—Sí, eso es más que seguro. ?Mister George. ?
Pero mister George ya había dado media vuelta y había echado a andar, de modo que no me quedó más remedio que correr tras él Ma?ana te recogerán al mediodía en casa. Madame Rossini te necesita para una prueba, luego Giordano tratará de ense?arte todavía algunas cosas más, y finalmente tendrás que elapsar de nuevo.
—Un día fantástico —dije con voz apagada.
???
—Pero esto no tiene nada de... ?magia! —susurré perpleja. Leslie suspiró.
—Tal vez no en el sentido de esos magos que hacen desaparecer cosas en el escenario, pero es una facultad mágica. Es la magia del cuervo.
—Es una especie de chifladura —dije yo—. Algo que solo sirve para que se burlen de ti y que de todos modos nadie se cree.
—Gwenny, no es ninguna chifladura que alguien tenga percepciones extrasensoriales. Es más bien un don. Tú puedes ver espíritus y hablar con ellos.
—Y daimones —completó Xemerius.
—En la mitología, el cuervo representa la conexión entre los hombres y el mundo de los dioses. Los cuervos son los intermediarios entre los vivos y los muertos. —Leslie giró su archivador de modo que yo pudiera leer lo que había encontrado sobre los cuervos en internet—. Tienes que admitir que esto encaja extraordinariamente bien con tus capacidades.
—Y con el color del pelo —dijo Xemerius—. Negro como el plumaje de un cuervo...
Me mordí el labio.
—Pero en las profecías siempre suena.... bueno, no sé, tan importante y poderoso y todo eso. Como si la magia del cuervo fuera una especie de arma secreta.
—Es que también puede serlo —dijo Leslie—. Siempre que dejes de pensar que la facultad que te permite ver espíritus es solo una especie de chifladura extra?a.
—Y daimones —a?adió de nuevo Xemerius.
—Me gustaría tanto tener esos escritos con las profecías... —dijo Leslie—.
Sería interesantísimo saber qué dice exactamente el texto.
—Seguro que Charlotte te lo soltará todo de corrido —dije—. Creo que aprendió todo eso en sus misteriosas clases. De hecho, esa gente continuamente está hablando en verso. Los Vigilantes. Incluso mamá. Y Gideon.
Rápidamente me volví para que Leslie no se diera cuenta de que de repente se me habían llenado los ojos de lágrimas, pero ya era demasiado tarde.
—?Ay, cari?o, no te pongas a llorar otra vez! —Me tendió un pa?uelo—. En serio, exageras.
—No, no lo hago. ?Ya no te acuerdas de cuando estuviste tres días llorando como una magdalena por culpa de Max? —repliqué sorbiéndome los mocos.
—Claro que me acuerdo —dijo Leslie—. Solo hace medio a?o.
—Pues ahora puedo imaginarme cómo te sentías entonces. Y también he entendido de repente por qué decías que te gustaría estar muerta.
—?Era tan estúpida! Tú estabas todo el rato sentada a mi lado diciéndome que Max no merecía que perdiera ni un segundo pensando en él porque se había portado como un cerdo. Y que tenía que lavarme los dientes...
—Sí, y mientras tanto sonaba sin parar ?The Winner Takes it All? —Puedo ponerlo, si con eso te sientes mejor —me ofreció Leslie.
—No, pero puedes pasarme el cuchillo de verdura japonés para que me haga el haraquiri.
Me dejé caer hacia atrás en la cama y cerré los ojos.
—?Por qué las chicas tienen que ser siempre tan dramáticas? —dijo Xemerius—. El chaval está de malhumor y pone mala cara porque le han dejado K.O., y para ti ya se hunde el mundo.
—Es porque él no me quiere —dije desesperada.
—Eso no puedes saberlo de ninguna manera —replicó Leslie— Por desgracia, con Max yo estaba del todo segura, porque exactamente media hora después de que hubiéramos cortado le vieron haciendo manitas con esa tal Anna en el cine. Pero de Gideon no se puede decir algo así. Es solo un poco... voluble.
—Pero ?por qué? ?Tenías que haber visto cómo me miró! Como si le diera asco. Como si fuera.... ?una cochinilla! Sencillamente, no lo soporto.
—Hace un momento era una silla. —Leslie sacudió la cabeza—. Ahora haz el favor de calmarte. Mister George tiene razón: en cuanto el amor entra en juego, el sentido común se esfuma. ?Y la verdad es que ahora mismo tenemos la posibilidad de dar un paso de gigante en nuestras investigaciones!
Efectivamente esa ma?ana -Leslie acababa de llegar y todos nos habíamos puesto cómodas sobre mi cama—, mister Bernhard había llamado a la puerta de mi habitación, cosa que no hacía nunca, y había dejado una bandeja con el té sobre mi mesa.
—Un peque?o refrigerio para la joven dama —había dicho.
Yo me había quedado mirándole, pasmada, porque no podía recordar que en el pasado hubiera pisado siquiera este piso de la casa.
—Bien —había continuado mister Bernhard, y sus ojos de lechuza nos habían mirado muy serios desde detrás de las gafas—, como recientemente ha preguntado por ello, me he tomado la libertad de mirar un poco. Y, como imaginaba, también esta vez lo he encontrado.