Corriendo, doblamos la última esquina, y abrí apresuradamente la puerta del antiguo laboratorio de alquimia. Mis cosas estaban sobre la mesa, tal como las había dejado.
—Pero Lucy y Paul sí que conocen el secreto, estoy convencido. La última vez que nos vimos estaban a punto de encontrar los documentos. —Lucas miró su reloj—. ?Maldita sea! ?Sigue! —le apremié al tiempo que cogía la cartera y la linterna de bolsillo. Y en el último instante recordé que aún tenía que devolverle la llave. La conocida sensación de vértigo ya empezaba a atenazar mi estómago—. ?Y, por favor, aféitate el bigote, abuelo!
—El conde tenía enemigos que en las Crónicas solo se mencionan de forma marginal —dijo Lucas a toda velocidad—. Sobre todo había una antigua organización secreta próxima a la iglesia, llamada la Alianza Florentina, que le tenía en su punto de mira. En 1745, el a?o de fundación de la logia aquí en Londres, esa organización se hizo con documentos de la herencia del conde de Saint Germain... ?Crees que el bigote me queda mal?
La habitación empezó a girar en torno a mí.
—?Te quiero, abuelo! —exclamé.
—?... documentos que, entre otras cosas, demuestran que no basta con registrar la sangre de los doce viajeros del tiempo en el cronógrafo! El secreto solo se revela cuando... —oí que decía Lucas antes de sentir un tirón en los pies.
Una fracción de segundo más tarde parpadeaba bajo una luz clara. Y frente a una camisa blanca. Un centímetro más a la izquierda y habría aterrizado directamente sobre los pies de mister George.
Solté un gritito y retrocedí unos pasos.
—La próxima vez tenemos que pensar en darte una tiza para que marques el sitio —dijo mister George sacudiendo la cabeza, y me cogió la linterna de la mano.
Mister George no había esperado en solitario a mi vuelta. Junto a él, de pie, vi a Falk de Villiers; el doctor White estaba sentado en una silla junto a la mesa; Robert, el joven fantasma, asomaba la cabeza por detrás de sus piernas, y Gideon estaba apoyado contra la pared, junto a la puerta, con un enorme parche blanco en la frente Al verle, contuve la respiración instintivamente.
Había adoptado su postura habitual, con los brazos cruzados sobre el pecho, pero el color de su cara apenas era más oscuro que el parche, y las sombras bajo sus ojos hacían que sus iris parecieran aún más verdes que de costumbre. Sentí una necesidad casi irresistible de correr hacia él, estrecharle entre mis brazos y soplarle en la herida como solía hacer tiempo atrás con Nick cuando se hacía da?o.
—?Todo va bien, Gwendolyn? —preguntó Falk de Villiers.
—Sí —dije yo sin perder de vista a Gideon. Dios mío, solo ahora me daba cuenta de cuánto le había echado de menos. ?Hacía apenas un día de ese beso en el sofá verde? Aunque en realidad no podía hablarse de un beso exactamente.
Gideon me devolvió la mirada sin inmutarse, casi con indiferencia, como si fuera la primera vez que me veía. Ni rastro de lo que había pasado ayer.
—Llevaré a Gwendolyn arriba para que pueda volver a casa —dijo tranquilamente mister George, y apoyando la mano en mi espalda, me empujó hacia la puerta pasando junto a Falk. Directamente hacia Gideon.
—Tienes un... ?Ya te encuentras bien? —le pregunté.
Gideon se limitó a mirarme. Pero había algo raro en la forma en que lo hizo. Como si yo no fuera una persona, sino un objeto. Algo insignificante, cotidiano, algo así como... una silla. ?Tal vez tenía una lesión cerebral y ya no sabía quién era yo? De repente sentí frío.
—Gideon debe guardar cama, pero antes tiene que elapsar unas horas si no queremos arriesgarnos a un salto en el tiempo incontrolado —explicó el doctor White con tono desabrido—. Es una imprudencia volver a dejarle solo...
—Dos horas en un sótano tranquilo en el a?o 1953, Jake —le interrumpió Falk—. En un sofá. Sobrevivirá, no te preocupes.
—Sí, desde luego —dijo Gideon, y su mirada se ensombreció aún más, si es que eso era posible.
De pronto me entraron ganas de romper a llorar.
Mister George abrió la puerta.
—Ven, Gwendolyn.
—Solo un momento, mister George. —Gideon me sujetó del brazo—. Antes de que se marche, me gustaría saber una cosa: ?a qué a?o han enviado a Gwendolyn?
—?Ahora? A julio de 1956 —dijo mister George—. ?Por qué?
—Bueno, es que huele a tabaco —respondió Gideon, aumentando dolorosamente la presión en mi brazo. De hecho, apretaba tanto que estuve a punto de soltar la cartera.
Automáticamente me olí la manga de la chaqueta. Era verdad: las horas que había pasado en ese café lleno de humo habían dejado huellas claramente perceptibles en mi ropa. ?Cómo demonios iba a explicar eso ahora?
Todas las miradas estaban fijas en mí, y comprendí que tenía que encontrar a toda prisa una buena excusa.
—Muy bien, me has cogido —dije mirando al suelo—. He fumado un poco.
Pero solo tres cigarrillos. De verdad.
Mister George sacudió la cabeza.