—?El qué? —había preguntado yo.
Mister Bernhard había apartado a un lado la servilleta de la bandeja, y debajo había aparecido un libro.
—El Caballero Verde —había dicho—. Creo recordar que eso era lo que buscaba.
Leslie se había levantado de la cama de un salto y había cogido el libro.
—Pero yo ya hojeé el libro en la biblioteca, y no tiene nada de especial... — había murmurado.
Mister Bernhard le había dirigido una sonrisa indulgente.
—Supongo que eso se debe a que el libro que vio en la biblioteca no era propiedad de lord Montrose. He pensado que este ejemplar, en cambio, tal vez podría interesarles.
Después de despedirse con una ligera inclinación de cabeza, mister Bernhard se había retirado, y Leslie y yo nos habíamos abalanzado enseguida sobre el libro. Una hoja sobre la que alguien había escrito cientos de números con una escritura minúscula había caído al suelo.
—?Oh, Dios mío, es un código! —había exclamado Leslie, roja de excitación —. ?Esto es absolutamente increíble! Es lo que siempre había deseado. ?Ahora solo nos falta descubrir qué significa!
—Sí —Había dicho Xemerius, que estaba colgado de la barra de las cortinas—. Eso ya lo he oído bastante a menudo antes. Creo que también es una de esas famosas frases...
Pero Leslie no había necesitado ni cinco minutos para descubrir que los números se referían a letras individuales dentro del texto.
—El primer número siempre es la página, el segundo indica la línea, el tercero la palabra, y el cuarto la letra. ?Ves? 14-22-6-3: es la página 14, la línea 22, la sexta palabra y la tercera letra de esta palabra. —Sacudió la cabeza—. Qué truco más barato. Sale en uno de cada dos libros para ni?os, si no recuerdo mal. En todo caso, según esto la primera letra es una e. Xemerius había asentido con la cabeza impresionado.
—Haz caso a tu amiga.
—No olvides que se trata de un asunto de vida o muerte —había dicho Leslie —. ?Crees que quiero perder a mi mejor amiga solo porque después de unos cuantos arrumacos ya no estaba en condiciones de usar el cerebro?
—?Bien dicho!
Aquello lo había exclamado Xemerius.
—Es importante que dejes de lloriquear y en lugar de eso averigües lo que Lucy y Paul descubrieron —continuó Leslie en tono decidido—. Cuando hoy te envíen otra vez a elapsar al a?o 1956, solo tienes que pedirle a mister George que lo haga, ?insiste en tener una conversación en privado con tu abuelo! ?Qué idea más disparatada esa de ir a un café! Y esta vez lo anotas todo, absolutamente todo lo que te diga, hasta el más mínimo detalle, ?de acuerdo? —Suspiró-. ?Estás segura de que era la ?Alianza Florentina?? No he podido encontrar nada sobre eso en ningún sitio. Es imprescindible que echemos un vistazo a esos Escritos secretos que el conde de Saint Germain llegó a los Vigilantes. Si Xemerius fuera capaz de mover objetos, podría buscar los archivos, atravesar la pared y sencillamente leerlo todo...
—Muy bien, restriégame mi inutilidad por la cara —dijo Xemerius ofendido—. He necesitado siete siglos para asumir la idea de que ni siquiera puedo pasar una página de un libro.
Llamaron a la puerta de mi habitación, y Caroline sacó la cabeza por la rendija.
—?La comida está lista! Gwenny, dentro de una hora pasarán a recogeros a ti y a Charlotte.
Lancé un gemido.
—?A Charlotte también?
—La tía Glenda ha dicho que sí. Que la pobre Charlotte va a malgastar su talento haciendo de profesora para ineptos sin remedio o algo parecido.
—No tengo hambre.
—Enseguida vamos —dijo Leslie, y me dio un codazo en las costillas—.
Gwenny, ven conmigo. Más tarde ya tendrás tiempo de hundirte en la autocompasión. ?Pero ahora tienes que comer algo!
Me senté y me soné.
—En este momento no tengo ánimos para escuchar los comentarios malignos de la tía Glenda.
—Lógico, pero piensa que necesitarás tener unos nervios de acero para sobrevivir a lo que te espera. —Leslie me tiró de las piernas—. Y Charlotte y tu tía pueden ser un buen ejercicio para cuando llegue el momento. Si sobrevives a la comida, lo de la soirée será pan comido.
—Y si no, siempre puedes hacerte el haraquiri —dijo Xemerius.
???
A modo de saludo, madame Rossini me apretó contra sus generosos pechos.
—?Mi cuellecito de cisne! Aquí estás por fin. ?Te he echado de menos!
—Yo también a usted —dije sinceramente. La simple presencia de madame Rossini, con su desbordante cordialidad y su fabuloso acento francés (?cueshecitó?; ?si Gideon pudiera oírlo), me produjo un efecto a la vez calmante y vivificador. Aquella mujer era como un bálsamo para mi maltrecha confianza en mí misma.
—Ya verás, estarás encantada cuando veas lo que te he cosido. Tus vestidos son tan bonitos que Giordano casi se ha echado a llorar cuando se los he ense?ado.