La música correspondiente salía de unos altavoces ocultos en el artesonado, y debo decir que no era precisamente la clase de música que hace que sientas un inmediato picorcillo en las piernas.
Tal vez habría podido fijarme mejor en la serie de pasos si Labios de Morcilla no me hubiera estado atolondrando al mismo tiempo con sus lecciones.
—Desde 1779, pues, guerra con Espa?a... ahora el mouline, por favor, al cuarto hombre sencillamente nos lo imaginamos, y reverencia, eso es, con un poco más de ánimo, por favor. Otra vez desde el principio, no olvides sonreír, cabeza recta, mentón alto, justo entonces Gran Breta?a pierde Norteamérica, por Dios, no, hacia la derecha, brazo a la altura del pecho y extender, es un duro golpe, y existe una marcada animadversión hacia los franceses, se considera poco patriótico... No mires los pies, aunque de todos modos con ese vestido no pueden verse.
Charlotte se limitaba a lanzar de improviso extra?as preguntas (??Quién era el rey de Burundi en 1782??) y a sacudir la cabeza permanentemente, lo que contribuía a hacerme sentir aún más insegura.
Al cabo de una hora Xemerius encontró aquello demasiado aburrido. La gárgola se alejó aleteando de la ara?a, me saludó con un gesto y desapareció a través de la pared. Me habría gustado encargarle que buscara a Gideon, pero de hecho no hizo falta, porque después de otro cuarto de hora de tortura con el minué, Gideon entró en el Antiguo Refectorio acompa?ado de mister George. Los dos llegaron a tiempo de ver cómo, Charlotte, Labios de Morcilla y yo, junto con un cuarto hombre inexistente, bailábamos una figura que Labios de Morcilla llamaba le chain, en la que yo debía dar la mano al compa?ero de baile invisible. Por desgracia, le di la mano equivocada.
—Mano derecha, hombro derecho, mano izquierda, hombro izquierdo — exclamó Labios de Morcilla enojado—. ?Tan difícil es? Mira, fíjate en cómo lo hace Charlotte, ?así es perfecto!
La perfecta Charlotte siguió bailando mucho después de haberse dado cuenta de que teníamos visita, mientras yo me paraba, avergonzada, deseando que se me tragara la tierra.
—Oh —dijo Charlotte finalmente, haciendo como si acabara de ver a mister George y a Gideon.
Y ejecutó una graciosa reverencia que, como ahora sabía, era una especie de flexión que se hacía en el baile del minué al principio y al final y de vez en cuando también en medio. Debía parecer completamente fuera de lugar, con mayor razón aún porque Charlotte llevaba el uniforme de la escuela, pero en lugar de eso de algún modo resultaba... encantador.
Al instante me sentí doblemente incómoda, primero, por el monstruoso miri?aque a rayas rojas y blancas en combinación con la blusa del uniforme (parecía uno de esos conos de plástico que se colocan en la calzada para proteger una obra), y segundo, porque Labios de Morcilla no perdió un segundo para empezar a quejarse de mí.
—... no sabe dónde está la derecha ni la izquierda... un prodigio de torpeza... corta de entendederas... empresa imposible... criatura ignorante... un pato no puede transformarse en un cisne... de ningún modo puede asistir a esa soirée sin llamar la atención... pero ?mírenla, por favor!
Eso hizo mister George, y Gideon también, y yo me puse como un tomate.
Al mismo tiempo sentí que la rabia crecía en mi interior. ?Aquello ya pasaba de la raya! Precipitadamente me desabotoné la falda junto con el armazón de alambre acolchado que Labios de Morcilla me había atado a las caderas, mientras bufaba:
—No sé por qué voy a tener que hablar de política en el siglo XVIII.
Tampoco lo hago ahora; ?no tengo ni la más mínima idea de política! ?Y qué? Si alguien me pregunta por el marqués de lo que sea, contestaré simplemente que me importa un pepino la política. Y en caso de que alguien se emperré en bailar un minué conmigo (lo que creo que puede darse por excluido porque no conozco a nadie en el siglo XVIII), le diré: ?No, gracias, es muy amable pero me he torcido el tobillo?. Y también es algo que puedo hacer sin necesidad de ense?ar los dientes.
—?Ve lo que quiero decir? —preguntó Labios de Morcilla, y volvió a retorcerse las manos, en lo que parecía ser una costumbre suya—. Ni asomo de buena voluntad, y en cambio, un espantoso desconocimiento y falta de talento en todos los campos. Y luego se echa a reír como una ni?a de cinco a?os porque menciono el nombre de lord Sándwich.
Ah, sí, lord Sándwich. Increíble que se llamara así. Pobre tipo.
—Seguro que estará... —empezó mister George, pero Labios de Morcilla le cortó.
—Al contrario que Charlotte, esta muchacha no posee ni un ápice de... espièglerie!
?Puaj! Fuera lo que fuese, si Charlotte lo tenía, yo no lo quería tener.