Mantente alerta! ?No te fíes de nadie!?. Solo el hecho de que en apariencia Gideon no tuviera ojos más que para la mujer del vestido verde enturbiaba mi sensación de bienestar.
—Creo que nuestros oídos ya están bastante entrenados —soltó finalmente lady Brompton, y a continuación se levantó aplaudiendo y se dirigió hacia la espineta—. Mi querida, queridísima miss Fairfax. Una ejecución absolutamente exquisita, como siempre—dijo mientras besaba en las dos mejillas a miss Fairfax y la empujaba a la silla más próxima—. Pero ahora invito a todos los presentes a que dediquen un cordial aplauso a mister Merchant y a lady Lavinia; no, no, nada de peros, sabemos muy bien que habéis practicado juntos en secreto.
A mi lado, la prima de lady Brompton chilló como una fan enloquecida de un grupo para adolescentes cuando el sobón se sentó ante la espineta y arrancó con un brioso arpegio. La hermosa lady Lavinia obsequió a Gideon con una sonrisa radiante y se adelantó hacia el instrumento haciendo crujir su falda verde. Entonces pude darme cuenta de que no era tan joven como había supuesto. ?Pero cantaba genial! Como Anna Netrebko, a la que habíamos oído hacia dos a?os en la Royal Opera Hause, en Covent Garden. Bueno, vale, tal vez no fuera tan genial como la Netrebko, pero en todo caso era una delicia oírla, Siempre que una fuera aficionada a la arias de ópera italianas pomposas, gracias al ponche, sí. Y por lo que se veía, las arias de ópera italianas eran el no va más en el siglo XVIII. La gente en la sala parecía realmente eufórica. Solo la pobre voz de pito, quiero decir miss Fairfax, ponía cara de disgusto.
—?Puedo secuestrarte un momento? —Gideon se había acercado por detrás al sofá y me miraba sonriendo desde arriba. Claro, ahora la dama de verde estaba ocupada con otra cosa, se acordaba de mí—. Al conde le gustaría que le acompa?aras un rato.
Oh, vaya. La cosa se ponía seria. Inspiré profundamente, cogí mi vaso y con un gesto decidido vacié el contenido en mi garganta. Cuando me levanté, sentí una agradable sensación de vértigo. Gideon me cogió el vaso vació de la mano y lo dejó en una de esas mesas peque?as que tenían unas patitas tan monas.
—?Llevaba alcohol eso? —susurró.
—No, solo era ponche —repliqué susurrando también. Ups, el suelo parecía un poco irregular—. Por principio nunca bebo alcohol, ?sabes? Es una de mis reglas de oro. Uno también puede divertirse sin alcohol.
Gideon levantó una ceja y me ofreció el brazo.
—Me alegro de que te diviertas tanto.
—Sí, el sentimiento es recíproco, ?sabes? —le aseguré. Uf, antes no me había fijado, pero realmente esos suelos del siglo XVIII no eran muy firmes— Quiero decir que es un poco mayor para ti, pero no tiene por qué ser un obstáculo. Ni tampoco que tenga algo con el duque de Dondesea. No, hablando en serio, es una fiesta fantástica. La gente aquí es mucho más simpática de lo que había pensado. Son tan sociables y directos… —Miré hacia el músico sobón y la copia de la Netrebko—. Y…. es evidente que les gusta mucho cantar. Muy simpáticos. A una le vienen ganas de levantarse de un salto y ponerse a cantar también.
—Ni se te ocurra —susurró Gideon mientras me guiaba hacia el sofá donde estaba sentado el conde de Saint Germain.
Cuando nos vio acercarnos, el conde se levantó con una agilidad que parecía propia de un hombre mucho más joven, y sus labios se fruncieron en una sonrisa expectante.
?Muy bien —pensé, y levanté el mentón—. Hagamos como si no supiera, gracias a Google, que no es en absoluto un conde de verdad.
Hagamos como si realmente tuvieras un condado y no fueras un impostor de dudoso origen. Hagamos como si no hubieras tratado de estrangular la última vez. Y hagamos como si no hubiera bebido ni una sola gota de alcohol? Solté a Gideon, sujeté la pesada seda roja, extendí mis faldas y me incliné en una profunda reverencia de la que no emergí hasta que el conde me tendió su mano cargada de anillos y joyas.
—Mi querida ni?a —dijo, y un brillo divertido asomó a sus ojos color chocolate mientras me daba unas palmaditas en la mano—. Admiro tu elegancia. Después de cuatro vasos del ponche especial de lady Brompton otros ni siquiera pueden balbucear su nombre.
Oh, los había contado. Bajé la mirada, consciente de mi culpa. En realidad habían sido cinco. ?Pero habían valido mucho la pena! En todo caso, no a?oraba en absoluto mis paralizadores miedos de antes. Y tampoco echaba en falta mis complejos de inferioridad. No, me gustaba mi yo borracho.
Aunque me sentía un poco insegura sobre mis piernas.
—Merci pour le compliment —murmuré.
—?Delicioso! —dijo el conde—. Lo siento. Debería haber estado más atento —dijo Gideon.
El conde rió suavemente.
—Mi querido muchacho, tú estabas ocupado con otras cosas. Y antes que nada estamos aquí para divertirnos, ?no es cierto? Sobre todo teniendo en cuenta que lord Alastair, a quien quería presentar sin falta a esta encantadora joven dama, aún no ha aparecido. Aunque me han informado de que ya está en camino.
—?Solo? —preguntó Gideon.