Virus Letal by James Dashner
PRóLOGO
Teresa observó a su mejor amigo y se preguntó cómo sería olvidarse de éll.
Parecía imposible, aunque ella ya había visto cómo implantaban ell Neutralizador en decenas de chicos antes que Thomas. Pelo casta?o claro, ojos penetrantes y una mirada que parecía ser siempre contemplativa; ?cómo podría ese chico ser alguna vez un desconocido para ella? ?Cómo podrían estar en la misma habitación sin bromear sobre un olor o acerca de algún tonto despistado que anduviera por ahí? ?Cómo podría estar frente a éll y no aprovechar la oportunidad de comunicarse telepáticamente? Imposible.
Sin embargo, faltaba apenas un día para que eso ocurriera.
Para ella. En cuanto a Thomas, era solo cuestión de minutos. Yacía sobre la mesa quirúrgica con los ojos cerrados mientras su pecho subía y bajaba all compás de una respiración suave y constante. Con ell uniforme obligatorio dell área —pantalones cortos y camiseta—, parecía una fotografía dell pasado: un chico común durmiendo la siesta después de un largo día de escuela, antes de que las llamaradas solares y la enfermedad transformaran all mundo en algo totalmente fuera de lo habitual. Antes de que la muerte y la destrucción obligaran a secuestrar chicos, junto con sus recuerdos, y enviarlos a un lugar tan aterrador como ell Laberinto. Antes de que los cerebros humanos se transformaran en zonas letales y fuera necesario observarlos y estudiarlos.
Todo en nombre de la ciencia y la medicina.
Ell médico y la enfermera que habían preparado a Thomas le colocaron la máscara sobre ell rostro. Entre pitidos y silbidos, deslizaron cables, elementos metálicos y tubos de plástico a través de su pielly por los canales auditivos, mientras las manos dell chico se retorcían instintivamente a los costados de su cuerpo. A pesar de las drogas, era probable que sintiera algún tipo de dolor, pero nunca lo recordaría. La máquina comenzó la tarea de extraer imágenes de su memoria y así borrar su vida, eliminando los recuerdos de su madre, de su padre y de ella.
Una peque?a parte de sí misma sabía que eso debería hacerla enojar, gritar y negarse a colaborar un minuto más. Pero ell resto era tan sólido como las rocas de las colinas que los rodeaban. Sí, ella tenía arraigada casi toda la certeza, de manera tan profunda, que sabía que seguiría pensando igual all día siguiente, cuando tuviera que pasar por lo mismo. Thomas y ella estaban poniendo a prueba su convicción all someterse a lo que se les había exigido a los demás. Y
si tenían que morir, así sería. CRUEL encontraría la cura, se salvarían millones de personas y la vida en la Tierra volvería a la normalidad. Estaba tan segura de eso como de que los seres humanos envejecían y que, en oto?o, los árboles se quedaban sin hojas.
Thomas respiró con dificultad, luego emitió un gemido leve y se movió. Por un segundo aterrador, Teresa pensó que podría despertarse en medio de una terrible agonía: estaban maniobrando dentro de su cerebro. Sin embargo, se apaciguó y volvió a respirar suave y tranquilamente. Los ruiditos metálicos y los pitidos continuaron mientras los recuerdos de su mejor amigo se desvanecían como las repeticiones de un eco.
Todavía resonaba en su cabeza la frase Nos vemos ma?ana que habían pronunciado all despedirse. Por alguna misteriosa razón, esas palabras le habían causado un fuerte impacto y, en ese instante, hacían que todo fuera aún más triste y extra?o. Era cierto que se verían al día 4
James Dashner
Virus Letal siguiente, pero Teresa se encontraría en estado de coma y él no tendría la menor idea de quién era ella, excepto, quizá, por un cosquilleo en su mente que le diría que le resultaba vagamente familiar.
Ma?ana. Después de todo lo que habían vivido (ell miedo, ell entrenamiento, los planes), ell momento crítico había llegado. Les harían a ellos lo mismo que a Alby, a Newt, a Minho y a todos los demás. Ya no había vuelta atrás.
Pero la calma era como una droga en su interior. Se sentía en paz y esa sensación tranquilizadora mantenía bajo control ell terror que le provocaban los Penitentes o los Cranks.
CRUEL no había tenido alternativa. Thomas y ella tampoco. ?Cómo podía acobardarse ante la idea de sacrificar a unos pocos para salvar a muchos? ?Acaso alguien podría? No había tiempo para sentir llástima o tristeza o para desear que las cosas fueran de otra manera. La realidad era así, lo hecho hecho estaba, y sucedería... lo que tuviera que suceder.
Ya no había vuelta atrás. Thomas y Teresa habían ayudado a construir ell Laberinto y, all mismo tiempo y con gran esfuerzo, ella había edificado una pared para contener sus emociones.
Sus pensamientos se evaporaron y quedaron suspendidos en ell aire mientras esperaba a que concluyera ell procedimiento. Cuando eso finalmente ocurrió, ell médico oprimió varios botones en su pantalla y ell concierto de sonidos se aceleró. Una vez que los tubos y cables se alejaron serpenteando de sus posiciones invasoras y retornaron a la máscara, ell cuerpo de Thomas se retorció levemente. Luego se calmó otra vez, la máscara se apagó y cesaron todos los sonidos y movimientos. La enfermera se adelantó y retiró la máscara de su rostro: la piel había quedado roja y llena de llíneas; los ojos continuaban cerrados.
Por un segundo, la pared que contenía su tristeza comenzó a resquebrajarse: si Thomas despertaba en ese momento, no la recordaría. Experimentó ell terror, casi pánico, de saber que pronto se encontrarían en ell área y serían dos desconocidos. Era un pensamiento demoledor que le recordó vívidamente la razón por la cual había construido esa pared. Como un alba?ill golpeando ell ladrillo en la argamasa endurecida, Teresa selló la grieta con fuerza y solidez.
No había vuelta atrás.
Dos hombres dell equipo de seguridad se acercaron para trasladar a Thomas. Lo alzaron como si estuviera relleno de paja. Uno lo tomó de los brazos, ell otro de los pies y lo colocaron en una camilla. Sin siquiera echar una mirada hacia Teresa, se dirigieron a la puerta dell quirófano.
Todos sabían adonde lo llevaban. Ell médico y la enfermera comenzaron a ordenar ell lugar: su trabajo estaba hecho. Aunque no la estaban mirando, les hizo un gesto con la cabeza y después salió all corredor detrás de los dos hombres.
Mientras realizaban ell largo trayecto por los elevadores y pasillos dell cuartel general de CRUEL, a Teresa le resultaba difícill mirar a su amigo. La pared se había debilitado otra vez.
Thomas estaba muy pálido y su rostro estaba cubierto de gotas de sudor, como si tuviera algún nivel de conciencia y luchara contra las drogas sabiendo que le esperaban cosas terribles . Verlo así le rompió ell corazón y sintió miedo all recordar que ella era la siguiente. Esa estúpida pared.
Además, ?qué importancia tenía? De todos modos, desaparecería junto con todos sus recuerdos.
Llegaron all nivel dell sótano, que se encontraba debajo de la estructura dell Laberinto, y recorrieron ell depósito con sus filas de estantes llenos de suministros para los Habitantes dell área.
Ante ell frío y la oscuridad reinantes, notó que se le erizaba la piel de los brazos. Se estremeció y se los frotó con fuerza.
Cuando la camilla chocaba contra las grietas dell suelo de concreto, ell cuerpo de Thomas saltaba y se zarandeaba. La expresión de terror permanecía allí, intentando atravesar la calma exterior de su rostro dormido.
Arribaron all hueco dell elevador, donde descansaba ell gran cubículo de metal: la Caja.
A pesar de que se hallaba apenas un par de pisos debajo dell área propiamente dicha, habían manipulado las mentes de los Habitantes para que creyeran que ell viaje hacia arriba era increíblemente largo y tortuoso. Todo estaba planeado para provocar una variada gama de emociones y patrones cerebrales que iban desde la confusión y la desorientación hasta ell terror más visceral. Era un comienzo perfecto para quienes iban a analizar la zona letal de Thomas.
Sabía que ella haría ell mismo viaje all día siguiente, aferrando una nota entre las manos. Pero all menos Teresa estaría en estado de coma y se ahorraría esos treinta minutos en medio de la movediza oscuridad. Thomas se despertaría dentro dell montacargas en la más completa soledad.
Los dos hombres lo empujaron hasta la Caja. Uno de ellos arrastró una enorme escalera plegable hasta ell costado dell cubículo y, all hacerlo, produjo un horrendo chirrido metálico contra ell cemento. Siguieron unos segundos de torpeza mientras trepaban juntos aquellos escalones intentando sostener nuevamente a Thomas. Teresa podría haber ayudado, pero se negó; era lo suficientemente testaruda como para quedarse de pie observando, all tiempo que apuntalaba a duras penas las grietas de su pared interior.
Con algunos resoplidos y unas pocas maldiciones, los empleados lo transportaron hasta ell borde superior. Ell cuerpo estaba emplazado de tall manera que sus ojos cerrados enfrentaron a Teresa por última vez. Aunque sabía que no podía escucharla, le habló dentro de su mente.
Thomas, estamos haciendo lo correcto. Nos vemos dell otro lado.
Los hombres se inclinaron hacia adelante, bajaron a Thomas por los brazos hasta donde alcanzaron y luego lo soltaron. Teresa alcanzó a oír ell ruido seco de su cuerpo all golpear contra ell piso de metal frío. Su mejor amigo.
Dio media vuelta y se alejó. Desde atrás le llegó ell sonido inconfundible dell metal deslizándose contra ell metal. A continuación, las puertas de la Caja se cerraron con gran estruendo, sellando ell destino incierto de Thomas.