Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

—Aún no puedo creer que realmente quieran arriesgarse a hacerlo —dijo Charlotte mientras colgaba su abrigo de una silla—. Va contra todas las reglas de la discreción dejar suelta a Gwendolyn entre la gente. Basta con mirarla para ver enseguida que hay algo que no encaja en ella.

—?No hace falta que lo digas! —exclamó Labios de Morcilla—. Pero el conde es conocido por sus arranques excéntricos. Mira, ahí está la leyenda de tu sustituta. Espeluznante. Léela, ya verás.

?Mi qué? Hasta ese momento yo pensaba que las leyendas se limitaban al ámbito de los cuentos. O a los mapas.

Charlotte revolvió en una carpeta que estaba colocada sobre el piano de cola.

—?Se supone que representa a la pupila del vizconde de Batten? ?Y Gideon es el hijo de este? ?No es un poco arriesgado? Podría estar presente alguien que conociera al vizconde y a su familia. ?Por qué no han optado por un vizconde francés en el exilio?

Giordano suspiró.

—No funcionaría debido a sus escasos conocimientos de idiomas. Tal vez el conde solo quiera ponernos a prueba. Tendremos que demostrarle que podemos convertir milagrosamente a esta chica en una dama del siglo XVIII. ?Sencillamente, es nuestro deber hacerlo! —dijo retorciéndose las manos.

—Encuentro que si han podido conseguirlo con Keira Knightley, podrán lograrlo conmigo —intervine confiada. Keira Knightley me parece la chica más moderna del mundo, y a pesar de todo, siempre está maravillosa en las películas de época, incluso con las pelucas más estrambóticas.

—?Keira Knightley? —Las cejas negras casi rozaron la base del tupé—. En una película es posible que funcione, pero Keira Knightley no duraría ni diez minutos en el siglo XVIII sin que la desenmascararan como una mujer moderna, ya solo por el hecho de que siempre ense?a los dientes al sonreír, y al reír a carcajadas echa la cabeza hacia atrás y abre la boca. ?Ninguna mujer hubiera hecho algo así en el siglo XVIII!

—No puede saberlo con tanta exactitud, ?no? —repliqué.

—?Cómo has dicho?

—He dicho que no puede...

Labios de Morcilla me fulminó con la mirada.

—Para empezar, deberíamos fijar una primera regla, que es la siguiente: no se pone en cuestión lo que dice el maestro.

—?Y quién es el maestro? Ah, ya entiendo, es usted —dije, y me puse un poco colorada, mientras Xemerius soltaba un cacareo—. Muy bien. No ense?ar los dientes al reír. Lo tendré en cuenta.

Probablemente no me sería difícil lograrlo. Me costaba imaginar que pudiera encontrar algún motivo para reír en ese, o esa, soirée.

El maestro Labios de Morcilla volvió a bajar las cejas, un poco más calmado, y como no podía oír a Xemerius, que bramaba desde el techo ??Cabeza de chorlito!?, empezó con el triste inventario de la situación.

Quería que le explicara lo que sabía de política, literatura y usos y costumbres del a?o 1782, y mi respuesta (?Sé todo lo que no había; por ejemplo, váteres con cisterna o el derecho de voto para las mujeres?) le hizo hundir la cabeza entre las manos durante unos segundos.

—Me estoy meando de risa aquí arriba —dijo Xemerius, y para mi gran desgracia empezó a contagiarme a mí también.

Tuve que hacer un gran esfuerzo para reprimir una carcajada que amenazaba con salir desde las profundidades de mi diafragma.

Charlotte dijo suavemente:

—Pensaba que ya te habían explicado que su preparación era nula, Giordano.

—Pero yo... al menos las bases...

El rostro del maestro emergió de entre sus manos. No me atreví a mirar, porque si resultaba que se le había corrido el maquillaje, estaría perdida.

—?Cómo vas de aptitudes musicales? ?Piano? ?Canto? ?Arpa? ?Y los bailes de sociedad? Supongo que dominarás un simple menuett à deux, pero ?qué me dices de los otros bailes? ?Arpa? ?Menuett à deux? ?Cómo no! Aquello acabó definitivamente con mi autocontrol y empecé a reír entre dientes.

—Está bien que al menos alguien se divierta aquí —dijo Labios de Morcilla desconcertado, y ese debió de ser el momento en que decidió hacerme la pascua hasta que se me acabaran las ganas de reír.

De hecho, no tuvo que pasar mucho tiempo para que ocurriera. Solo un cuarto de hora más tarde ya me sentía como la máxima representante de la estupidez y el fracaso. Y eso a pesar de que Xemerius, bajo el techo, se esforzaba al máximo en animarme.

—?Vamos, Gwendolyn, ensé?ales a estos dos sádicos lo que llevas dentro!

Nada me hubiera gustado más. Pero, por desgracia, no llevaba gran cosa.

—Tour de main, mano izquierda, ignorante criatura, girar a la derecha he dicho, Cornwallis capituló y lord North dimitió en marzo de 1782, lo que condujo a... Giro a la derecha, ?no, a la derecha! ?Por todos los cielos!

?Charlotte, por favor, ensé?aselo otra vez!

Y Charlotte me lo ense?ó. Había que concederle que bailaba maravillosamente; al verla parecía que fuera un juego de ni?os.

Y en el fondo, lo era. Se iba hacia delante, se iba hacia atrás, daba una vuelta y mientras tanto se sonreía incansablemente sin ense?ar los dientes.

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