Entretanto, mister Whitman se había colocado detrás de su atril y nos exhortaba a concentrarnos en Shakespeare y sus sonetos.
Por una vez agradecí sinceramente su intervención. ?Mejor Shakespeare que Gideon! El ruido de conversaciones enmudeció y fue sustituido por los suspiros de los alumnos y los crujidos de las hojas de papel. Pero aún pude oír que Charlotte decía: —En todo caso, seguro que Gwenny no.
Leslie me miró con aire de pena.
—La pobre no tiene ni idea —susurró—. En realidad, solo se puede sentir lástima por ella.
—Si —le respondí también en un susurro, pero lo cierto es que solo sentía lástima por mí misma. La tarde en compa?ía de Charlotte prometía ser de lo más divertida.
Esta vez, al acabar las clases, la limusina no nos esperaba delante de la escuela, sino que había aparcado discretamente un poco más lejos, calle abajo. El pelirrojo mister Marley caminaba arriba y abajo junto a ella, y se puso aún más nervioso cuando nos vio llegar.
—Ah, es usted —dijo Charlotte visiblemente decepcionada, y mister Marley se sonrojó.
Charlotte echó un vistazo al interior de la limusina por la puerta abierta.
Estaba vacía, a excepción del conductor y de... Xemerius. El chasco me animó un poco.
—Supongo que me has echado de menos, ?no?
El coche arrancó, y Xemerius se repanchigó satisfecho en el asiento. Mister Marley había subido delante, y Charlotte, a mi lado, miraba en silencio por la ventanilla.
—Eso es bueno —dijo Xemerius sin esperar mi respuesta—. Pero imagino que entenderás que yo también tengo otras obligaciones y no puedo estar siempre pendiente de ti.
Puse los ojos en blanco, y Xemerius rió entre dientes. La verdad es que le había echado de menos. La clase se había alargado como un chicle, y para cuando mistress Counter se había puesto a disertar sobre las riquezas minerales del Báltico, ya había empezado a a?orar a Xemerius y sus comentarios. Además, me hubiera gustado presentarle a Leslie, en la medida en que algo así fuera posible. De hecho, Leslie se había mostrado encantada con mis descripciones, aunque mis intentos de dibujarle no habían resultado muy favorecedores para el pobre daimon gárgola.
(??Qué es eso, pinzas de tender la ropa??, me había preguntado mi amiga se?alando los cuernos.)
—?Por fin un amigo invisible que puede serte útil! —había dicho entusiasmada —. Piénsalo un poco: al contrario que James, que se pasa el día en su nicho sin enterarse de nada y se dedica a quejarse de tus malos modales, esta gárgola puede espiar para ti y observar lo que ocurre detrás de las puertas.
La idea no se me había pasado por la cabeza, pero lo cierto es que, por la ma?ana, con la historia del ?o?o... del cursi... vamos, con la expresión anticuada para designar un bolso, Xemerius me había sido de gran ayuda.
—Xemerius podría ser tu as en la manga —había opinado Leslie—. No un inútil demasiado susceptible como James.
Por desgracia, Leslie tenía razón en lo que se refería a James. James era...
?Qué era en realidad? Si hubiera podido arrastrar cadenas o hacer que se movieran las lámparas del techo sin tocarlas, supongo que se le podría haber declarado oficialmente el fantasma de la escuela. James August Peregrin Pimplebottom era un apuesto joven de unos veinte a?os con peluca empolvada y levita floreada que llevaba muerto doscientos veintinueve a?os. En otro tiempo, la escuela había sido su hogar, y, como la mayoría de los espíritus, no quería aceptar que había muerto. Para él, los siglos de su vida de fantasma eran como un extra?o sue?o del que aún esperaba despertar. Leslie imaginaba que la parte de la luz seductora al final del túnel debía de haberle pillado dormido.
—James tampoco es tan inútil —había replicado yo. Al fin y al cabo, ayer mismo había decidido que James —como hijo del siglo XVIII— podía serme de gran ayuda, por ejemplo, como maestro de esgrima. Por unas horas había disfrutado viéndome manejar la espada con la misma habilidad que Gideon gracias a James. Pero, por desgracia, aquella decisión había resultado ser un craso error.
En nuestra primera y aparentemente última clase de esgrima de hacía un rato —durante el descanso del mediodía en el aula vacía—, Leslie se había retorcido de risa en el suelo mirándome. Claro que ella no podía ver los movimientos, en mi opinión muy profesionales, de James ni podía oír sus órdenes —? ?Solo parar, miss Gwendolyn, solo parar! ?Tercia! ?Prima!
?Tercia! ?Quinta!?—, sino que solo veía cómo yo agitaba desesperadamente el brazo en el aire armada con el puntero de mistress Counter, luchando contra una espada invisible que se podía traspasar como el aire. Inútil y ridículo.