Recorrimos una callejuela estrecha y luego salimos a la calle por el arco.
Allí me quedé parada, fascinada. Como siempre, había mucho tráfico en el Strand, pero ahora este estaba compuesto exclusivamente por coches de época. Los autobuses de dos pisos parecían sacados de un museo y hacían un ruido espantoso, y la mayoría de la gente que caminaba por la acera llevaba sombrero —hombres, mujeres, ?e incluso los ni?os!—. En la pared de la casa situada en diagonal frente a nosotros había un cartel de cine que hacía publicidad de Alta sociedad, con la ultraterrenalmente bella Grace Kelly y el increíblemente feo Frank Sinatra. Avancé a paso de tortuga mirando a derecha e izquierda con la boca abierta. Todo parecía sacado de una postal de estilo retro, solo que con mucho más colorido.
Lucas me llevó hasta un bonito café que hacía esquina y encargó té y bollos.
—La última vez estabas hambrienta —recordó—. Aquí también hacen buenos sándwiches.
—No, gracias —dije—. Abuelo, ?qué ocurre con mister George? En el a?o 2011 actúa como si no me hubiera visto nunca.
Lucas se encogió de hombros.
—Bah, no te preocupes por el muchacho. Hasta que os volváis a ver tienen que pasar aún cincuenta y cinco a?os. Lo más probable es que sencillamente te haya olvidado para entonces.
—Sí, tal vez —dije, y miré irritada al montón de fumadores que había en el café.
Directamente junto a nosotros, ante una mesa en forma de ri?ón sobre la que había un cenicero de vidrio del tama?o de una calavera estaba sentado un se?or gordo con un cigarro. El aire era tan denso que se podía cortar con un cuchillo. ?Es que la gente de 1956 aún no había oído hablar del cáncer de pulmón?
—En el tiempo que ha pasado, ?has descubierto qué es el Caballero Verde?
—No, pero he descubierto algo mucho más importante. Ahora sé por qué Lucy y Paul van a robar el cronógrafo. —Lucas miró un momento alrededor y acercó su silla a la mía—. Después de tu visita, Lucy y Paul vinieron algunas veces a elapsar, sin que pasara nada especial. Tomábamos té juntos, les preguntaba los verbos franceses y nos aburríamos mortalmente durante cuatro horas. No podían abandonar la casa, era una de las normas, y Kenneth de Villiers, ese viejo soplón, se encargaba de que nos atuviéramos a ellas. De hecho, una vez saqué a escondidas a Lucy y a Paul para que vieran una película y dieran echar un vistazo fuera, y nos pillaron de la forma más tonta. Qué digo nos pillaron: Kenneth nos pilló. Se montó un buen escándalo. A mí me impusieron un castigo disciplinario y durante un a?o colocaron a un guardia ante la puerta de la Sala del Dragón mientras Lucy y Paul se encontraban entre nosotros. Esto solo cambió cuando conseguí el rango de adepto de tercer grado. Oh, muchas gracias.
Esto último iba dirigido a la camarera, que era clavada a Doris Day en la película El hombre que sabía demasiado. Llevaba el pelo corto te?ido de un color rubio claro y un vestido vaporoso con una falda con mucho vuelo. La mujer colocó el pedido ante nosotros con una sonrisa radiante y no me habría sorprendido nada si de repente se hubiera puesto a cantar ?Qué será, será?.
Lucas esperó a que se alejara lo suficiente para no poder oírnos y luego siguió hablando.
—Naturalmente, he realizado prudentes indagaciones para tratar de descubrir que motivo podían tener para largarse con el cronógrafo. Pero no hay nada. Su único problema era que estaban terriblemente enamorados.
Al parecer, su relación no estaba bien vista en su época, de modo que la mantuvieron en secreto. Solo unas pocas personas la conocían, yo, por ejemplo, y tu madre, Grace.
—?Entonces tal vez huyeron al pasado solo porque no podían estar juntos!
Como Romeo y Julieta. Dios. Terriblemente romántico.
—No —dijo Lucas—. No fue ese el motivo. Mi abuelo removió su té, mientras yo miraba con avidez el cestito lleno de bollos calientes, colocados bajo una servilleta de tela, de la que surgía un olor tentador.
—Yo fui la razón —continuó Lucas.
—?Qué? ?Tú?
—Bueno, no directamente yo. Pero fue culpa mía. Un día se me ocurrió la disparatada idea de enviar sencillamente a Lucy y a Paul un poco más atrás en el pasado.
—?Con el cronógrafo? Pero ?cómo...?
—Sí, ya lo sé, una idea disparatada, como he dicho. —Lucas se pasó la mano por el pelo—. Pero pasábamos encerrados cuatro horas al día en esa maldita sala con el cronógrafo, y en esa situación era muy fácil acabar por pensar en ello. Estudié a fondo viejos planos, los Escritos secretos y los Anales, luego cogí unos disfraces del almacén y finalmente registramos la sangre de Lucy y de Paul en el cronógrafo y los envié a modo de prueba durante dos horas al a?o 1590.