—Vaya —murmuré—. Supongo que hubiera hecho mejor tomando clases de piano en lugar de ir a ese curso de hip-hop con Leslie. Pero la verdad es que canto muy bien. El a?o pasado, en la fiesta de Cynthia, gané el concurso de karaoke de forma absolutamente incontestable. Con una interpretación muy personal de ?Somewhere Over the Rainbow?. Y eso a pesar de que el disfraz de estación de autobús no me favorecía en absoluto.
—Bueno. Si te preguntan, diles sencillamente que siempre te que das sin voz cuando tienes que cantar ante un grupo de gente.
—?Puedo decir eso, pero no puedo decir que me he torcido el tobillo?
—Toma, los auriculares. Otra vez lo mismo.
Se inclinó ante mí.
—?Qué hago si alguien que no seas tú me pide un baile?
Me concentré en mi inclinación, quiero decir, mi reverencia.
—Pues hacerlo todo exactamente igual —dijo Gideon, y me cogió la mano—.
Pero en el siglo XVIII estas cosas funcionaban de un modo muy formal. Uno no sacaba a bailar a una chica desconocida si no habían sido presentados oficialmente.
—A no ser que ella hiciera determinados movimientos obscenos con el abanico. —Poco a poco iba automatizando los pasos de baile—. Cada vez que bajaba el abanico, aunque solo fuera un centímetro, a Giordano le daba un ataque de nervios y Charlotte sacudía la cabeza como uno de esos perros de juguete de los coches.
—Ella solo pretende ayudarte —dijo Gideon.
—Sí, exacto. Y la Tierra es plana —bufé, a pesar de que en el baile del minué seguro que no estaba permitido.
—Casi se deduce que no os gustáis demasiado...
Giramos en círculo con nuestras correspondientes parejas imaginarias.
Ah, ?sí? ?Eso parecía?
—Creo que aparte de la tía Glenda, lady Arista y nuestros profesores, no hay nadie a quien le guste Charlotte.
—Yo no lo creo —dijo Gideon.
—Oh, naturalmente me olvidaba de Giordano y de ti mismo. Ups, ahora he puesto los ojos en blanco, seguro que estaba prohibido en el siglo XVIII.
—?No es posible que estés un poco celosa de Charlotte?
Me eché a reír.
—Créeme, si la conocieras tan bien como yo, nunca se te ocurriría hacer una pregunta tan tonta.
—En realidad la conozco muy bien —respondió Gideon en voz baja, y me cogió de nuevo la mano.
Ya me disponía a decirle: ?Sí, pero solo su lado bueno? cuando comprendí el significado de su frase y de golpe sentí efectivamente unos celos terribles de Charlotte.
—?Hasta qué punto os conocéis... en concreto?
Retiré la mano y cogí la de su vecino inexistente.
—Bueno, diría que tan bien como se conoce la gente cuando pasa mucho tiempo junta —dijo al pasar, sonriendo maliciosamente—. Y ninguno de los dos tenía mucho tiempo para otras... hum... amistades.
—Comprendo. En esos casos uno tiene que conformarse con lo que hay. — No podía resistirlo ni un segundo más—. Y... ?cómo besa Charlotte?
Gideon me cogió la mano, que colgaba en el aire al menos veinte centímetros por encima de donde debía.
—Encuentro que realizáis magníficos progresos en la conversación; sin embargo, un caballero no habla sobre esas cosas.
—Aceptaría esa excusa si tú fueras un caballero.
—Si en algún momento he dado ocasión para que juzgarais mi conducta como inapropiada para un caballero, yo...
—?Cierra la boca, por favor! Lo que pase entre Charlotte y tú no me interesa lo más mínimo, pero encuentro bastante descarado que al mismo tiempo te diviertas... tonteando conmigo.
—?Tontear? Qué palabra más fea. Os estaría muy agradecido si me iluminarais sobre la causa de vuestro malhumor y prestarais atención a vuestros codos al mismo tiempo. En esta figura deben estar hacia abajo.
—No tiene gracia —exclamé—. No habría dejado que me besaras si hubiera sabido que Charlotte y tú...
Mozart había acabado y volvía a tocarle el turno a Linkin Park. Bien, encajaba mejor con mi estado de ánimo.
—Charlotte y yo, ?qué?
—... sois más que amigos.
—?Quién lo dice?
—?Tú?
—Yo no he dicho nada de eso.
—Ajá. De modo que... nunca os habéis... digamos... ?besado?
Renuncié a la reverencia y en lugar de eso le miré fijamente a los ojos.
—Tampoco he dicho eso. —Se inclinó ante mí y cogió el iPod de mi bolsillo—.
Vamos a repetirlo, lo de los brazos aún tienes que practicarlo. Por lo demás, ha estado fantástico.
—En cambio, tu conversación deja mucho que desear —dije—. ?Tienes algo con Charlotte o no?
—Creo que no te interesa para nada lo que pueda haber entre Charlotte y yo.
Volví a fulminarle con la mirada.
—Exacto, tú lo has dicho.
—Entonces no hay más que hablar. —Gideon me pasó el iPod. Por los auriculares podía oír ?Hallelujah?, en la versión de Bon Jovi.
—Te has equivocado de música —dije.
—No, no —replicó Gideon, y sonrió con ironía—. Creo que ahora necesitas algo tranquilizador.
—Eres... eres un...
—?Sí?
—?Un tarado?
Se acercó un paso más, de modo que aproximadamente debía de quedar un centímetro entre nosotros.
—?Ves?, esa es la diferencia entre Charlotte y tú: ella nunca diría algo así.
De pronto me resultaba difícil respirar.
—Tal vez porque a ella no le das ningún motivo para hacerlo.