—?Ha pasado algo? —pregunté, pero no me dirigía a Charlotte, sino a Xemerius. Yo tampoco era ninguna tonta—. ?Mister Marley ha explicado algo antes de que yo llegara?
—Solo unas frases crípticas —respondió Xemerius, mientras Charlotte apretaba los labios y se ponía a mirar por la ventanilla—. Por lo visto, esta ma?ana se ha producido un incidente en un salto en el tiempo de... hum...
una piedrecita brillante... —Se rascó las cejas con la cola.
—?Es que tengo que sacártelo todo con pinzas?
Charlotte, que comprensiblemente pensaba que estaba hablando con ella, dijo:
—Si no hubieras llegado tarde, lo sabrías.
—… Diamante —dijo Xemerius—, Alguien le ha... esto... ?cuál sería la mejor manera de expresarlo? Alguien le ha dado un buen trompazo en la cabeza.
Se me encogió el estómago.
—??Qué?!
—No te pongas nerviosa —dijo Xemerius—. Está vivo. O al menos eso he deducido del parloteo excitado del pelirrojo. ?Madre mía, estás blanca como la cera! Oh, oh, ?no irás a vomitar? Contrólate un poco, por favor.
—No puedo —susurré. Me sentía fatal.
—?No puedes qué? —susurró Charlotte—. Lo primero que tiene que aprender un portador del gen es a dejar en segundo plano sus propias necesidades y dar lo mejor de sí mismo por la causa. Tú, en cambio, haces lo contrario.
Ante mi ojo interior veía a Gideon tendido en el suelo, cubierto de sangre.
Me costaba respirar.
—Otros darían cualquier cosa por que Giordano les diera clases. Y tú te comportas como si con eso te atormentaran.
—?Ya vale, cierra la boca de una vez, Charlotte! —grité.
Charlotte volvió a girarse hacia la ventana. Y yo empecé a temblar.
Xemerius tendió una de sus zarpas y la colocó tranquilizadoramente sobre mi rodilla.
—Voy a ver qué consigo descubrir. Buscaré a tu amiguito y luego te presentaré un informe, ?de acuerdo? ?Pero no te pongas a gimotear! Si lo haces, me pondré nervioso y escupiré agua sobre esta elegante tapicería de cuero y tu prima pensará que te has hecho pipí encima.
Xemerius pegó un salto, desapareció a través del techo del coche y se alejó volando. Cuando volvió a aparecer por fin a mi lado había transcurrido una hora y media torturadora. Una hora y media en la que me imaginé las cosas más espantosas y me sentí más muerta que viva. No contribuyó a arreglar la situación que mientras tanto llegáramos a Temple, donde el implacable maestro ya estaba al acecho esperándome. Pero yo no me encontraba en condiciones para escuchar las exposiciones de Giordano sobre la política colonial ni para imitar los pasos de baile de Charlotte. ?Y si Gideon había sido atacado de nuevo por hombres armados con espadas y esta vez no había podido defenderse? Cuando no lo veía en el suelo ba?ado en sangre, me lo imaginaba en la unidad de cuidados intensivos tendido en una cama, más blanco que la cera y conectado a un montón de tubos. ?Por qué no había nadie a quien pudiera preguntar cómo se encontraba?
Entonces, por fin, Xemerius llegó volando directamente a través de la pared del Antiguo Refectorio.
—?Qué?—le pregunté sin prestar atención a Giordano y a Charlotte.
En ese momento los dos me estaban ense?ando cómo se aplaudía en una soirée del siglo XVIII. Y, naturalmente, no tenía nada que ver con la forma en que yo lo hacía.
—Eso es ?Bravo, bravo, hoy hay pastel de chocolate?, ignorante criatura — dijo Giordano —. Así aplauden los críos en el cajón de arena cuando están contentos… ?Y ahora adónde demonios vuelve a mirar? ?Me está volviendo loco!
—Todo va perfecto chica del pajar— dijo Xemerius sonriendo alegremente —. El muchacho ha recibido un buen golpe en la cabeza y ha pasado unas horas fuera de combate, pero, por lo que parece, tiene el cráneo duro como un diamante y ni siquiera ha sufrido una conmoción cerebral. Y esa herida en la frente de algún modo le hace…?Eh!...?No volverás a ponerte pálida! ?Ya te he dicho que todo va bien!
Respiré hondo. Del alivio que sentía, estaba como mareada.
—Así está mejor —convino Xemerius—. No hay motivo para hiperventilar. Los bonitos dientes blancos de Loverbog siguen intactos. Y se pasa el rato maldiciendo para sí; supongo que debe de ser una buena se?al.
Oh, gracias, Dios mío, gracias, gracias.
Pero el que ahora estaba a punto de hiperventilar era Giordano. Por mi causa. De pronto sus chillidos me importaban un pepino. Al contrario, me parecía realmente divertido observar cómo el color de su piel entre las líneas de la barba pasaba del rosa oscuro al violeta.
Mister George llegó justo a tiempo para impedir que Labios de Morcilla acabara por estallar y me soltara una bofetada.
—Hoy ha sido aún peor, si es que eso es posible. —Giordano se dejó caer en una elegante silla y se secó el sudor con unos toquecitos de un pa?uelo de su color de piel actual—. No ha parado de mirar embobada hacia delante con los ojos vidriosos; ?si no supiera que no puede ser cierto, habría asegurado que tiene algún problema con las drogas!