Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

Una silueta se destacó de la sombra de una columna, y a la luz de la vela reconocí el rostro pálido de Rakoczy, el amigo del conde. Como en nuestro primer encuentro, me recordó a un vampiro; sus ojos oscuros no tenían ningún brillo, y con esa luz mortecina de nuevo tuve la sensación de que eran solo unos siniestros agujeros negros.

—Monsieur Rakoczy —dijo Gideon en francés, y se inclinó cortésmente—. Me alegro de veros. Creo que ya conocéis a mi acompa?ante.

—Cierto. Mademoiselle Gray, por esta noche. Es un placer.

Rakoczy hizo una reverencia.

—Ah, très… —murmuré—. El gusto es mío —dije luego pasándome al inglés. Nunca se sabía qué se podía soltar así de sopetón en una lengua extranjera, sobre todo cuando, como en mi caso, se estaba en pie de guerra con ella.

—Mis hombres y yo os acompa?aremos a casa de lord Brompton —dijo Rakoczy.

No se veía a sus hombres por ninguna parte, lo que resultaba bastante tétrico, pero pude oírles respirar y moverse en la oscuridad mientras atravesábamos, detrás de Rakoczy, la nave de la iglesia para dirigirnos al portal. Tampoco fuera, en la calle, pude distinguir a nadie, aunque miré varias veces alrededor. Hacía frío y llovía, y si había farolas, esa noche, en esa calle, estaba todas averiadas. Estaba tan oscuro que ni siquiera podía distinguir bien la cara de Gideon, que estaba a mi lado, y en torno a nosotros las sombras parecían cobrar vida, respirar y tintinear suavemente. Me aferré con fuerza a la mano de Gideon. ?Más valía que no se le ocurriera soltarme ahora!

—Todos son de los míos —susurró Rakoczy—. Hombres experimentados en el combate de los kurucz. También nos encargaremos de garantizar vuestra seguridad a la vuelta.

Qué tranquilizador.

La casa de lord Brompton no se encontraba muy lejos, y a medida que nos acercábamos, el entorno se iba haciendo menos sombrío. Cuando finalmente llegamos a la mansión de Wigmore Street, vimos que el edificio estaba brillantemente iluminado y tenía un aspecto realmente acogedor. Los hombres de Rakoczy se quedaron atrás, ocultos entre las sombras, y él nos acompa?ó hasta la casa, en cuyo gran vestíbulo de entrada, desde donde una pomposa escalera con barandillas arqueadas conducía al primer piso, nos estaba esperando lord Brompton en persona. El lord seguía estando tan gordo como lo recordaba, y a la luz de todas esas velas su cara tenía un brillo grasiento.

A expectación del lord y cuatro lacayos, que aguardaban en una ordenada fila junto a la puerta a que les dieran nuevas instrucciones, el vestíbulo estaba vacío. De la reunión anunciada no se veía ni rastro, aunque pude escuchar un vago rumor de voces y el sonido amortiguado de una melodía.

Después de que Rakoczy se retirara con una reverencia, comprendí por qué lord Brompton nos había recibido personalmente en la entrada antes de que nadie nos viera. El hombre nos aseguró que nuestra visita le complacía extraordinariamente y que había disfrutado muchísimo con nuestro primer encuentro, pero también nos dijo que—ejem, ejem—tal vez sería conveniente que no mencionáramos el referido encuentro ante su mujer.

—Solo para evitar malentendidos —dijo, y al hacerlo no dejó de parpadear como si se le hubiera metido algo en el ojo y me besó la mano al menos tres veces—. El conde me ha asegurado que procedéis de una de las mejores familias de Inglaterra; espero que perdonéis mi descaro en nuestra divertida conversación sobre el siglo XXI y mi absurda idea de que podíais ser actores.

Volvió a parpadear nerviosamente.

—Seguro que también fue culpa nuestra —respondió Gideon quitándole importancia—. De hecho, el conde lo hizo todo para confundiros y guiaros por ese camino. Y ahora, entre nosotros, ?no os parece que el anciano caballero es un hombre realmente singular? Mi hermana adoptiva y yo ya estamos acostumbrados a sus bromas, pero cuando no se le conoce tan bien, su conversación a menudo resulta un poco chocante. —Me cogió el chal y se lo tendió a un lacayo—. En fin, dejemos eso. Hemos oído que vuestro salón dispone de un magnífico pianoforte y una maravillosa acústica. En cualquier caso, nos ha alegrado mucho la invitación de lady Brompton.

Lord Brompton se perdió unos segundos en la contemplación de mi escote y luego dijo:

—Oh, para ella también será un gran placer conoceros. Venid, el resto de los invitados ya han llegado. —Me tendió el brazo—. ?Miss Gray?

—Mylord.

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