Las pruebas (The Maze Runner #2)

—Puesto que no te importa lo que te suceda —dijo Teresa—, vuelve a hablar y empezaremos a disparar a tus amigos. ?Te parece bien?

Thomas no respondió; emitió un sollozo, desesperado por el dolor. ?De verdad había pensado el día anterior que las cosas iban a mejorar? Con la infección y la herida curadas, lejos de la ciudad de los raros, con tan sólo una rápida aunque dura caminata a través de las monta?as que había entre ellos y el refugio seguro… Ya tenía que habérselo figurado después de todo por lo que había pasado.

—?Lo he dicho en serio! —gritó Teresa a los clarianos—. No avisaremos. Si nos seguís, las flechas empezarán a volar.

Thomas la vio de perfil, arrodillada junto a él, y oyó cómo crujían sus rodillas sobre la tierra. Entonces la chica le agarró por la tela del saco y pegó su cabeza a la suya, con la boca a tan sólo un par de centímetros de su oído. Empezó a susurrar, tan débilmente que Thomas tuvo que esforzarse por oírla, tuvo que concentrarse para separar sus palabras de la brisa:

—Ya no puedo hablarte telepáticamente. Recuerda que debes confiar en mí.

Thomas, sorprendido, se obligó a mantener la boca cerrada.

—?Qué le estás diciendo?

Aquello lo preguntó una de las chicas que sujetaba la cuerda pegada a la bolsa.

—Le informo de lo mucho que estoy disfrutando de esto. De lo mucho que disfruto de mi venganza. ?Te importa?

Thomas jamás había sentido tal arrogancia en ella. O era muy buena actriz o había empezado a volverse loca, puesto que hacía gala de doble personalidad.

—Bueno —respondió la otra chica—, me alegra que te estés divirtiendo tanto, pero tenemos que darnos prisa.

—Lo sé —asintió Teresa. Agarró a Thomas de los laterales de su cabeza con todavía más fuerza y le zarandeó. Después, apretó la boca contra el áspero tejido, empujándola hacia su oreja. Cuando habló, de nuevo con aquel cálido susurro, sintió su aliento caliente a través de la tela del saco—: Aguanta. Acabará pronto.

Aquellas palabras adormecieron el cerebro de Thomas; no tenía ni idea de qué pensar. ?Estaba siendo sarcástica?

Le soltó y se retiró.

—Vale, salgamos de aquí. Aseguraos de chocar con todas las piedras que podáis por el camino.

Sus captoras empezaron a caminar, arrastrándole tras ellas. Notaba el terreno lleno de baches conforme tiraban de él; el gran saco no le proporcionaba ninguna protección. Dolía. Arqueó la espalda y apoyó todo el peso sobre los pies para que sus zapatos fueran la zona más castigada por los impactos. Pero sabía que no resistiría eternamente.

Teresa caminaba a su lado mientras tiraban de su cuerpo. Podía distinguirla a través de la arpillera.

Entonces Minho empezó a gritar, pero su voz se perdía en la distancia porque el sonido del arrastre sobre la tierra le dificultaba entenderlo. Pero lo que sí oyó Thomas, sin embargo, le dio un poco de esperanza. Entre nombres confusos y no muy halagüe?os, Thomas oyó las palabras ?os encontraremos?, ?el momento adecuado? y ?armas?.

Teresa volvió a darle un pu?etazo en el estómago y Minho se calló.

Y avanzaron por el desierto, mientras Thomas rebotaba sobre la tierra como un saco de ropa sucia.



? ? ?

Thomas se imaginó cosas horribles mientras se desplazaban. Sus piernas se debilitaban a cada segundo y sabía que en cualquier momento tendría que bajar el cuerpo al suelo. Imaginó las heridas sangrantes, las cicatrices permanentes.

Pero quizá no importaba. Planeaban matarle de todas formas.

Teresa le había pedido que confiara en ella. Y aunque le costaba mucho hacerlo, estaba intentando creerla. ?Acaso todo lo que le había hecho desde que reapareció con las armas y el Grupo B era, en realidad, una actuación? Si ese no era el caso, ?por qué seguía susurrándole que confiara en ella?

Thomas le dio vueltas en la cabeza al asunto hasta que ya no pudo concentrarse más. Le estaban dejando el cuerpo en carne viva y sabía que debía encontrar el modo de evitar que cada centímetro de su piel quedara ara?ado.

Las monta?as le salvaron.

Cuando empezaron a subir la empinada cuesta, sin duda les resultó difícil arrastrar el cuerpo por el suelo como antes. Intentaron moverlo a tirones, dejándolo caer un par de metros para luego volver a tirar de él. Finalmente, Teresa dijo que sería más fácil llevarlo de los hombros y los tobillos. Y que lo harían por turnos.

A Thomas se le ocurrió una idea tan obvia que pensó que tal vez estaba pasando algo por alto:

—?Por qué no me dejáis que vaya andando? —preguntó a través de la arpillera con la voz amortiguada y áspera por la sed—. Bueno, tenéis armas. ?Qué voy a hacer?

Teresa le dio una patada en el costado.

—Cállate, Thomas. No somos idiotas. Estamos esperando a que tus amigos clarianos no nos vean.

Hizo lo que pudo por reprimir su quejido cuando le asestó una patada en la caja torácica.

—?Eh? ?Por qué?

—Porque eso es lo que nos han ordenado. ?Ahora cállate!