—O una traidora —agregó mister George como de pasada—. En ese sentido hay discrepancias. Bien, hemos llegado, hija. Puedes quitarte la venda.
Gideon ya nos estaba esperando. Hice un último intento de deshacerme de él anunciando que tenía que aprenderme de memoria un soneto de Shakespeare y que solo podía hacerlo en voz alta, pero él se limitó a encogerse de hombros y replicó que llevaba su iPod y que no me oiría.
Mister George sacó el cronógrafo de la caja fuerte e insistió en que no nos dejáramos nada.
—Ni siquiera un minúsculo pedacito de papel, ?me oyes, Gwendolyn? Traes aquí de vuelta todo el contenido de tu cartera. Y, naturalmente, la propia cartera. ?Entendido?
Afirmé con la cabeza, le cogí a Gideon la cartera de la mano y la apreté con fuerza contra mi pecho. Luego le alargué el me?ique a mister George, ya tenía el pobre índice bastante maltratado por los pinchazos.
—?Y en caso de que alguien entre en la habitación mientras estamos allí? — pregunté.
—Eso no pasará —aseguró Gideon—. Allí es plena noche.
—Bueno, ?y qué? A alguien podría ocurrírsele la idea de mantener una reunión inspirativa en el sótano.
—Conspirativa, en todo caso —dijo Gideon.
—?Cómo has dicho?
—No te preocupes —intervino mister George, y deslizó mi dedo por el peque?o registro abierto en el interior del cronógrafo.
Me mordí los labios cuando la conocida sensación de vértigo se extendió por mi estómago y la aguja penetró en mi carne. La habitación se sumergió en una luz rojo rubí, y luego aterricé en medio de una oscuridad absoluta.
—?Hola? —dije en voz baja, pero no obtuve respuesta.
Un segundo después, Gideon aterrizó a mi lado y encendió enseguida una linterna de bolsillo.
—?Ves? No se está tan mal aquí —dijo mientras se acercaba a la puerta y encendía la luz.
Como antes, una bombilla desnuda colgaba del techo, pero el resto de la habitación había mejorado visiblemente desde mi última visita. Mi primera mirada se dirigió a la pared donde Lucas había querido ubicar nuestro escondrijo secreto. Delante había unas sillas apiladas, pero de una forma mucho más ordenada que la última vez. Ya no había cosas tiradas por ahí, y la habitación, en comparación, estaba limpia y, sobre todo, mucho más despejada. Además de las sillas junto a la pared, también había una mesa y un sofá, con un tapizado de terciopelo verde desgastado.
—Sí, de hecho es bastante más acogedor que en mi última visita aquí. Todo el rato tenía miedo de que saliera una rata y me mordiera.
Gideon bajó el picaporte y dio unos tirones. Estaba cerrado.
—Solo me encontré la puerta abierta una vez —dijo sonriendo—. Fue una tarde interesante. Desde aquí, un pasadizo secreto conduce hasta debajo del Palacio de Justicia. Y aún desciende más, hasta unas catacumbas con restos humanos y calaveras... Y no muy lejos de aquí, en el a?o 1953, hay una bodega.
—Habría que tener una llave.
De nuevo eché un vistazo a la pared de enfrente. En algún sitio detrás de un ladrillo suelto había una llave. Suspiré. Era una verdadera lástima que aquello no me sirviera de nada. Pero de algún modo también resultaba agradable saber algo de lo que Gideon no tenía ni idea.
—?Probaste el vino?
—?Tú qué crees? —Gideon cogió una de las sillas de la pared y la colocó ante la mesa—. Toma, para ti. Que te diviertas con los deberes.
—Ah, gracias.
Me senté, extraje las cosas de la cartera e hice como si me dispusiera a concentrarme profundamente en mi libro. Mientras tanto Gideon se tendió en el sofá, se sacó el iPod del bolsillo y se colocó los auriculares en las orejas. Al cabo de dos minutos me arriesgué a lanzarle una mirada y vi que había cerrado los ojos. ?Se habría dormido? No era extra?o teniendo en cuenta que esa noche había vuelto a salir.
Durante un rato me perdí un poco en la contemplación de una nariz larga y recta, la piel pálida, los labios suaves, las gruesas y rizadas pesta?as. En ese estado de relajación parecía mucho más joven de lo habitual, y de pronto pude imaginarme perfectamente cómo debía de haber sido de peque?o. En todo caso, una verdadera monada. Su pecho se levantaba y descendía regularmente, y pensé en si podría atreverme a... No, era demasiado peligroso. No debía volver a mirar esa pared si quería guardar mi secreto y proteger a Lucas.
Como no tenía otra cosa que hacer y no iba a pasarme cuatro horas seguidas mirando a Gideon dormir (aunque reconozco que tenía su encanto), al final me dediqué a mis deberes, primero a las riquezas minerales del Cáucaso, y luego a los verbos irregulares franceses. A la redacción sobre la vida y obra de Shakespeare solo le faltaba la conclusión, que resumí intrépidamente en una única frase: ?Shakespeare pasa sus últimos cinco a?os de vida en Stratford-on-Avon, donde muere en 1616?. Listo. Ahora solo me faltaba aprenderme un soneto de memoria.