—?Está usted bien, miss? —tartamudeó mister Marley retrocediendo un paso.
—Sí, lo está—respondió Gideon, que había aterrizado detrás de mí, y mientras lo decía, me dirigió una mirada escrutadora.
Cuando le sonreí, miró rápidamente hacia otro lado.
Mister Marley carraspeó.
—Me han encargado que le diga que le esperan en la Sala del Dragón, sir. El Cír…El número siete ha llegado y desea mantener una conversación con usted. Si me lo permite, llevaré a la miss hasta su coche.
—La miss no tiene ningún coche —dijo Xemerius—. Ni siquiera tiene carnet de conducir, cretino.
—No es necesario, yo la acompa?aré arriba.
Gideon cogió la venda negra.
—?De verdad hace falta?
—Sí, hace falta. —Gideon me ató el pa?uelo en la nuca, y al hacerlo me enganchó el cabello y me tiró de los pelos; pero yo no tenía ninguna intención de quejarme, de manera que me limité a morderme los labios—. Si no conoces el lugar donde se guarda el cronógrafo, no podrás revelarlo y nadie podrá estar acechando nuestra llegada en el momento, sea cuando sea, en que aterricemos en el lugar indicado.
—Pero este sótano pertenece a lo Vigilantes, y las entradas y salidas están vigiladas en todas las épocas —dije.
—En primer lugar, en estas bóvedas hay todavía más caminos que a través de los edificios de Temple, y en segundo lugar, no podemos descartar que quizá alguien de nuestras propias filas tenga interés en un encuentro sorpresa.
—?No te fíes de nadie. Ni siquiera de tus propias sensaciones?—murmuré —. Hay un montón de gente desconfiada por aquí.
Gideon me pasó la mano por la cintura y me empujó hacia delante.
—Exacto.
Oí decir adiós a mister Marley, y luego la puerta se cerró tras nosotros.
En silencio caminamos uno junto al otro. Sin embargo, había un montón de cosas sobre las que me hubiera gustado hablar, solo que no sabía por dónde empezar.
—Mis sensaciones me dicen que habéis vuelto con los arrumacos—comentó Xemerius—. Mis sensaciones…y mi penetrante mirada.
—Tonterías —repliqué yo, y oí cómo Xemerius soltaba una carcajada.
—Créeme, estoy en este mundo desde el siglo XI y sé qué aspecto tiene una chica al salir del pajar.
—??Del pajar!? —repetí yo indignada.
—?Está hablando conmigo? —preguntó Gideon.
—?Con quién si no? —dije—. Hablando de paja, tengo un hambre de lobos.
Ya debe de ser muy tarde, ?no?
—Son casi las siete y media.
Gideon me soltó inesperadamente. Se oyó una serie de pitidos electrónicos y me golpeé el hombro contra un muro.
—?Eh!
Xemerius volvió a soltar una carcajada.
—A eso lo llamo yo comportarse como un auténtico caballero.
—Perdona. Esta mierda de móvil no tiene cobertura aquí dentro. ?Treinta y cuatro llamadas perdidas, fantástico! Solo puede ser… ?Oh, Dios, mi madre!
—Gideon lanzó un profundo suspiro—. Ha dejado once mensajes en el buzón de voz.
Avancé palpando las paredes.
—?O me quitas esta estúpida venda, o me guías!
—Está bien.
Ahí estaba otra vez su mano.
—No sé qué pensar de un tipo que le venda los ojos a su amiga para poder mirar el móvil tranquilo —dijo Xemerius.
La verdad es que yo tampoco lo sabía.
—?Ha pasado algo malo?
Otro suspiro.
—Supongo. Normalmente no nos llamamos muy a menudo. Sigue sin haber cobertura.
—Cuidado, escalones —me avisó Xemerius.
—Tal vez esté enfermo alguien—dije—. O quizá has olvidado algo importante. Hace poco mi madre también me dejó no sé cuántos mensajes para recordarme que felicitara a mi tío Harry por su cumplea?os.
—?Ay!
Si Xemerius no hubiera lanzado un grito de aviso, me habría dado en el estómago con el pomo de la barandilla. Gideon ni siquiera se dio cuenta.
Subí como pude por la escalera de caracol tanteando con las manos.
—No, no es eso. Nunca olvido un cumplea?os. —Sonaba nervioso—. Tiene que ser algo sobre Raphael.
—?Tu hermano peque?o?
—Siempre está haciendo cosas peligrosas. Conduce sin tener carnet, se lanza desde acantilados y escala sin arnés. No sé qué quiere demostrar o a quién quiere impresionar con eso. El a?o pasado tuvo un accidente practicando el parapente y se pasó tres semanas en el hospital con un trauma craneoencefálico. Cualquiera habría pensado que aprendería algo de la experiencia, pero no, por su cumplea?os le pidió a monsieur una lancha rápida. Y, naturalmente, el muy idiota le concede hasta el más mínimo de sus deseos. —Cuando llegamos arriba, Gideon aceleró el paso y yo tropecé varias veces—. ?Ah, por fin! Funciona.
Por lo que parecía, ahora se dedicaba a escuchar su buzón de voz mientras caminábamos. Por desgracia, yo no podía oír nada.
—?Oh, mierda! —le oí murmurar varias veces.
Me había soltado de nuevo, y yo avanzaba a trompicones, totalmente a ciegas.