Cuando Leslie se había cansado de reír, había propuesto que mejor que James me ense?ara otra cosa, y excepcionalmente James se había mostrado de acuerdo. La esgrima, y de hecho todos los tipos de lucha, eran cosa de hombres, había declarado; en su opinión, lo más peligroso que las chicas podían blandir era una aguja de coser.
—Sin duda el mundo sería un lugar mejor si también los hombres se atuvieran a esa norma —había replicado Leslie—; pero mientras no lo hagan, las mujeres deben estar preparadas. —Y James casi se había desmayado del susto cuando Leslie había sacado de su cartera un cuchillo de veinte centímetros y había a?adido—: Con esto te podrás defender mejor si vuelves a encontrarte en el pasado con algún desgraciado que quiera ponerte la mano encima.
—Eso parece un...
—… cuchillo de cocina japonés. Corta las verduras y el pescado crudo como si fueran mantequilla.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—Solo es para un caso de emergencia —había precisado mi amiga—. Para que te sientas un poco más segura. Es lo mejor que he podido conseguir con tantas prisas y sin permiso de armas.
Ahora el cuchillo estaba guardado en mi cartera, en un estuche de gafas de la madre de Leslie convertido en una funda para armas, junto con un rollo de cinta adhesiva que, en opinión de Leslie, también podía resultarme muy útil.
El conductor tomó una curva a gran velocidad, y Xemerius, que no había podido sujetarse a tiempo, resbaló sobre el fino tapizado de cuero y topó contra Charlotte. Rápidamente se incorporó y comentó, sacudiendo las alas: —Rígida como una columna de iglesia. —Y mirándola de reojo, a?adió—: ?Vamos a tener que cargar todo el día con ella?
—Sí, por desgracia —dije.
—?Por desgracia qué? —preguntó Charlotte.
—Por desgracia he vuelto a saltarme la comida —contesté.
—Es culpa tuya —replicó Charlotte—. Pero, para serte sincera, creo que no te iría mal perder un par de quilos. Al fin y al cabo, te tiene que entrar el vestido que madame Rossini hizo para mí.
Apretó los labios un instante, y sentí que algo parecido a la compasión que brotaba en mí. Probablemente Charlotte estaba entusiasmada con la idea de llevar los vestidos de madame Rossini, y entonces había llegado yo y lo había echado todo por tierra. No intencionadamente, claro, pero de todos modos lo había hecho.
—Tengo el vestido que me puse para visitar al conde de Saint Germain en casa, en el armario —dije—. Si quieres, te lo doy. Podrías ponértelo para el próximo baile de disfraces de Cynthia; ?seguro que los dejarías a todos con la boca abierta!
—Ese vestido no te pertenece —dijo Charlotte en tono seco—. Es propiedad de los Vigilantes, no puedes disponer de él a tu antojo. No se le ha perdido nada en el armario ropero de tu casa.
Volvió a mirar por la ventanilla.
—Gru?ona repelente —dijo Xemerius.
La verdad es que Charlotte no era de esas personas que hacen amigos dondequiera que van. Pero, a pesar de que no me lo ponía fácil, ese ambiente gélido me resultaba opresivo, de modo que lo intenté de nuevo.
—?Charlotte...?
—Llegaremos enseguida —me interrumpió—. Estoy tan emocionada... Tal vez veamos a alguno de los miembros del Círculo Interno. —De pronto su cara malhumorada se iluminó—. Quiero decir, aparte de los que ya conocemos.
Es tremendamente excitante. En los próximos días, en Temple, podrás tropezarte en cada esquina con auténticas leyendas vivientes. Políticos famosos, premios Nóbel y reconocidos científicos visitarán estas sagradas salas sin que el mundo se entere. Estará Koppe J?tland; oh, y también Jonathan Reeves-Haviland... Me encantaría estrecharle la mano.
Para tratarse de Charlotte, parecía realmente entusiasmada. Yo, en cambio, no tenía ni idea de quién era esa gente. Dirigí una mirada interrogativa a Xemerius, pero el daimon gárgola se limitó a encogerse de hombros.
—Nunca he oído hablar de esos figurones, sorry —dijo.
—No se puede saber todo —repliqué yo con una sonrisa comprensiva.
Charlotte suspiró.
—No, pero a nadie le hace da?o leer de vez en cuando un diario serio o mirar una revista de información general para informarse sobre la política mundial actual. Claro que para eso también hay que hacer funcionar el cerebro... o al menos tenerlo.
Como decía, no lo ponía fácil.
La limusina se había detenido y mister Marley fue a abrir la puerta del coche. Por el lado de Charlotte, por cierto.
—Mister Giordano las espera en el Antiguo Refectorio —dijo mister Marley, y tuve la impresión de que le costaba esfuerzo reprimir la palabra ?sir?—.
Debo acompa?arlas allí.
—Conozco el camino —respondió Charlotte, y se volvió hacia mí—. ?Ven!
Debes de tener alguna cosa que hace que todo el mundo te esté dando órdenes continuamente —dijo Xemerius—. ?Puedo ir contigo?
—Sí, por favor —dije, mientras nos adentrábamos en las estrechas callejuelas de Temple—. Me siento mejor cuando estás cerca.
—?Me comprarás un perro?
—?No!