Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

Con el corazón acelerado, cogí la llave del escondrijo detrás del ladrillo y desdoblé la hoja que Lucas me había dejado allí. Solo había palabras latinas, ningún mensaje personal. La contrase?a del día me pareció inhabitualmente larga y ni siquiera traté de aprenderla de memoria. Cogí un bolígrafo de mi cartera y me la escribí en la palma de la mano. Lucas también había dibujado un plano de los corredores subterráneos. Según este, debía doblar a mano derecha en la puerta, y luego doblar en total tres veces a la izquierda hasta llegar a la gran escalera, junto a la que se encontrarían los primeros guardianes. La puerta se abrió sin esfuerzo cuando moví la llave en la cerradura. Me lo pensé un momento, pero al final decidí no cerrarla de nuevo por si volvía con prisas. Olía a moho allí abajo, y las paredes revelaban claramente lo antiguas que eran las bóvedas. El techo era bajo, y los corredores, muy estrechos. Cada pocos metros había una bifurcación o una puerta encajada en el muro. Sin mi linterna de bolsillo y el plano de Lucas seguramente me habría perdido, aunque estos pasadizos subterráneos despertaban en mí una extra?a sensación de familiaridad. Cuando giré a la izquierda en el último pasillo antes de llegar a la escalera, oí voces y contuve la respiración.

Ahora se trataba de convencer a los guardias de que había una buena razón para que me dejaran pasar. Al contrario que en el siglo XVIII, los dos de aquí no parecían en absoluto peligrosos. Estaban sentados al pie de la escalera jugando a las cartas. Me acerqué con aire decidido. Cuando me vieron, a uno se le cayeron las cartas de la mano y el otro se levantó de un salto y se puso a buscar frenéticamente su espada, que estaba apoyada en la pared.

—Buenos días —dije animosamente—. Sigan, sigan, no se preocupen por mí.

—?Qué...? ?Cómo...? —tartamudeó el primero, mientras el segundo, que ya había cogido su espada, me miraba indeciso.

—?Una espada no es un arma algo exótica para el siglo XX? —pregunté yo estupefacta—. ?Qué hacen si alguien se presenta con una granada de mano o con una pistola ametralladora?

—Oh, por aquí no pasa mucha gente —dijo el de la espada, y sonrió tímidamente—. Es más un arma tradicional que... —Sacudió la cabeza, como si quisiera llamarse a sí mismo al orden, y luego hizo un esfuerzo, se puso firmes y preguntó—: ?Contrase?a?

Me miré la palma de la mano.

—Nam quod in iuventus non discitur, in matura aetate nescitur.

—Es correcto —dijo el que aún estaba sentado en la escalera—. Pero ?de dónde viene, si puedo preguntarlo?

—Del Palacio de Justicia —contesté—. Un superatajo. Si les interesa, se lo puedo ense?ar; pero ahora tengo una cita muy importante con Lucas Montrose.

—?Montrose? La verdad es que ni siquiera sé si hoy está en casa—dijo el de la espada.

Y el otro a?adió:

—La llevaremos arriba, miss, pero antes debe darnos su nombre.

Para el acta.

Dije el primer nombre que me vino a la cabeza. Tal vez un poco precipitadamente.

—?Violeta Purpleplum? —repitió el de la espada, incrédulo, mientras el otro me miraba las piernas.

Supongo que la longitud de la falda de nuestro uniforme escolar no se ajustaba del todo a la moda del a?o 1956. Pero tanto daba, tendría que aguantarse.

—Sí —dije en un tono ligeramente agresivo, porque estaba enojada conmigo misma—. Y no veo el motivo para sonreír así. No todos tienen que llamarse Smith o Millar. ?Podemos ir ya?

Los dos hombres discutieron un momento sobre quién tenía que llevarme arriba, y finalmente el de la espada cedió y volvió a ponerse cómodo en la escalera. En el camino hacia arriba, el otro quiso saber si yo ya había estado alguna vez allí. Le dije que desde luego, que varias veces, y que qué bonita era la Sala del Dragón, ?verdad?, y que la mitad de mi familia eran miembros de los Vigilantes, y al llegar a este punto el hombre creyó recordar de pronto que ya me había visto en la última fiesta en el jardín.

—Usted era la chica que servía la limonada, ?no? Junto con lady Gainsley.

—Eee... Exacto —dije yo, y enseguida nos enfrascamos en una fantástica charla sobre la fiesta, las rosas y un montón de gente a la que yo no conocía (lo que no impidió que me explayara sobre el extra?o sombrero de mistress Lamotte y el hecho de que precisamente mister Masón se hubiera liado con una oficinista, ?uf!).

Cuando pasamos ante las primeras ventanas, miré con curiosidad al exterior. Todo me pareció familiar. Sin embargo, saber que la ciudad, más allá de los venerables muros de Temple, ofrecía una imagen totalmente distinta a la que tenía en mi época resultaba, de algún modo, extra?o; como si tuviera que precipitarme inmediatamente al exterior y observarlo por mí misma para creerlo.

En el primer piso el guardia llamó a la puerta de un despacho. Leí el nombre de mi abuelo en un cartel y me inundó una oleada de orgullo. ?Lo había logrado!

—Una tal miss Purpleplum quiere ver a mister Montrose —dijo el guardia por la rendija de la puerta.

—Muchas gracias por acompa?arme —dije yo mientras pasaba a su lado y me deslizaba dentro—.Ya nos veremos en la próxima fiesta en el jardín.

—Oh, sí. Me alegraría mucho —dijo, pero para entonces yo ya le había cerrado la puerta en las narices. Me volví con aire triunfal—. ?Qué, qué me dices ahora?

—Miss... eh... ?Purpleplum?

El hombre del escritorio me miraba con los ojos abiertos de par en par. Sin lugar a dudas no era mi abuelo. Yo le miré a mi vez fijamente, espantada.

Era muy joven, en realidad casi un muchacho todavía, y tenía la cara redonda y fina con unos ojitos claros y amistosos que me resultaron más que conocidos.

—?Mister George? —pregunté incrédula.

—?Nos conocemos?

El joven mister George se había levantado.

—Naturalmente. De la última fiesta en el jardín — tartamudeé mientras mis pensamientos se agolpaban en mi cabeza—. Yo era la de la limonada...

?dónde está mi ab... Lucas? ?No le ha dicho que hoy tenía una cita con él?

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