—Yo soy su asistente y no hace mucho tiempo que estoy aquí —balbuceó tímidamente mister George—. Pero no, no ha dicho nada. De todos modos, tiene que volver en cualquier momento. ?Quiere sentarse mientras tanto, miss... eh...?
—?Purpleplum!
—Eso es. ?No querrá tomar tal vez una taza de café? Dio la vuelta a la mesa y me acercó una silla, lo que me vino francamente bien, porque sentía que me flaqueaban las piernas. —No, gracias, no quiero café.
Me observó indeciso. Yo le devolví la mirada sin decir palabra.
—?Es usted... de los exploradores?
—?Cómo dice?
—Lo digo... por el uniforme.
—No.
No podía apartar la mirada de mister George, ?porque era él, no cabía duda! El hombre, cincuenta y cinco a?os más viejo, se le parecía increíblemente, solo que ya no tenía pelo, llevaba gafas y era más o menos tan alto como ancho.
El joven mister George, en cambio, tenía una gran cantidad de pelo, dominado con mucha laca y una raya bien marcada, y estaba francamente delgado. Al parecer, le resultaba desagradable ser observado así, porque se sonrojó, se sentó de nuevo en su puesto detrás del escritorio y se puso a hojear unos papeles. Me pregunté qué diría si me sacaba su sello del bolsillo y se lo ense?aba.
Durante al menos un cuarto de hora permanecimos callados y luego la puerta del despacho se abrió y entró mi abuelo. Cuando me vio, sus ojos se pusieron por un instante redondos como bolas pero luego se dominó y dijo:
—?Vaya, mira quién está aquí, pero si es mi querida prima!
Me levanté de un salto. Estaba claro que, desde nuestro último encuentro, Lucas Montrose había pasado a convertirse en un adulto. Llevaba un traje elegante y pajarita, y se había dejado un bigote que no le sentaba especialmente bien.
El bigote me picó cuando me besó en las dos mejillas.
—?Qué alegría, Hazel! Dime, ?cuánto tiempo vas a quedarte en la ciudad?
?Y han venido también tus queridos padres?
—No —tartamudeé. ?Por qué tenía que ser precisamente la horrible Hazel?
—. Están en casa, con los gatos...
—Por cierto, este es Thomas George, mi nuevo asistente. Thomas, esta es Hazel Montrose de Gloucestershire. Ya te dije que seguro que pronto vendría a visitarme.
—?Pensaba que se llamaba Purpleplum! —dijo mister George.
—Sí —contesté yo—. Es que también me llamo así. Es mi segundo apellido.
Hazel Violet Montrose Purpleplum, pero ?quién va a acordarse de un nombre así?
Lucas me miró frunciendo el ce?o.
—Ahora iré a dar un peque?o paseo con Hazel, ?de acuerdo? —dijo dirigiéndose a mister George—. Si alguien pregunta por mí, dile que estoy reunido con un cliente.
—Sí, mister Montrose— respondió mister George, esforzándose en poner cara de indiferencia.
—Hasta la vista —dije.
Lucas me cogió del brazo y me sacó de la habitación.
Caminamos sin decir nada, con una sonrisa tensa dibujada en el rostro, hasta la salida, y solo cuando la pesada puerta de entrada se cerró y nos encontramos en la callejuela soleada frente a la casa, volvimos a hablar.
—No quiero ser la horrible Hazel —protesté, y miré alrededor intrigada.
Temple no parecía haber cambiado mucho en cincuenta y cinco a?os, si se prescindía de los coches—. ?Es que tengo el aspecto de ser alguien que sujeta a los gatos por la cola y les hace girar por encima de su cabeza?
—?Purpleplum! —protestó Lucas a su vez—. ?No se te ha ocurrido nada más extravagante? —Luego me cogió por los hombros y me observó—. ?Deja que te mire, nieta! Tienes el mismo aspecto que hace ocho a?os.
—Claro, es que en realidad solo fue anteayer —expliqué.
—Increíble —dijo Lucas—. Durante todos estos a?os he estado pensando que tal vez solo había so?ado todo esto...
—Ayer aterricé en el a?o 1953, pero no estaba sola.
—?Cuánto tiempo tenemos ho?
y—He aterrizado a las tres de vuestro tiempo, y a las seis y media en punto saltaré de vuelta.
—Entonces al menos tenemos algo de tiempo para hablar. Ven, en la esquina hay un peque?o café, allí podremos tomar un té. —Lucas me cogió del brazo y nos dirigimos hacia el Strand—. No lo creerás, pero desde hace tres meses soy padre —me explicó mientras caminábamos—. Debo decir que es una agradable sensación. Y creo que Arista fue una buena elección.
Claudine Seymore, en cambio, ha cogido kilos y además, según dicen, es aficionada a empinar el codo.
Desde por la ma?ana.