Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

—?No os parece que el conde es sencillamente increíble? Podría escuchar sus relatos durante horas —dijo la dama de amarillo, después de haberme explicado que era la prima de lady Brompton—. ?Sobre todo me encantan sus historias de Francia!

—Sí, las picantes —respondió lady Brompton—. Pero, naturalmente, esas historias no están hechas para los inocentes oídos de una debutante.

Paseé la mirada por la habitación buscando al conde de Saint Germain y lo descubrí sentado en un rincón, hablando con otros dos hombres. Desde lejos, tenía un aspecto elegante e intemporal. Y entonces, como si hubiera percibido mi mirada, el conde apuntó hacía mí sus ojos oscuros. Aunque iba vestido de una forma parecida a los demás hombres que había en la sala —llevaba peluca y una levita, unos pantalones de media pierna bastantes sosos y unos curiosos zapatos con hebillas—, al contrario que los otros, no producía la sensación de haber salido directamente de una película de época, y en ese momento por primera vez fui consciente de dónde había aterrizado en realidad.

Sus labios se fruncieron en una sonrisa, y yo incliné cortésmente la cabeza mientras sentía cómo se me ponía la carne de gallina. Tuve que hacer un esfuerzo para reprimir el acto reflejo de llevarme la mano a la garganta.

Sería mejor que no le diera ideas.

—Por cierto, querida, vuestro hermano adoptivo es un joven muy bien parecido —dijo lady Brompton.

Aparté la mirada del conde de Saint Germain y volví a mirar a Gideon.

—Es cierto. Es muy… bien parecido. —La dama de verde parecía coincidir conmigo. En ese momento se estaba arreglando el pa?uelo del cuello con una sonrisa coqueta. Seguramente Giordano me habría matado si yo habría hecho algo parecido—. ?Quién es la dama con la que está tonte… hum…con la que habla?

—Lavinia Rutland. La viuda más hermosa de Londres.

—Pero no la compadezcáis, por favor —soltó la prima—. Ya hace mucho que se deja consolar por el duque de Lancashire, para desagrado de la duquesa, y paralelamente ha desarrollado una especial afición por los políticos ambiciosos. ?Le interesa la política a vuestro hermano?

—Creo que eso carece de importancia ahora —dijo lady Brompton—. Lavinia se comporta como si acabara de recibir un regalo y se dispusiera a desenvolverlo. —De nuevo examinó a Gideon de arriba abajo—. Vaya, los rumores hablaban de una constitución débil y carnes fofas. Me alegro enormemente de que sean falsos. —De pronto una expresión horrorizada apareció en su cara—. ?Oh, pero si no tenéis nada de beber!

La prima de lady Brompton miró alrededor y dio un empujoncito a un joven que estaba cerca.

—?Mister Merchant? ?Por qué no hacéis algo de provecho y nos traéis unos vasos del ponche especial de lady Brompton? Y traed también uno para vos. Nos gustaría oíros cantar esta noche.

—Por cierto, mister Merchant, esta es la encantadora miss Penelope Gray, la pupila del vizconde de Batten —dijo lady Brompton—. Os haría una presentación más completa, pero ella carece de patrimonio y vos sois un cazador de fortunas de modo que en esta ocasión no vale la pena que ceda a mi pasión por el alcahueteo.

Mister Merchant, que era un palmo más bajo que yo —de hecho, podía decirse lo mismo de muchas de las personas que se encontraban en la sala—, no pareció particularmente ofendido. Se inclinó en una elegante reverencia y dijo, dirigiendo una mirada intensa a mi escote:

—Eso significa que éste ciego a los atractivos de una joven dama tan encantadora como miss Gray.

—Me alegro por vos —dije un poco desconcertada, lo que hizo que lady Brompton y su prima estallaran en una sonora carcajada.

—?Oh, no, lord Brompton y miss Fairfax se acercan al pianoforme! —exclamó mister Merchant, y puso los ojos en blanco—. Me temo lo peor.

—?Rápido! ?Nuestras bebidas! —ordenó lady Brompton—. Nadie puede soportar algo así estando sobrio.

El ponche, al que primero solo di unos sorbitos tímidos, estaba delicioso.

Sabía mucho a fruta, con un poco de canela y alguna cosa más. Al probarlo noté un agradable calorcito en el estómago, y por un momento me sentí totalmente relajada y empecé a disfrutar de es a habitación soberbiamente iluminada con todas esas personas bien vestidas. Pero entonces mister Merchant me puso la mano en el escote desde atrás y estuve a punto de tirar el ponche.

—Una de las encantadoras rositas se había salido de su sitio —afirmó mientras me dirigía una sonrisa bastante atrevida.

Le miré indecisa. Giordano no me había preparado para ese tipo de situaciones, de modo que tampoco sabía qué preveía la etiqueta para el caso de sobones del rococó. Miré hacía Gideon en busca de ayuda, pero estaba tan concentrado en la conversación con la joven viuda que no se enteró de nada. Si hubiéramos estado en mi siglo, le habría dicho a mister Merchant que hiciera el favor de mantener sus sucias patas alejadas de mí, o sería otra cosa la que se saldría de su sitio en lugar de la rosita; pero en las actuales circunstancias esa reacción me parecía un poco…descortés. De modo que le sonreí y dije:

—Oh, muchas gracias, muy amable. No me había dado cuenta.

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