Este incidente frenó un poco nuestra euforia, hasta que mister Bernhard pescó el zapato, lo colocó sobre el plato de Carolina y, serio como un muerto, dijo:
—Me alegra que haya sobrado tanta crema. Miss Charlotte y las dos damas sin duda querrán tomar un tentempié cuando vuelvan de la ópera.
Mi tía abuela le dirigió una sonrisa radiante.
—Usted siempre tan atento, querido.
—Es mi obligación velar porque todos ustedes estén bien—dijo mister Bernhard—. Se lo prometí a su hermano antes de su muerte.
Les miré a los dos pensativa.
—Me estaba preguntando si el abuelo no le explicaría alguna vez algo de un Caballero Verde, mister Bernhard. O a ti, tía Maddy.
La tía Maddy negó con la cabeza.
—?Un Caballero Verde? ?Qué se supone que es eso?
—Ni idea—admití—. Solo sé que tengo que encontrarlo.
—Cuando tengo que buscar algo, normalmente voy a la biblioteca de su abuelo—dijo mister Bernhard, y sus marrones ojos de lechuza centellearon bajo las gafas—. Allí siempre he encontrado lo que quería. Si necesita ayuda, conozco bien el lugar, porque soy el que limpia el polvo de los libros.
—Es una buena idea, querido—convino la tía abuela Maddy.
—Siempre a su servicio, madame.
Mister Bernhard puso más le?a en la chimenea y nos dio las buenas noches.
Xemerius le siguió.
—Tengo que averiguar como sea si se quita las gafas cuando se va a dormir—explicó—. Te tendré informada en caso de que salga a hurtadillas de casa para imitar en secreto al bajista de un grupo de heavy metal.
En realidad, entre semana mis hermanos se tenían que ir pronto a la cama, pero por esta vez mi madre hizo una excepción. Hartos y cansados de tanto reír, nos instalamos cómodamente ante la chimenea. Caroline se acurrucó en los brazos de mamá, Nick se aovilló contra mí, y la tía Maddy se sentó en el sillón de orejas de lady Arista, se sopló un rizo rubio que le caía sobre la cara y nos miró satisfecha.
—?Puedes explicar algo de cuando eras peque?a, tía Maddy? —pidió Caroline—. ?De cuando tenías que visitar a tu horrible prima Hazel al campo?
—Va, si ya lo habéis oído un motón de veces… —respondió ella, y apoyó sus zapatillas rosas de fieltro en el reposapiés.
Pero la tía Maddy no se hizo de rogar. Todas las historias sobre su horrible prima empezaban con las palabras: ?Debo deciros, antes que nada, que Hazel era la ni?a más engreída que uno puede imaginar?; luego nosotros decíamos a coro: ??Igual que Charlotte!?, y la tía abuela Maddy sacudía la cabeza y decía: ?No, Hazel era mucho, pero que mucho peor.
Hazel levantaba a los gatos cogiéndolos de la cola y los hacía girar en círculo por encima de su cabeza?.
Mientras, con la barbilla apoyada sobre el pelo de Nick, escuchaba la historia—en el curso de la cual la Tía Maddy, a los diez a?os, vengaba a todos los gatos de Gloucestershire y se encargaba de que la prima Hazel tomara un ba?o en la fosa de purines—, mis pensamientos volaron hacia Gideon. ?Dónde debía de estar ahora? ?Qué hacía? ?Quién estaba con él?
?Pensaría en mí con esa misma extra?a y cálida sensación en el estómago?
Seguramente no.
Reprimí con esfuerzo un profundo suspiro al pensar en nuestra despedida ante el taller de madame Rossini. Gideon ni siquiera me había mirado, aunque hacía unos minutos que nos habíamos besado.
Otra vez. Y sin embargo, anoche le había jurado a Leslie por teléfono que nunca volvería a ocurrir.
—?No hasta que no hayamos aclarado qué pasa entre nosotros!
Leslie de todos modos, se había limitado a reírse.
—Vamos, ?a quién quieres enga?ar? Está muy claro lo que pasa ente vosotros: ?estás locamente enamorada de ese tío!
Pero ?cómo podía estar enamorada de un chico al que solo hacía unos días que conocía? ?Un chico que la mayor parte del tiempo se comportaba de un modo imposible conmigo? Aunque en los momentos en que no lo hacía era sencillamente…tan…tan increíble…
—?Aquí estoy otra vez! —graznó Xemerius, y aterrizó impetuosamente sobre la mesa del comedor junto a la vela.
Caroline se estremeció en el regazo de mamá y miró fijamente en su dirección.
—?Qué pasa, Caroline? —le pregunté en voz baja.
—No, nada—contestó—. Pensaba que había visto una sombra.
—?De verdad?
Miré a Xemerius estupefacta.
él se limitó a levantar un hombro sonriendo.
—Pronto habrá luna llena —dijo—. A veces las personas sensibles nos ven en esos días, generalmente solo con el rabillo del ojo. Cuando miran mejor, ya no estamos… —Volvió a colgarse de la ara?a—. La anciana de los rizos también ve y percibe más de lo que admite. Antes le he puesto una zarpa en el hombro para probar, y se ha llevado la mano ahí… No me extra?a tratándose de tu familia.