Giordano me examinó de arriba abajo y esperé que hiciera algún comentario, pero en lugar de eso se limitó a lanzar un ruidoso suspiro. Falk de Villiers tampoco sonrió, pero al menos dijo:
—El vestido te sienta maravillosamente bien, Gwendolyn. Seguro que a la auténtica Penelope Gray le habría encantado tener este aspecto. Madame Rossini ha hecho un trabajo magnífico.
—?Es verdad! He visto un retrato de la auténtica Penelope Gray y no me extra?a que no se casara nunca y viviera retirada en un rincón apartado de Derbyshire —se le escapó a mister Marley, que inmediatamente se pudo rojo como un tomate y se quedó mirando al suelo, avergonzado.
Mister Whitman citó a Shakespeare, o al menos eso supuse yo. (Mister Whitman estaba francamente obsesionado con Shakespeare).
—?Decidme, pues, ?cómo debería apreciar los encantos que un cielo para mí en un infierno transformaron?? Oh… ese no es motivo para sonrojarse, Gwendolyn.
Le miré irritada. ?Estúpido Ardilla! Ya estaba roja antes, y desde luego no por él. Aparte de eso, no había entendido en absoluto la cita; para mí podía ser tanto un cumplido como una ofensa.
Inesperadamente recibí apoyo de Gideon.
—?El soberbio se valora en exceso en relación con su propia valía? —le dijo afablemente a mister Whitman—. Aristóteles.
La sonrisa de mister Whitman cedió un poco.
—En realidad mister Whitman solo quería expresar lo fantástica que estás —me dijo Gideon, y volví a sonrojarme.
Gideon hizo como si no se hubiera fijado, pero cuando unos segundos más tarde miré de nuevo hacia él, sonreía para sí satisfecho. Mister Whitman, en cambio, parecía hacer grandes esfuerzos para no soltar otra cita de Shakespeare.
El doctor White —Robert se ocultaba tras las perneras de sus pantalones y me miraba con los ojos muy abiertos— miró su reloj.
—Deberíamos ir saliendo. El párroco tiene que oficiar un bautizo a las seis.
?El párroco?
—Hoy no saltaréis al pasado desde el sótano, sino desde una iglesia de North Audley Street —me explicó mister George—. Para que no perdáis tanto tiempo en llegar a casa de lord Brompton.
—De este modo reducimos también el peligro de un ataque en el camino de ida o de vuelta —dijo uno de los desconocidos, lo que le valió una mirada irritada de Falk de Villiers.
—El cronógrafo ya está preparado —observó, y se?aló un arca con asas de plata que estaba colocada sobre la m esa—. Fuera esperan dos limusinas, Caballeros. ..
—Os deseo mucho éxito —dijo el que yo imaginaba que era el ministro del Iinterior.
Giordano volvió a suspirar con fuerza.
El doctor White, con un maletín de médico (?para qué?) en la mano, mantuvo la puerta abierta mientras mister Marley y mister Whitman cogían cada uno un asa del arca y la llevaban fuera con tanta solemnidad como si se tratara del Arca de la Alianza.
Gideon se colocó a mi lado y me ofreció su brazo.
—Bien, peque?a Penelope, vamos a presentarte a la gran sociedad londinense—dijo. ?Estás preparada?
No. No estaba preparada en absoluto. Y penelope era un nombre horrible.
Pero supongo que no tenía elección. Miré a Gideon con tanta calma como pude.
—Estoy preparada si tú lo estás.
… y hago voto de honorabilidad y cortesía, de oposición contra la injusticia, ayuda al débil
y fidelidad a la ley,
de conservación de los secretos y respeto de las reglas de oro, desde ahora hasta el día de mi muerte.
(Texto del juramento de los adeptos) Crónicas de los vigilantes, tomo I Los protectores del Secreto.
10
Lo que más temía era encontrarme de nuevo frente al conde de Saint Germain. En nuestro último encuentro había oído su voz en mi cabeza y su mano me había apretado la garganta, pese a que estaba a más de cuatro metros de mí. ?No sé exactamente qué papel desempe?as en esto, muchacha, o si eres realmente importante, pero no tolero que nadie infrinja las reglas.? De hecho, era muy posible que en el intervalo yo hubiera infringido algunas de sus normas; aunque en mi favor había que decir que no sabía siquiera que existiera. Aquello me insufló coraje: dado que nadie se había tomado el trabajo de explicarme ninguna regla, ni siquiera de mencionármelas, no podían extra?arse de que no me atuviera a ellas.
Pero también me asustaba todo lo demás; en el fondo estaba convencida de que Giordano y Charlotte tenían razón: seguro que haría un ridículo espantoso en el papel de Penelope Gray y todo el mundo se daría cuenta de que allí había algo que no encajaba, Por un momento se me olvidó incluso el nombre del lugar de Derbyshire de donde procedía. Algo con B. O con P. O con D. O….
—?Te has aprendido de memoria la lista de invitados?
Mister Whitman, a mi lado, tampoco contribuía a tranquilizarme.
?Por qué demonios tenía que aprenderme la lista de invitados de memoria?
El profesor respondió a mi gesto de negación con un ligero suspiro.