Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

—Lo creo —dije.

Seguro que Giordano había llorado porque él no podía ponérselos. De todos modos, hoy había estado hasta cierto punto amable, en parte seguramente porque esta vez yo había asimilado bastante bien lo del baile y, gracias al trabajo de apuntador de Xemerius, también había sabido decir correctamente qué lord era miembro de los tories y cuál era miembro de los whigs. (Xemerius se había limitado a mirar la hoja por encima del hombro de Charlotte.) Además, también gracias a Xemerius, había podido soltar de corrido sin equivocarme mi ?leyenda? personal (Penelope Mary Gray, nacida en 1765), incluyendo los nombres de mis ya fallecidos padres. Solo me había mostrado torpe como siempre con el abanico, pero Charlotte había hecho la constructiva propuesta de que sencillamente no utilizara ninguno.

Al acabar la clase, Giordano aún me había pasado una lista con un montón de palabras que no debía utilizar bajo ningún concepto. ??Aprender de memoria y asimilar para ma?ana! —había dicho con su voz gangosa—. En el siglo XVIII no hay autobuses, presentadores de televisión ni aspiradoras, nada es chulo, guay ni alucinante, y no saben nada de fisión nuclear, cremas con colágeno ni agujeros de ozono.? ?Ah, vaya, ?de verdad?? Mientras trataba de imaginar por qué demonios, en una soirée del siglo XVIII, iba a caer en la tentación de formar una frase en la que aparecieran los términos ?presentador de televisión?, ?agujero de ozono? y ?crema con colágeno?, había dicho cortésmente: ?Muy bien, okay?, pero Giordano había chillado enseguida:

—?Nooo! ?Nada de okay! ?No hay okay en el siglo XVIII, ignorante criatura!

Madame Rossini me ató el corsé en la espalda. De nuevo me sorprendió lo cómodo que era. Metida en aquella cosa, una adoptaba automáticamente una postura erguida. A continuación, me sujetó un armazón de alambre acolchado en torno a las caderas (supongo que el siglo XVIII debió de ser una época muy relajada para todas las mujeres con el trasero gordo y las caderas anchas), y luego me pasó un vestido rojo por encima de la cabeza.

Por último, abrochó una larga hilera de botones y ganchitos en mi espalda, mientras yo pasaba la mano, admirada, por la seda bordada. ?Qué maravilla de vestido, era aún más bonito que el anterior!

Madame Rossini dio una vuelta a mi alredor despacio, y su cara se iluminó con una sonrisa de satisfacción.

—Encantador. Magnifique.

—?Es el vestido para el baile? —pregunté.

—No, este es el vestido de gala para la soirée. —Madame Rossini fijó en torno al pronunciado escote unas minúsculas rosas de seda minuciosamente elaboradas. Como tenía la boca llena de alfileres, hablaba entre dientes y resultaba difícil entenderla—. Ahí no hará falta que lleves el cabello empolvado, y tu pelo oscuro queda fantástico con este rojo. Justo como había pensado. —Me gui?ó un ojo picaramente—. Causarás sensación, cuello de cisne, n'est-ce pas? Aunque seguro que ese no es el propósito del asunto. Pero ?qué voy a hacerle yo? —Se retorció las manos, si bien en ella, con su peque?a figura y su cuello de tortuga, ese gesto, al contrario que en el caso de Giordano, resultaba muy tierno—. Eres una peque?a belleza, ?sabes?, y no tendría ningún sentido embutirte en un vestido color ala de mosca. Muy bien, cuello de cisne, ya está. Ahora le toca el turno al vestido de baile.

El vestido de baile era de color azul claro con bordados y volantes crema, y me quedaba tan bien como el rojo. Tenía un escote aun más espectacular, si es que era posible, que el vestido de gala y una falda de metros de anchura que se balanceaba en torno a mi cintura. Madame Rossini sopesó mi trenza con aire preocupado.

—Aún no estoy segura de cómo vamos a hacer esto. Con una peluca te sentirías incómoda, sobre todo teniendo en cuenta que tendríamos que ocultar todo ese cabello. Pero tu color de pelo es tan oscuro que probablemente con polvos solo conseguiríamos un horrible tono gris. Quelle catastrophe! —Frunció el ce?o—. Tanto da. De hecho, de ese modo estarías absolument á la mode, pero ?qué moda más horrible era esa, por Dios!

Por primera vez en el día esbocé una sonrisa. ??Hojible!?, ??Espantoso!?.

?Cuánta razón tenía! No solo la moda, sino también Gideon era ?hojible? y ?espantoso? y yo a?adiría que ?jepulsivó?; en todo caso, a partir de ahora estaba decidida a verlo así, ?y se acabó!

Madame Rossini no parecía haberse dado cuenta de hasta qué punto su compa?ía era una bendición para mí y seguía indignándome contra la época a la que iba a elapsar.

—Chicas jóvenes que se empolvaban el pelo hasta que parecía el de sus abuelas. ?Terrible! Pruébate estos zapatos, por favor. Piensa que tienes que poder bailar con ellos y que aún estamos a tiempo de cambiarlos.

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