—Pero, Gwendolyn, ya te había insistido en que ningún objeto...
—Lo siento —le interrumpí-, pero es tan aburrido estar en ese sótano oscuro, y un cigarrillo va bien para controlar el miedo...
—Me esforcé en poner cara de pena—, Pero recogí las colillas con mucho cuidado y lo he traído todo de vuelta; no tienen por qué preocuparse de que alguien pueda encontrar un paquete de Lucky Strike y se extra?e.
Falk rió.
—Veo que nuestra princesita no es tan buena chica como parece —dijo el doctor White, y yo respiré aliviada; por lo visto, me habían creído—. No pongas esa cara de sorpresa, Thomas. Yo me fumé mi primer cigarrillo a los trece a?os.
—Yo también. El primero y el último. —Falk de Villiers se había inclinado de nuevo sobre el cronógrafo—. Realmente no es nada recomendable, Gwendolyn. Estoy seguro de que tu madre se escandalizaría si supiera que fumas.
Incluso el peque?o Robert asintió enérgicamente con la cabeza y me miró con aire de reproche.
—Además, no resulta nada favorecedor —a?adió el doctor White—. La nicotina estropea la piel y mancha los dientes.
Gideon no dijo nada. Aún no había aflojado su presa sobre mi brazo. Me esforcé en mirarle a los ojos con aire despreocupado y esbocé una sonrisa de disculpa. él me devolvió la mirada entrecerrando un poco los ojos y sacudió la cabeza casi imperceptiblemente. Luego me soltó despacio. Tuve que tragar saliva, porque de repente se me había hecho un nudo en la garganta.
?Por qué era así Gideon? ?Primero simpático y cari?oso, y un instante después de nuevo frío e inaccesible? No había quien pudiera soportar algo así. O al menos, yo no podía soportarlo. Lo que había pasado abajo, entre nosotros, me había parecido totalmente auténtico; ?y ahora no tenía nada mejor que hacer que ponerme en evidencia a la primera ocasión ante todo el grupo? ?Qué pretendía conseguir con eso?
—Ven, vámonos —me indicó mister George.
—Nos veremos pasado ma?ana, Gwendolyn —dijo Falk de Villiers—. En tu gran día.
—No olvide vendarle los ojos —dijo el doctor White, y oí que Gideon reía, como si el doctor hubiera contado un mal chiste.
Luego la pesada puerta se cerró tras nosotros y nos encontramos fuera, en el corredor.
—Parece que no le gustan los fumadores —dije en voz baja, y no me faltó mucho para echarme a llorar.
—Deja que te vende los ojos, por favor —me pidió mister George, y me quedé quieta mientras me ataba el estrecho pa?uelo con un nudo detrás de la cabeza. Luego me cogió la cartera y me empujó con cuidado hacia delante—. Gwendolyn... De verdad, deberías ser más prudente.
—Un par de cigarrillos no matan a nadie, mister George. —No quería decir eso.
—?Y qué quería decir, entonces?
—Me refería a tus sentimientos.
—?Cómo? ?A mis sentimientos? Oí suspirar a mister George.
—Mi querida ni?a, incluso un ciego podría ver que tú... Sencillamente, deberías ser más prudente en lo que se refiere a tus sentimientos por Gideon.
—Yo...
Enmudecí de nuevo. Estaba claro que mister George era mucho más perspicaz de lo que había supuesto.
—Las relaciones entre dos viajeros del tiempo nunca han estado tocadas por la fortuna —dijo—. Igual que las relaciones entre las familias De Villiers y Montrose. Y en tiempos como estos es importante tener siempre presente que en el fondo no se puede confiar en nadie. —Tal vez solo fueran imaginaciones mías, pero tenía la impresión de que la mano de mister George temblaba en mi espalda—. Por desgracia, es un hecho comprobado que el sentido común tiende a esfumarse en cuanto el amor entra en juego.
Y lo que más necesitas ahora es precisamente sentido común. Cuidado, escalón.
Recorrimos el resto del camino en silencio, y luego mister George me soltó la venda y me miró con seriedad.
—Puedes conseguirlo, Gwendolyn. Creo firmemente en ti y en tus capacidades.
Volvía a tener la redonda cara perlada de sudor y sus ojos claros reflejaban la intensa preocupación que sentía por mí, igual que los de mi madre cuando me miraba. Me inundó una oleada de simpatía hacia él.
—Tenga. Su anillo —dije—. ?Cuántos a?os tiene en realidad, mister George?
?Le importa que se lo pregunte?
—Setenta y seis a?os —respondió mister George—. No es ningún secreto.
Le miré fijamente. Aunque nunca me había parado a pensar en ello, la verdad es que le habría echado como mínimo diez menos.
—Entonces en 1956 tenía....
—Veintiuno. Fue el a?o en que empecé a trabajar aquí como pasante de abogado y me hice miembro de la logia.
—?Conoce a Violet Purpleplum, mister George? Es una amiga de mi tía abuela.
Mister George levantó una ceja.
—No, creo que no. Ven, te acompa?aré al coche, me imagino que tu madre estará impaciente por verte.