Las pruebas (The Maze Runner #2)

—Te vienes con nosotras —dijo—, Thomas. Vamos. Recordad: si alguien intenta algo, las flechas volarán.

—?Ni hablar! —gritó Minho—. No os lo vais a llevar a ninguna parte.

Teresa actuó como si no le hubiera oído, con los ojos clavados en Thomas y aquella extra?a mirada entrecerrada.

—Esto no es una broma. Voy a empezar a contar; cada vez que diga un múltiplo de cinco, mataremos a uno de vosotros con una flecha. Lo haremos hasta que Thomas sea el último que quede y después nos lo llevaremos de todos modos. Depende de vosotros.

Por primera vez, Thomas advirtió que Aris actuaba de manera extra?a. Estaba a unos pasos a la derecha de Thomas y seguía girándose, despacio y en círculo, mirando a las chicas una a una, como si las conociera muy bien. Pero mantuvo la boca cerrada.

?Claro?, pensó Thomas. Si aquel era de verdad el Grupo B, Aris había estado con ellas. Las conocía bien.

—?Uno! —gritó Teresa.

Thomas no quería arriesgarse. Avanzó entre la gente hasta que llegó al espacio abierto y fue directo hacia Teresa. Ignoró los comentarios de Minho y el resto, lo ignoró todo. Con los ojos clavados en Teresa, tratando de no mostrar emoción, caminó hasta que sus narices casi se rozaron.

Era lo que deseaba de todas formas, ?no? Quería estar con ella. Incluso si se había vuelto contra él. Incluso si CRUEL la había manipulado, como a Alby o a Gally. Por lo que sabía, le habían vuelto a borrar la memoria. No importaba. Parecía que la chica hablaba en serio y no podía arriesgarse a que alguien disparara una flecha a uno de sus amigos.

—Muy bien —dijo—. Aquí me tienes.

—Sólo he contado hasta uno.

—Sí, soy así de valiente.

Le golpeó con la lanza tan fuerte que Thomas no pudo evitar caerse de nuevo al suelo. La mandíbula y la cabeza le ardían. Escupió y vio que la sangre salpicaba la tierra.

—Traed la bolsa —ordenó Teresa desde arriba.

De reojo, vio a dos chicas caminando hacia él, con las armas escondidas en algún sitio. Una de ellas, una joven de piel morena con el pelo casi rapado al cero, sostenía un gran saco deshilachado, de arpillera. Se detuvieron a medio metro de distancia y Thomas retrocedió a gatas, temiendo hacer algo más por miedo a que le dieran otra paliza.

—?Nos lo llevamos! —gritó Teresa—. Si alguien nos sigue, le golpearé de nuevo y empezaremos a dispararos. No nos molestaremos en apuntar. Dejaremos que las flechas vuelen como ellas quieran.

—?Teresa! —exclamó Minho—. ?Has cogido el Destello tan rápido? Está claro que se te ha ido la cabeza.

El extremo de la lanza chocó contra la parte trasera de la cabeza de Thomas; este cayó de bruces y unas estrellas negras nadaron en el suelo a unos centímetros de su rostro. ?Cómo podía hacerle algo así?

—?Quieres decir algo más? —preguntó Teresa. Tras un momento de silencio, a?adió—: Ya decía yo. Cubridle con el saco.

Unas manos le agarraron por los hombros con violencia y le dieron la vuelta para ponerlo de espaldas. Al cogerle le clavaron los dedos en la herida de bala, lo que le hizo sentir un gran dolor por primera vez desde que CRUEL le curó.

Gimió. Unas caras que ni siquiera parecían enfadadas se cernieron sobre él cuando las dos chicas colocaron el extremo abierto del saco directamente sobre su cabeza.

—No te resistas —dijo la chica morena con la cara brillante por el sudor— o será peor.

Thomas estaba perplejo. Sus ojos y su voz irradiaban auténtica compasión por él. Pero sus siguientes palabras no podían haber sido más diferentes:

—Será mejor que cooperes y nos dejes matarte. No te beneficiará en nada sufrir por el camino.

El saco se deslizó sobre su cabeza y lo único que pudo ver fue una desagradable luz marrón.





Capítulo 45


Lo movieron sobre el suelo hasta que el saco se deslizó y cubrió todo su cuerpo. Después ataron el extremo abierto en la parte de sus pies con una cuerda, anudándola bien fuerte y envolviendo los extremos alrededor de su cuerpo; para mayor seguridad, hicieron otro nudo justo encima de su cabeza.

Thomas notó que el saco se tensaba y que tiraban de su cabeza hacia arriba. Se imaginó a las chicas sujetando los extremos de aquella cuerda larguísima. Aquello sólo podía significar una cosa: iban a arrastrarlo. No podía soportarlo más y empezó a retorcerse, aunque sabía lo que le esperaba.

—?Teresa! ?No me hagas esto!

Esta vez, un pu?o le dio en pleno estómago y le hizo soltar un alarido. Intentó doblarse en dos, sujetarse la cintura, pero el maldito saco se lo impidió. Le entraron náuseas; las contuvo e intentó conservar la comida.