Miré a Caroline con ternura. La ni?a sensible; solo faltaba que al final hubiera heredado también el don de las visiones de la tía abuela Maddy.
—Ahora llega mi parte favorita—anunció Caroline con los ojos brillantes, y la tía Maddy explicó satisfecha cómo la sádica Hazel se había quedado metida hasta el cuello en la fosa con su delicado vestido de los domingos y había chillado con todas sus fuerzas: ?Me las pagarás, Madeleine, me las pagarás!.
—Y, de hecho, sí que lo hizo—dijo la tía abuela Maddy—. Más de una vez.
—Pero esa historia ya la oiremos en otro momento—intervino mamá con tono enérgico—. Los ni?os tienen que irse a la cama. Ma?ana hay colegio.
Entonces todos suspiramos, y la tía abuela Maddy suspiró más fuerte que el resto de nosotros.
???
El viernes tocaban bu?uelos, y ese día nadie se perdía la comida en la escuela, porque en realidad era el único plato que se podía comer. Como yo sabía que Leslie se moría por esos bu?uelos, no dejé que se quedara conmigo en clase, donde había quedado con James.
—Ve a comer—le dije—. Me sentiría fatal si por mi culpa tuvieras que renunciar a los bu?uelos.
—Pero entonces no quedará nadie aquí para hacer guardia, y además me gustaría oír con más detalle cómo fue lo de ayer entre tu, Gideon y el sofá verde…
—Por mucho que me esforzara no podría explicártelo con más detalle— respondí.
—Pues entonces sencillamente explícamelo otra vez, ?es tan romántico!
—?Ve a comer bu?uelos!
—Hoy tienes que pedirle sin falta su número de móvil —dijo Leslie—. Quiero decir que esa es regla de oro: no se puede besar a ningún chico del que ni siquiera se tenga su número de móvil.
—Sabrosos, crujientes bu?uelos de manzana…—insistí.
—Pero… —Xemerius está conmigo.
Se?alé hacia la repisa de la ventana, donde Xemerius se hallaba sentado mordisqueando aburrido el puntiagudo extremo de su cola.
Leslie capituló.
—Muy bien, de acuerdo. ?Pero procura que te ense?e algo productivo hoy! ?Hacer molinetes con el bastón de mistress Counters no lleva a ninguna parte! Y si alguien te viera mientras tanto, acabarías encerrada en un manicomio; piénsalo.
—Vamos, vete de una vez—dije, y la empujé fuera, justo cuando entraba James.
James se alegró de que esta vez estuviéramos solos.
—La pecosa siempre me pone nervioso con sus comentarios descorteses.
Actúa como si yo no estuviera.
—Eso es porque…hum… Será mejor que lo dejemos.
—Bien. ?En qué puedo ayudarte?
—Pensaba que tal vez podrías ense?arme cómo se dice <<hola>> en una soirée del siglo XVIII.
—??Hola??
—Sí. Hola. Qué tal. Buenas noches. Tú ya sabes cómo se saluda la gente cuando se encuentra. Y lo que hay que hacer. Estrecharse la mano, besamanos, inclinación de cabeza, reverencia, alteza, ilustrísima, serenísima… Todo es tan complicado y se puedes cometer tantos errores… James se hinchó como un pavo.
—No si haces lo que te digo. Primero te ense?aré cómo se inclina una dama ante un caballero de su mismo rango social.
—Fantástico—dijo Xemerius—. Pero la cuestión es: ?cómo va a reconocer Gwendolyn el rango social de un caballero?
James clavó sus ojos en él.
—?Qué es esto?—exclamó—. ?Cush, cush, gato malo! ?Largo de aquí!
Xemerius soltó un bufido de incredulidad.
—?Qué me ha llamado?
—?Vamos, James!—dije yo—. ?Míralo bien! Este es Xemerius, mi amigo… ejem… daimon gárgola. Xemerius, este es James, también un amigo.
James se sacó un pa?uelo de la manga y un olor a muguete me llegó a la nariz.
—Sea lo que sea… tiene que irse. Me recuerda que en estos momentos me encuentro sumergido en un espantoso sue?o provocado por la fiebre, un sue?o en el que debo dar una clase de modales a una chica carente de educación.
Suspiré.
—James. Esto no es ningún sue?o, ?cuándo lo entenderás? Es posible que hace doscientos a?os tuvieras un sue?o provocado por la fiebre, pero luego te… quiero decir, que tú y Xemerius estáis… estáis… —…muertos—dijo Xemerius—. Hablando claro.—Ladeó la cabeza y a?adió —: Es la verdad, ?no? ?Por qué te andas con tantos rodeos?
James agitó su pa?uelo en el aire.
—No quiero oírlo. Los gatos no pueden hablar.
—?Acaso me parezco a un gato, espíritu memo?—exclamó Xemerius.
—De algún modo sí—dijo James sin mirar—. Excepto por las orejas quizá. Y los cuernos. Y las alas. Y esa extra?a cola. ?Oh, cómo aborrezco estos delirios!
Xemerius se plantó con las piernas abiertas ante James. Su cola golpeaba furiosamente el suelo a un lado y a otro.