la cara llena de churretones. ?Por qué habría decidido ponerme rímel?

—Gwendolyn…

Gideon apagó la linterna.

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